El gran aficionado
Carlos Mora Álvarez presentó el libro "Por una fiesta que acallan: ¡coros taurinos!", editado por la Universidad Autónoma de Nuevo León, una obra cargada de afición que pretende dar a conocer la pasión que emana del toreo, y cómo cada uno puede vivirla a su manera.
El evento tuvo lugar en el auditorio "Silverio Pérez" de la Asociación de Matadores, que en su día tuvo la idea de erigir el maestro Alfredo Leal, cuya recia personalidad parecía revolotear en el ambiente con la presencia de su hija María Elena Leal Beltrán, prologuista del libro de Carlos, que evocó su infancia vinculada a la Fiesta.
"Esos días en que mi papá iba a torear tenía el rostro desencajado, y a esa edad yo no alcanzaba a comprender el significado de su malhumor, del ambiente crispado que se percibía en mi casa, y de cómo esa intensa llama de su afición lo carcomía por dentro con una pasión que marcó toda su vida", comentó desde la intimidad de sus recuerdos, en un recinto que lleva el nombre de su padrino de bautizo, el inolvidable Faraón de Texcoco.
Con una portada que procede de un óleo de la artista Isabel Garfias, que también estuvo en la mesa, Carlos confesó el afán de su esposa Gloria Elena por conseguir dicha obra para la casa forjada al calor de un nuevo amor, porque el promotor de esta obra, que reúne distintos "coros taurinos", no tiene empacho en cantar a los cuatro vientos, de aquel flechazo suscitado en Madrid, no obstante que se conocían desde el kínder. Y así se unieron, el día en que los astros confluyeron a su alrededor.
El productor del libro es el insigne aficionado norteamericano John Hofert, hijo del que fuera compadre del Alfredo Leal, y que inculcó en Jonh junior la magia de la tauromaquia, que él la entiende como una forma de expresar lo que lleva adentro, y también con su aportación a la cultura taurina, como es el caso de mecenas de esta obra.
También participaron en la presentación dos matadores michoacanos: Paco Dóddoli, en su calidad de anfitrión y Fernando Ochoa, amigo del autor desde 1996. El primero estuvo breve, conciso, claro de mente, para hablar de la importancia de continuar con la promoción de la Fiesta y su defensa, y la convicción de hacer respetar nuestras libertades. El segundo, con el cariño del amigo para esbozar algunas líneas generales sobre el autor, al que calificó de "un ser humano excepcional", en consonancia con lo que ya había adelantado el periodista Pepe Avelar, quien fungió como moderador de la charla.
Y el que sirvió la mesa para decirnos de qué iba la cosa fue el dramaturgo Hugo Alfredo Hinojosa, ahijado de Carlos Mora, quien hizo la curaduría de un libro hecho de vivencia, jirones de la llamada "Piel del toro", cosidos aquí y allá, en ambas orillas del Atlántico. Sin ser taurino, Hugo Alfredo comprende la relevancia de esta Fiesta como una cuestión que contiene un carácter humanista que nos viene a recordar la valía de la vida.
La media verónica señera, a manera de puntual remate de este encuentro, corrió a cargo de la propia María Elena, que con un pedacito de "Cucurrucucú Paloma" nos recordó a su señora madre, la gran Lola de Rosario, una diva mexicana que también vibraba con la Fiesta Brava al compás de los mariachis. Y así, como se dice, fue como María Elena "nos dejó la miel en los labios".
En un ambiente festivo, de camaradería y "buena onda", tal y como le gusta al expansivo Carlos, continuó la convivencia, un par de horas antes de que toda esa gente ahí reunida tuviera ocasión de caminar unos pasos hacia la Plaza México, como siempre en un día de toros, con el corazón henchido y entusiasmado de lo que "pueda ser". Porque no cabe duda de que los aficionados vivimos inmersos en una nostalgia anticipada por el toreo.