La ganadería de Xajay o mejor dicho, el encierro de este hierro, debía ser la estrella de la noche y así celebrar el primer centenario de su formal fundación; y el sino obró en el ruedo de Provincia Juriquilla. Seguramente que el ganadero Javier Sordo hubiera querido una corrida de bandera, cierto es que sí logró traer una serie de rutilantes estrellas temporarias: destacaron 1o. y 6o. (premiado con arrastre lento) y 7o , el más encastado, que fue indultado. Se trata de una de las ganaderías protagónicas de esta plaza; la de memorables triunfos, como el de su presentación ─en mayo de 1998─ o aquella pesarosa tarde ─hace más de dos lustros─ en la que algunos bureles salieron con astas de cristal y tres se despitorraron al rematar en los artísticos burladeros de la plaza.
La de esta noche fue una corrida muy emotiva, un buen toro indultado a manos de Isaac Fonseca, fue el colofón de la corrida celebrada en la plaza de Provincia Juriquilla, que lució llena en el centenario de Xajay, y en la que hubo momentos de intensidad. Desde el anuncio del cartel, el reparto prometía variedad, con base en las maneras de cada uno de los alternantes: así fue sobre el albero queretano; mas no solo por los actuantes… sino por la variopinta presencia, el aspecto y el juego de los toros.
Las emociones fueron in crescendo y llegaron a tope con el que debía servir como remate de la corrida; saltó a la arena "Hermano del alma", el que le permitió a Isaac Fonseca lucir su personal tauromaquia desde el temerario inicio en los medios ─de hinojos─ para recibirlo hasta con tres largas cambiadas que el respetable ovacionó. Un toro con clase, pastueño y repetidor, que obedecía la directriz marcada por el michoacano; quien tras brindar al maestro Julián López "El Juli", volvió a ponerse de rodillas y con la muleta en la diestra ejecutó un electrizante cambiado por la espalda; el comportamiento pródigo del de Xajay y el valor de Fonseca armonizaron en series de muletazos alternados por ambos pitones, las manoletinas que servirían para cerrar su actuación dieron pie a que un sector del público pidiera el perdón de la vida del toro. Isaac optó por prolongar los pases hasta que el juez de plaza, Manolo Garrido, concedió el indulto.
Juan Pedro Llaguno fue quien acompañó a Fonseca en la salida a hombros, merced a una bien estructurada faena que culminó con una estocada fulminante. Desde que se enfrentó al de Xajay, con el percal, el coleta queretano se acopló a sus embestidas y probó su clase; tras breve reunión con los del castoreño, Juan Pedro tomó las banderillas para mostrar que venía "a por todas" sin dejarse nada. El inicio del trasteo fue sobrio, flexionando las rodillas, para dejar pasar a su enemigo; lo llevó templado por ambos pitones y cerró su actuación con personalísimas manoletinas; estoconazo entero de efectos inmediatos y la ovación: dos orejas para Llaguno y arrastre lento para "Maleno".
Las participaciones de los tres toreros europeos fueron, como comentamos al inicio, tan personales como diversas; el rejoneador lusohispano se regodeó durante su actuación sobre los lomos de una cuadra dócil y educada. Llevó al toro muy templado alternando los pitones, a la grupa, tras cada encuentro: ya fuera luego del rejón de castigo o de cada banderilla; incluso, le retiró el bocado al caballo para colocar una cuarta banderilla que dejó en todo lo alto… y ni qué decir del par a dos manos; el respetable le reconoció la esforzada labor ante un toro que le regateaba las embestidas y lo obligaba a enfrentarlo en los terrenos cortos. Finalmente, tras pincharlo arriba, hundió el mortal rejón y fue premiado con una oreja.
Quien también tuvo el reconocimiento de los asistentes y de la autoridad ─otra oreja─ fue el galo Sebastián Castella; con esa pausada y vertical tauromaquia que posee, se mostró en una relajada labor desde el capote. El torero francés disfruta lo que hace, no busca el aplauso fácil ni se esmera por ser reconocido; con verdad buscó las embestidas por ambos pitones, pero el burel le protestaba por naturales; la acompasada faena se desarrolló más por el pitón derecho y tras cerrar con ceñidas manoletinas se fue tras el acero para dejar una media estocada, ligeramente trasera, que resultó suficiente. El público sacó los albos pañuelos y el juez aprobó la petición.
En su regreso a los ruedos, Alejandro Talavante volvió a Querétaro; para su mala fortuna, pechó con un deslucido toro que con poco recorrido le hizo sudar el terno. Pronto buscó el refugio en la querencia y lo obligó a sacar lo más rancio ─en el buen sentido de la palabra─ de su repertorio para salir a flote. Una noche para el olvido, del extremeño; pese a que buscó templar las inciertas embestidas de su enemigo, no le fue posible ligar los muletazos que alternó por ambos pitones; incluso, soltó el estoque simulado para lucirse con cambiados de mano que el público le aplaudió. Para cerrar su faena, se echó la muleta a la espalda y culminó con esforzadas bernadinas. El fatal hado volvió y, con la toledana, caló al burel e insistió con el acero; luego de estocada trasera, recogió el verduguillo y acertó al tercer viaje. Escuchó palmas.
El torero de la tierra, Octavio "El Payo" García, tuvo una noche cuesta arriba; enfrentó dos enemigos: el de Xajay y un malestar estomacal que le disminuyó las facultades que indudablemente posee. El toro era exigente y pedía mando; con el capote, Octavio lució hasta cuando lo llevó por chicuelinas andantes a su cita con el varilarguero; la faena de muleta se vio interrumpida por el repentino desazón que lo obligó a refugiarse en el burladero de aviso. Retomó la lidia, visiblemente mermado, hasta que decidió tomar el acero; se tornó pesado con la cruceta y el juez hizo sonar el primer aviso: división de opiniones.
Mención aparte merece el joven novillero Marco Pérez, quien en su afán de corresponder al calor del público (tras su primera actuación) regaló un segundo ejemplar con el que pudo mostrar mejor sus buenas hechuras; sin duda, se trata de un torero en ciernes que volvió a mostrar en Juriquilla lo aprendido en el campo bravo y en los ruedos. En su primero, al que supo lidiar mientras duró, le sacó templados pases, aprovechando las nobles embestidas del novillo; la bisoñez afloró al momento de ir tras el acero… el respetable lo reconfortó, luego del achuchón sufrido, con un fuerte aplauso.
Con el de regalo no fue menos en cuanto a la actitud, en el quite tras la puya fue ovacionado; mostró la variedad de su repertorio hasta que el novillo se lo permitió, ya que terminó desparramando la vista y desobedeciendo el engaño. Debió recurrir a la espada corta de descabellar y se retiró escuchando palmas del respetable que toda la noche estuvo con él.