Gran tarde de toros la vivida en la que llaman la Ciudad de la Cordialidad, que lo es. A plaza casi llena, ante un encierro de Juan Pedro Domecq en extremo manejable, con el toro "Nudista", número 99, indultado, Alejandro Talavante, Emilio de Justo y Juan Ortega, cada uno con su personalidad, abrieron la Puerta Grande con la aquiescencia de un público entregado.
Parecía que el culmen había llegado con el indulto de ese toro, que se había quedado de sobrero porque era de feas hechuras, menos reunido que sus hermanos. Fue un buen toro, especialmente en la muleta, pero ni mucho menos mereció el perdón de la vida, pues en un par de ocasiones, muy al final ya, miró con descaro e inició el camino hacia las tablas, lo que impidió un Emilio de Justo que quería redondear su tarde. Si a ello se suma que hizo una discreta pelea en varas, cabe decir que el premio fue excesivo.
Pero De Justo estuvo excelso con ese animal, desde que se abrió de capote, para seguir en una larga faena. De categoría fue el comienzo con el pase de la firma, la delicada trinchera, el natural y el de pecho. Siguió en redondo con la diestra, enganchaba y llevaba a "Nudista", y después al natural con ajuste en el embroque. Faena a más, de mucha intensidad, con gran eco en los tendidos. Aparecieron los pañuelos y el naranja del presidente. Uno no cree que el ganadero eche ese toro a las vacas.
También brillo De Justo ante su buen primero, un astado enclasado al que le hizo una faena cadenciosa y ligada, primero a media altura y después por abajo, especialmente por el pitón derecho, el mejor. Solvencia y regusto en la labor del torero. Dos orejas y las dos y el rabo simbólicos de "Nudista" jalonaron la gran tarde de este diestro.
Alejandro Talavante sustituía a Morante de la Puebla. Delantales a su primero, siguió con una faena en la que hubo mucha suavidad en las muñecas, con toques sutiles al principio y más más firmes después para ligar las tandas por ambos pitones. El torero se gustaba y el astado era un fiel colaborador. La faena había tomado cuerpo, muy de las de este torero, con una mano izquierda que es santo y seña. Pinchazo y estocada. Oreja.
Del cuarto paseó otro trofeo, un toro noble aunque no sobrado de fuerzas, al que le hizo una faena larga, mitad ortodoxa, con buenos muletazos en redondo, mitad efectista, con toreo de cercanias y desplantes. Oreja.
Palabras mayores fue lo que hizo Juan Ortega al sexto, una delicatessen en estado puro. Ya con el capote el sevillano lo bordó en el recibo capotero a la verónica y en el quite, tal para cual, sutilísimos los lances que son los fundamentales del toreo de capote, como las medias verónicas, todo casi a cámara lenta.
La faena fue un dechado de pureza y belleza, la que imprime al toreo lo que se hace despacito y con sentimiento, toreando con todo, con los brazos, con la cintura y con el alma. El juanpedro era muy noble pero justito de raza. Mas allí estaba Ortega para hacerle seguir el engaño, muñecas que imprimían extrema suavidad a los muletazos. Al natural eran los vuelos los que impedían al animal irse.
Con dos momentos culmen, un comienzo de faena que anunciaba lo que después vendría, con muletazos de rodilla genuflexa pero que eran ayudados por alto, y el final de la misma guisa, pero entonces muletazos cambiados por ambos pitones antes de cuadrar al toro. Pinchó y solo cortó una oreja, pero eso es igual porque en el ruedo de Almendralejo hubo un toreo de cante grande.