Torear una encerrona no sólo significa afrontar un reto con el toro y el público, sino también una prueba de superación personal, a la que Fortes se ha apuntado hoy en la antigua plaza de Antequera, situada en la provincia de Málaga, cerca de su casa, y este recinto inaugurado en 1848, fue testigo de un hecho incontestable: Saúl, el hombre, está de regreso… y también el torero.
Y de la mano caminaron ambos en esta difícil encomienda, en la que tenía dos asignaturas pendientes, de distinta dificultad: reafirmar su vocación, quizá lo más sencillo, y mostrar que ha avanzado mucho en su expresión artística, sin apartarse nunca del clasicismo, pero ahora con más profundidad en su sentimiento torero.
Uno a uno fueron apareciendo los toros de esta encerrona sobre el albero del coso antequerano, y si alguien dudaba de que aquella gesta en solitario tendría el diapasón necesario para no aburrir, pues se habrá quedado callado, porque Fortes estuvo variado y valiente, además de artista.
Dotado de una naturalidad para andar por la plaza, con una suficiencia de un torero con más experiencia en estas lides –y lidias– acabó por convencer al público que acudió hoy a presenciar esta corrida que aportó mucha miga para el comentario, sobre todo después de ver la capacidad desplegada por el malagueño ante toros de muy distinta condición.
A su consabida sobriedad estilística, añadió algo en lo que ha venido trabajando mucho: la cadencia, un aspecto que se comenta poco entre aficionados, pero que consiste en procurar hacer las cosas con ritmo y compás, muy en la cuerda del torero de este rincón de España donde el toreo es un arte llamado a mecerse al compás de las olas del Mediterráneo.
Y así fluyó Fortes desde que se abrió de capote con el noble y facilón primero, un toro de Manuel Blázquez, que le dejó "tender la suerte a la verónica" –como decía el incomparable Pepe Alameda– en lances suaves en lo que toreó encajando la cintura hacia el lado de cargar la suerte.
Un armonioso galleo para llevar el toro al caballo, mediante unas chicuelinas al paso, terminó de confirmar el rumbo de las pretensiones de Saúl, que ya no se apartó de esa misma suavidad, y que bosquejó en una primera faena que comenzó de manera inverosímil: con unas bernadinas, en los medios.
Luego de esta ratificación de intenciones, Fortes mató de una certera estocada, cortó una merecida oreja, y marcó la pauta del resto de la tarde, pues, salvo en contadas ocasiones, manejó el acero con suma facilidad; vamos, como si hubiera toreado una docena de corridas de toros en este comienzo de temporada, que apenas en la encerrona de hoy comenzó para él.
Con el noble toro de El Pilar que salió en segundo lugar, volvió a estar muy natural toreando de capote, e igualmente asentado al hacerlo de muleta, en series de buen acabado que culminaron con un pinchazo, y una estocada honda.
Pero llegó la lidia del tercero, un toro de Julio de la Puerta, bajo y armonioso, que desde el principio mostró su clase, y Fortes no desaprovechó ninguna embestida en la lidia medular de la corrida, pues con este ejemplar, de nombre "Petroneo", consiguió el cénit de su destacada actuación.
Los lances de recibo, con la pierna de salida flexionada, antecedieron un momento de peligro cuando intentaba llevar el toro al picador, y sufrió una desconcertante zancadilla que lo hizo caer de bruces y quedar a merced del toro. Por fortuna, aquello sólo constituyó el primer susto de la tarde, y sin darle ninguna importancia, recuperó el hilo conductor de "su" tarde.
El toro empezó a humillar con mucha clase, casi que embestía de salón. Ya los toros como "Pretoneo" es necesario entenderlos, acariciarlos, y tener el don para sacarles todo el fondo de nobleza que va aparejado a su bravura. Y así lo hizo Saúl en naturales lentos, hondos, de un relajamiento pasmoso aunado a un empaque natural, quizá lo más complejo de amalgamar en el toreo.
El toro siguió embistiendo con la misma calidad hasta el final, y el sentimiento del torero se dejó llevar en una obra de mucho calado que remató de otra estocada ejecutada dando el pecho, y haciendo gala de una técnica depurada. Inexplicablemente no le concedieron el rabo del toro, quizá porque el presidente sacó el pañuelo azul para ordenar la vuelta al ruedo a tan noble "amigo". Pero aquello era de rabo, sí señor. Al margen del resultado numérico, lo que queda fue la huella de ese toreo tan perfumado, tan rondeño.
El toro de Victorino Martín que hizo cuarto era hijo del "Cobradiezmos", paradigma de la bravura, y se parecía mucho en la cara, pues tenía uno pitones cuya curvatura –más no su longitud– recordaban a los de su famoso padre. Pero no tuvo chispa, y tampoco Fortes terminó de entenderlo, ya que es un torero que no está tan familiarizado con esta forma de embestir con la que hay que echar mano de mucho sitio e intuición. De cualquiera manera, se agradece que su gente haya traído un toro de este hierro para abrir el abanico ganadero. Lo mejor: la rotunda estocada con la que lo tumbó, para sumar otra oreja a su cuenta.
El quinto era del hierro de Valdefresno, y fue el de mayor trapío de la corrida, en la que hay que detenerse a considerar que fue elegida para una plaza de tercera. Y a este ejemplar proveniente del campo charro, que embistió encastado desde el inicio, le hizo una faena recia y poderosa, en la que tampoco abandonó ese mismo estilo reposado y torero que ya forma parte de su forma de interpretar el toreo.
A pesar de que el toro no tenía ritmo, Saúl le dio tiempo y procuró templarlo a ver si terminaba por entregarse en un trasteo un tanto intermitente que no acabó tan bien con la espada como en capítulos anteriores. Mas este hecho no restó brillantez al contexto general de lo que la gente, entregada siempre, estaba viviendo en esta corrida.
El sexto tenía la divisa de Garcigrande, y no acabó de definirse. El elegante quite combinado de tafalleras y gaoneras, nuevamente muy sedoso, como casi todo el toreo de capote de Saúl en esta tarde, fue lo más acabado en una lidia que tuvo un momento de intensidad cuando, en un momento de descuido –y posiblemente también de abandono–, el toro le echó mano y le pegó una paliza.
Saúl se levantó otra vez sin hacer ningún miramiento y volvió a la cara del toro para torear con enjundia en la que fue la serie más atractiva, de una faena que –ahora sí, y no como lo pretendía neciamente con el toro anterior– citó a recibir para ejecutar una estocada a un tiempo que fue el gran colofón a una corrida que ya quedará inscrita en los anales del recoleto coso, y también en la esforzada carrera de un torero honrado que pide paso... en las plazas grandes.
Ficha Antequera (Málaga), España.- Fiestas de Primavera. Poco más de dos tercios de entrada, en tarde soleada y agradable. Toros de distintas ganaderías, en el siguiente orden:
Manuel Blázquez, manso y pastueño;
El Pilar, noble;
Julio de la Puerta, bravo, con clase y duración (premiado con vuelta al ruedo);
Victorino Martín, manejable, sin chispa;
Valdefresno, exigente pero sin ritmo, y
Domingo Hernández, deslucido, sin humillar.
Fortes (azul celeste y oro), como único espada: Oreja, palmas tras aviso, dos orejas, oreja, ovación tras aviso y oreja tras aviso. Incidencias: Sobresalió en banderillas
Fernando Sánchez, que clavó dos magníficos pares al 4o. y saludó una ovación. Y en varas,
Aitor Sánchez, que picó muy bien al 5o. El toro premiado con la vuelta al ruedo se llamó "Petroneo", número 6, negro. Al finalizar la lidia del 3o., el personal de plaza regó el ruedo y se hizo una breve pausa para la merienda. Al 5o. y al 6o. los paró con un capote que tenía una inscripción que decía "todo lo que puedas imaginar es real", debajo de un ojo picassiano. En el 6o. sufrió una aparatosa voltereta en la que cayó de fea manera.