...En previsión de que puedan seguir haciendo ruido los Faitelsons...
David Faitelson Pulido es un locutor deportivo iniciado como tal bajo la protección de José Ramón Fernández Álvarez (en TV Azteca), que lo utilizó en el papel de escudero con la misión de hacer todo el ruido posible mediante un estilo agresivo y provocador. Como Joserra siempre se ha centrado en temas futbolísticos, Faitelson tuvo que aprender el abc del futbol para poder cumplir satisfactoriamente su peculiar misión; él había hecho sus pininos en el diario Excélsior (años 90) comentando deportes típicamente gringos –beisbol y futbol americano– y sus débiles análisis y pobre redacción denunciaron desde el principio que estaba ahí en virtud de padrinazgos poderosos, no por méritos propios, tan escasos entonces como ahora.
Recientemente, el estridente locutor de marras decidió traicionar la confianza de su valedor de toda la vida –José Ramón Fernández– para ceder a la seducción de los dólares de Televisa. De esa calaña es el sujeto sorpresivamente invocado por el presidente de la república en la mañanera del viernes último, luego que la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) destrabara, con argumentos de irrefutable precisión y pertinencia, la suspensión que pesaba sobre las corridas de toros en la Plaza México.
Paradójicamente, el alegato favorable a la tauromaquia lo elaboró con mano maestra la ministra Yasmín Esquivel Mossa, que en 2019 había sido impulsada por el propio presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) con la idea de que presidiera la SCJN una vez agotado el periodo de Arturo Zaldívar, propósito que frustró la filtración aquella del plagio de su tesis de licenciatura –la de la señora ministra–, que la hizo moralmente inelegible para el cargo.
Reproduzco tal cual lo que David Faitelson publicó en la red X, reprobando, a su tosca manera, la decisión soberana de la SCJN: "Vergonzosa la decisión de la Suprema Corte al revocar la prohibición a la "fiesta taurina" (asesinato de toros) en la Plaza México. Muestra inequívoca de cómo está nuestro sistema judicial"; aseveración esta última que fue, seguramente, lo que enganchó a AMLO al tuit de marras, pues es bien conocida su indignación por el torcido comportamiento de influyentes miembros del poder judicial en contra de todo lo que huela a 4T.
Ahora bien, ¿qué tiene que ver esto con la bien argumentada decisión de la SCJN al levantar la suspensión de las corridas de toros en el monumental escenario capitalino? Pues tanto como la corrida real con el "asesinato de toros", repetición en tono de cantinela –nada raro en Faitelson– de una falacia recurrente en cualquier diatriba antitaurina desde que los antis emprendieron su cruzada.
La trampa del plebiscito
Lo malo del asunto es que el presidente ha mencionado la posibilidad de someter el veredicto final sobre nuestro tema a "la consideración y voluntad del pueblo" mediante plebiscito. Una consulta de la que la tauromaquia hubiera salido indemne no digamos ya en la época de oro, con los toros erigidos en indiscutible pasión nacional, sino incluso cuando imperaba el mando avasallador de Manolo Martínez, previo a la guerra total declarada por el antitaurinismo anglosajón y mascotero en este siglo de cerebros moldeados por las redes, autoridades y medios omisos, y taurinos en franca desbandada.
Bajo estas condiciones, poca o ninguna esperanza de sobrevivir a un plebiscito tendrían las corridas de toros en nuestro país. Y dada la formidable caja de resonancia que es la conferencia mañanera, los antis están aprovechado la ocasión para redoblar su ofensiva, en solicitud de que, efectivamente, la tal consulta pública se lleve a cabo.
Pero la protección legal de las minorías exige otra cosa. En clave democrática, plebiscitar no es verbo que pueda ni deba conjugarse libremente acerca de cualquier asunto. Si así fuera, imaginemos a lo que llevaría someter a la consideración popular, en votación abierta, temas como los derechos adquiridos por la comunidad LGBS, la soberanía de los pueblos indígenas sobre sus ecosistemas naturales, la interrupción del embarazo, las ayudas a las personas de la tercera edad y los discapacitados o el juicio de amparo, reducido a caricatura últimamente, etcétera etcétera.
Pero la censura es censura es censura es…
Y está, además, el tema de las prohibiciones oficiales específicas cuando lo prohibido no implica un daño social evidente, lo que las convierte en casos de censura pura y dura. Es decir, en atentados contra un principio básico de toda democracia liberal moderna que consiste en expandir, no en reducir ni menoscabar las libertades de que deba gozar el ciudadano. Justo lo opuesto a la trasnochada lógica del pensamiento único y lo políticamente correcto.
En previsión de que puedan seguir haciendo ruido los Faitelsons de ocasión, instalados en su ya muy trillada postura de animalistas emocionales, supremacistas morales y censores implacables, conviene traer una vez más a colación los rasgos que definen al taurofóbico, que se autoproclama progresista cuando, en realidad, su mentalidad se encuentra impregnada de fanatismo aldeano y acientífico y retrógrado reduccionismo.
Rasgos a detectar
La variopinta comunidad de nuestros censores y detractores encaja, invariablemente, en uno o varios de los ocho tipos enunciados a continuación:
1) Taurofobia, que como todas las fobias es un impulso irracional.
2) Incultura: son gente básicamente iletrada, incapaz de comprender y analizar una tradición –cualquiera de ellas–, desde los valores de su mito de origen y la simbología que los actualiza en un rito determinado.
3) Intolerancia, espíritu inquisitorial, sustitución de la empatía por un odio ciego. Negación a escuchar argumentos distintos a su propia versión inamovible y fija de la realidad.
4) Integrismo, que es el intento de imponer al resto de la sociedad su propia y muy particular visión del mundo (late aquí la imposición de los valores de la globalización anglosajona sobre cualquier tradición cultural que perciban como ajena).
5) Corrección política, que es esa disolución del criterio personal en corrientes de opinión mayoritarias, particularmente en asuntos "sensibles" a determinados grupos o personas, con la consecuente persecución de aquello que simplemente esté señalado como "incorrecto" o mal visto por los dueños de la verdad absoluta, erigidos en implacables censores. Una actitud, como en otras ocasiones hemos dicho, inducida desde las altas esferas del capitalismo salvaje que está en el espíritu de la globalización neoliberal.
6) Oportunismo cínico, a cargo de políticos en campaña electoral a la caza de ingenuos; también de aquellos que, instalados en un cargo público, intentan frenar su desprestigio abrazando, con notorio exhibicionismo, causas facilonas.
7) Supremacismo moral, entendido como ilusión de superioridad humanista en contraste con la barbarie de los taurófilos, para lo cual conviene reducirlos, en automático y por el solo hecho de serlo, a la infrahumana condición de seres despreciables, primitivos y violentos. Una proyección a espejo en toda forma.
8) Buenismo, que no es otra cosa que la sensación mojigata de estar participando en un movimiento inmaculado, civilizado y progresista, que convierte a sus miembros en "buenos" por definición, sin comprometerlos a nada importante ni socialmente trascendente.
Independientemente de lo que venga, conviene mantenernos alerta, no tanto por la muy relativa fortaleza de los argumentos machaconamente esgrimidos en contra de la tauromaquia, cuanto por la fuerza e influencia reales del punto de vista oficial y sus efectos como un revulsivo de ocasión, favorable a la grey taurofóbica.