Ha sido una corrida entretenida. El clima y el ambiente lograron casi similar entrada que el día anterior, y a fe, que la expectativa era un hervidero. Pero los toros de las ganaderías de la casa Molina Colmenares han dejado de la misma manera mucho que decir, más que desear, en cuanto a trapío se refiere y juego en conjunto. No se justifica un encierro por el hecho de la nobleza y bondad, cuando para tal efecto la mayoría de los pupilos molineros se les cumplió simbólicamente el tercio de varas, quedando casi petrificados tras la mínima sangría que en el caballo se les propinó.
El culmen del caso vino con el indulto del segundo del lote de Colombo, animalito el cual ni siquiera le rompieron el pelo con la almendra de la vara para que luego, desde la pajarera presidencial, bajo la petición efervescente de un publico ávido de emociones, se indultara, algo inaudito cuando de seriedad y categoría de una plaza hablamos. ¿Cuándo será el día que a la Plaza de Toros de Merida vuelva la sindéresis en el criterio de quienes tienen la potestad de otorgar y repartir justicia? Ojalá y sea algún día, y no pase como ocurriría a la Plaza de Maracaibo, donde de tanto tergiversar la cosa, se pasaron de rosca y terminaron acabando lo que una vez fue una plaza de toros…
La corrida la aperturó la actuación del rejoneador Francisco Javier Rodríguez, ante un mansurrón aquerenciado de Los Marañones, ganadería el cual desde hace varios años no lidiaba en ruedos nacionales. Ante este, el rejoneador yaracuyano luciría poco eficaz en los tres rejones de castigo que colocaría, frente a los arreones que a favor de querencia provocaba el mencionado dije.
En banderillas mejoraría el decorado de su labor, sobre todo en banderillas, clavando de frente, lo que hizo que su labor tomara interés ante los presentes. No alargaría en demasía actuación, pues solo cuatro farpas colocaría para irse tras el rejón de muerte, aliviándose, dejando el acero contrario y caído, fulminante de necesidad para cortar una generosa oreja, cuando ya el toro se lo llevaban las mulillas.
En lidia ordinaria, Daniel Luque se encontraría a primeras con un anovillado y raro astado, por su diminuto tamaño, que hacía que desluciera el sevillano coleta, ante semejante "zapatico", más propio de un festival o novillada que una corrida de lujo como esta. Tras el certero puyazo de su piquero de turno, literalmente dicho burel quedaría petrificado entre las rayas de ruedo, lo que hizo que Luque necesitara del recurso de torearle en las cercanías, por ambos pitones, a media altura, ajustando temple y mando para pasarse las mortecinas embestidas de un animal que incluso estuvo a punto de echarse antes de culminar encimista trasteo. Los tres cuartos tendidos de ración toricida, previo pinchazo, dieron pie a la concesión de una oreja que de la misma manera no contaría una petición del todo unánime.
Su segundo seguiría el guion de lo que hasta el momento había transcurrido la tarde, una faena de poco calado tras luego el toro venirse abajo de nuevo tras el tercio de varas. Le pasó por ambas manos, con voluntad e intención de lucimiento, pero era poco o nada lo que ofrecía el a menos astado a un a disgusto Luque. La brevedad con el acero se le agradeció, lo que hizo que inmediatamente solicitara, picado en su orgullo, regalar un toro, pero no de los sobreros titulares, sino uno del hierro de Juan Bernardo Caicedo, el cual terminaría siendo protagonista tambien de la función.
Alto y largo, "Forastero" parecía que fuera el papa los toros lidiados anteriores, por su alzada, trapío y en especial tranco en su embestida, esa que Luque desde el mismo momento de su salida supo entender, en largo y florido saludo por verónicas. El certero castigo en varas, sería fundamental para luego en la muleta Luque decantarse por un toreo reposado, preciso, sacando provecho a las boyantes embestidas del astado colombiano, por la mano derecha en series preñadas de entrega y torería, ante un toro con "toda la barba".
Bajaría un poco el diapasón de la faena por naturales, pero igual tuvo su miga algunas series, ante un ejemplar que vendería cara cada uno de sus envites a los engaños. El espadazo trasero y tendido fue suficiente para que el toro doblara, y con ella la concesión de las dos orejas, un poquito largas, pero que reconocían el empeño del torero por no quedar en el debe ante el aficionado ilusionado a sus formas y maneras.
Nuevamente Jesús Enrique Colombo se hace amo y señor de la afición merideña. Desde el primer momento se haría con la escena de una tarde donde supo entender las condiciones de un lote en la que de suplió las carencias de dichos bureles. Ante el jabonero primero de su lote, animal se le vio en labores de enfermero a un Colombo al que se le vio exultante en banderillas, previamente variado en el capote y resolutivo en la muleta, en faena de largo metraje, ayudándole a media altura en tandas medidas arropado ante la entrega incondicional de la afición emeritense. Pudo sopesar el hecho que el toro se doliera del pitón derecho partido en el burladero del 2, lo que condicionó su defensiva embestida por ese lado. El espadazo con la que se fue tras el acero, fue elemento indiscutible para la concesión generosa de las dos orejas.
Vendría la lidia de su segundo, el mentado "Teleférico", animal de notable nobleza, de tranco franco desde el alegre saludo por largas cambiadas en el tercio. Le pasó Colombo en varas en simple simulacro de esta, pues William Hidalgo "El Llanerito" ni siquiera le haría sangre para una muestra hematológica a dicho burel, ante el consentimiento de una presidencia que parecía del mismo modo unirse al efecto colombista con la que se vivió emociones en dicha faena.
El tercio de banderillas explosivo puso a favor a toda la plaza, para de esta manera en los medios iniciar toreo en redondo de rodillas, el detonador luego de una labor donde el fervor del público (bajo los acordes de Alma Llanera) desencadenaría un efecto en masivo en toda la plaza, esa misma que bramaba de emoción por la diestra y zocata, ante una labor a favor de un animal noble hasta que se aburrió del largo repertorio muleteril. La petición del indulto no se hizo esperar, y antes que Colombo se fuera tras la espada que desde el callejón le insinuaba su señor padre, fue el propio palco presidencial el que concedería el discutido indulto cuando ni siquiera una vez se había perfilado Colombo, por lo menos para hacer el paripé de la suerte suprema, lo que al menos justificaría tal vez uno de los indultos más polémicos que hayamos visto en esta plaza.
Lo de Antonio Suárez vino ser la reconfirmación del gran momento que atraviesa este torero. Así lo dejaría en retina de muchos en su primero, ese al que en la muleta con parsimonia y regusto fue mimando por ambos pitones, hasta lograr, en especial por la derecha donde dejaría impresos muletazos de gran calado artístico que levantaron la ovación de los entendidos que saborearon en sus formas y maneras toreo para “paladares finos”. Una pena que el fallo reiterado con la espada le dejara sin las orejas, las que tenía seguro en su esportón.
Pocas opciones tuvo con el que cerró su lote, un jabonero feo y escurrido, al que la voluntad y ganas de volver a repetir dosis de toreo caro del toro anterior se esfumaría tras el paso por el caballo. El puyazo de Carlos Álzate dejaría planchada las intenciones de embestir del torito al que le faltaba fondo y alma para embestir a las telas que le presentaba un torero al que hay que verle de nuevo. Por algo ese brindis de torero a torero, de maestro a aspirante, de Luque a Suárez, en el toro de regalo, un detalle que deja en claro lo que puede ser este torero si logra corregir materia pendiente con la espada.