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Una tarde inolvidable de Rafael de Paula

Lunes, 09 Oct 2023    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | La Jornada de Oriente   
"...Porque en El Paula la técnica y la estética son una sola cosa..."
En el siglo de oro del toreo, el toreo gitano merece capítulo aparte. No será un capítulo extenso sino intenso, de aroma y sabor tan especiales como el arte leve y singular de una corta lista de toreros de esa etnia romaní, asentada sobre todo en Andalucía, que peregrina por España desde tiempo inmemorial y que, cuando se vistió de luces, fue para entregarle a la Fiesta ejemplares tan extraordinarios como Joaquín Rodríguez "Cagancho", Francisco Vega de los Reyes "Gitanillo de Triana" o Rafael Gómez "El Gallo", el primero de ellos, nacido Madrid porque su padre, torero finísimo también él, hacía temporada en la Villa y Corte; Fernando Gómez, el fundador de la dinastía de los Gallos, no era gitano, pero sí lo fue la madre de sus hijos, la señá Gabriela Ortega, bailaora de fama. 

Unos cuantos nombres, de menor prosapia, se irían agregando a la corta lista de los toreros típicamente gitanos, caracterizados todos por su inconfundible vena artística, capaz de alumbrar obras imperecederas, entreveradas con escenas de pánico impropias de cualquier profesional responsable. Nótese que no agregamos a tan peculiar galería el nombre de Joselito "El Gallo" porque la genialidad de José –paradigma por antonomasia de una maestría sin fisuras– nada tuvo que ver con tan extravagantes comportamientos.

Cuando parecía que los artistas gitanos a lo Cagancho, a lo Curro Puya, estaban en vías de extinción, llega al toreo un gitanito de Jerez de arte tanto o más quintaesenciado, pero también más escondido. Escondido físicamente –Paula, doctorado en Ronda por Julio Aparicio con Antonio Ordóñez como testigo (09-09-60), casi no salía del rincón del sur, es decir, las plazas más meridionales de Andalucía la Baja, con Jerez, El Puerto de Santa María y Sanlúcar de Barrameda como eje–, y escondido, oculto también artísticamente, ya que más usual era verlo huir de los toros que hacerles sus cosas, un toreo, se decía, de resonancias celestiales. 

Catorce años tardó en confirmar la alternativa en Madrid (28-05-74, de manos del portuense José Luis Galloso), donde maravilló con el capote y defraudó con la muleta. Y en esa situación estaba cuando la empresa de Vista Alegre, la placita del barrio de Carabanchel, anunció una insólita feria de otoño cuyo cartel principal integraban Antonio Bienvenida –sería, sin anunciarse así, la última corrida de su vida–, Curro Romero y el propio Rafael de Paula. Toros asimismo jerezanos, hierro y divisa de Fermín Bohórquez. Tres toreros de culto –aunque Paula lo era más bien de oídas– y la moneda al aire que son esta clase de carteles.

El adiós de Antonio Bienvenida

Que Antonio se despedía esa tarde fue rumor de última hora, había comunicado a las empresas de Valencia y Jaén, que lo tenían anunciado en sus plazas para ese mes de octubre, que no contaran con él, que le había prometido a su familia que no toreaba más. Y fue el suyo un adiós sin historia, más allá de la que a lo largo de sus 34 años de matador tenía ya escrita Antonio, sevillano nacido en Caracas por razones parecidas a las del eventual madrileño Rafael Gómez Ortega.

Un toro sin fuerza y otro de indócil y corta embestida le deparó el sorteo al gran torero que se iba y a ambos los despachó dignamente pero sin contemplaciones. Y se marchó en silencio, llevando al brazo el capote de seda con el que había partido plaza por última vez, hermosa prenda de un negro cerrado que había pertenecido a Joselito "El Gallo".

Diremos de paso que Curro Romero, elegantísimo en su traje azabache y oro, tuvo destellos de arte con su primero –un sobrero de Juan Mari Pérez Tabernero que parchó la corrida de Bohórquez– y a su muerte fue llamado a dar la vuelta al ruedo. Después nada. Excepto la ascensión a los cielos de Rafael de Paula, el gitano escondido que al fin se reveló en toda su esencia y sustancia toreras. 

Hora de ceder la pluma a quienes tuvieron la dicha de presenciarlo.

Versión de El Ruedo

¡Cómo sería la faena de Rafael de Paula que la naturaleza, como cuando Josué detuvo al sol, se paró! Era ya de noche y la luna –la luna de los poetas y los gitanos, no la de los astronautas–se detuvo a meditar, enamorada de tanta belleza. Y Quien todo lo puede paró los relojes de España para que no perdiesen el ritmo del tiempo. ¡Por eso, la noche de la faena de Paula tuvo una hora más! (…) Comprenderán mis lectores que escribo lleno de pasión (…) hay ocasiones en que la razón cede el mando al sentir, la belleza desborda el alma y hay que darle salida para que no nos ahogue.

La faena mágica, intuida, presentida, tomó carne y se hizo realidad. Rafael sentía y hacía sentir el toreo. Uno se sentía dentro del círculo encendido, ardiente y negro de las embestidas del toro al que Paula iba engañando con la cadencia de sus movimientos pausados, armónicos, perezosos. ¡Aquella revolera engendrada como media verónica en que el capote giró tan lento que no parecía real! Aquella faena tan prieta, tan concentrada, tan esencial, sin movimiento inútil, sin gesto que no fuera hermoso, sin pase que no fuera canon de estética, de dominio, de arte… Cada lance, un asombro. El conjunto, un prodigio (…) Porque en Rafael técnica y estética son una sola cosa: belleza (…)

Cómo me habría gustado que la plaza de Vista Alegre estuviera llena de jóvenes de dieciocho, de veinte años, porque allí, por el milagro paulista, hubiera nacido una nueva generación de aficionados que diera al traste con tantos entredichos y desencantos como sufre la Fiesta. Quien tiene la ocasión de encontrarse con maravillas como ésta, cimera, impar, comprende por qué el Toreo pervive y sobrevive y se eterniza y no podrá ser arrojado nunca a las catacumbas (…)

Cuando acaba la corrida respetables señores, viejos aficionados, rodean el coche de Rafael de Paula. –¡Una faena para la historia! ¡Enhorabuena, Rafael! –… –¡Ha resucitado El Niño de la Palma! –…  –¡No…  No! ¡Gitanillo de Triana… el mejor, Francisco! –… –¡Has borrado veinte años de toreo!...

Yo creo que no. Era sólo Rafael de Paula. El depositario actual de ese soplo divino que es el toreo grande. Ya no es solo torero de Jerez. Es universal. Ni parecido a nadie de otra época, porque él es él y ya es eterno… (El Ruedo, 8 de octubre de 1974. Sin firma)

La epifanía de Paula con "Barbudo"

Ahora, algo más parecido a una descripción de lo que Rafael de Paula realizó con el tercer toro de Fermín Bohórquez aquel 5 de octubre en Vista Alegre. Lo publicó el diario madrileño ABC sin más firma que las iniciales P.M.

"Hizo su aparición "Barbudo", un bonito ejemplar de Bohórquez. El bicho no cesa de barbear tablas, incluso se dedica a escarbar (…) Ahí está Rafael de Paula. Silencio. Paula lleva el capote muy recogido y se lo ofrece, como una dádiva, a su enemigo, que se embelesa y sigue el alado engaño en cuatro verónicas. Un clamor. Un recorte. Otro clamor. "Barbudo" toma una vara. Paula se dispone a hacer el quite. Un silencio claustral. Dos verónicas y una media. Nuevo clamor. Verónicas éstas de Paula que levantan a la gente del asiento. El viento, este viento artístico, se nos antoja refrescante ante tanto y tanto capotazo que actualmente se prodiga. El capote, en las manos de Paula, es sutil, ligero. Inspirador de formas.

Paula va a iniciar la faena de muleta. Unos ayudados por alto en los que "Barbudo" pasa obediente delante del muletero. La plaza continúa siendo un clamor. Redondos, naturales "¡Que no toque la música!" La música deja de oírse para dar paso a las únicas notas que deben acompañar una faena. Olés, olés y olés subrayan cada pase del torero, que embruja con su arte, que hechiza. Paula emerge, se transfigura. Sus pases se nos antojan algo nuevo, distinto, nunca visto, y ahí está su fuerza. Paula mata de media tras pinchar en dos ocasiones y aun así corta dos orejas. En la vuelta al ruedo, Sebastián Miranda, desde una barrera del cinco, le arroja su sombrero. En el último, que atendía por "Nazareno", entre el viento y la embestida cortita y deslucida, Paula se deshizo de él tras trastearlo y matarlo mal. Aplausos, más que nada de respeto al recuerdo de su faena cumbre (…)

Tarde de pasión, de controversias. De ráfagas de viento artístico que aún me llegan, calientes en el recuerdo de la faena de Paula. De hechizo, de brujería, de magia. (ABC, 8 de octubre de 1974).

No hubo más. Madrid no volvería a saber de Paula sino como un fenomenal capotero. Y por el estilo el resto del mundo, salvo su rincón del sur. Pero así son los gitanos. Muy dados a vivir del cuento. Y, a veces, a cuajar faenas que suscitan adhesiones y fervores interminables.


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