Banners
Banners
altoromexico.com

El toreo como drama de un mismo destino

Lunes, 01 May 2023    AGS., Ags.    Juan Antonio de Labra | Enviado           
Diego San Román evocó la épica en una corrida inolvidable
La tarde de hoy en Aguascalientes fue un desbocado aluvión de emociones, que mantuvieron el interés del público en todo momento, y la exigencia del encierro de San Miguel de Mimiahuapam –tanto por su edad como por su conducta– vino a reivindicar un ritual añejo, con rumor de tambores de guerra, ahí donde el toro y el hombre volvieron a encontrarse con su destino.

En ese azaroso juego de voluntades confrontadas, el miedo es el catalizador de una lucha de poder en la que el toro sale a matar y el torero procura burlar la muerte con la gracia de la inteligencia. Pero en esta corrida tan especial, Diego San Román vino a trastocar algunos conceptos clásicos y su valor quedó al desnudo, olvidándose de que tenía cuerpo, en sendas faenas plagadas de un desgarrado dramatismo.

La primera, con un toro bravo, que embestía humillado y al que había que llevar sometido palmo a palmo, pues ahí donde perdía la muleta regresaba en las manos buscando coger lo que había delante. La segunda, rabiosa, arrebatada, que provocó un contradictorio éxtasis de júbilo y pánico, en una mezcla explosiva alentó que llevó a San Román a inmolarse, ya cuando el toro se había acobardado y todavía le quedaba el recurso de lanzar un fuerte pitonazo que hizo volar al torero por los aires.

¿Quién mandaba ahí? ¿El instinto del toro y su razón de ser? ¿La bravura del torero y su ambición de trascender? Los dos mandaban, discutían, luchaban, en una clara evocación del circo romano, reminiscencia nostálgica de una realidad hoy día inexistente que aquí, en esta corrida de toros, rayó la heroicidad de las grandes gestas guerreras de otros tiempos

Y si San Román desafió a la muerte sin reserva, el toro terminó respetando aquella decisión tan salvaje, en la que quizá también él se identificaba. Porque ahí había dos fieras; dos locos bajo una luna casi llena; dos enamorados de la vida… y un solo destino: la muerte. En este caso, la del toro. Y con ella, la ratificación de su especie, mientras la gloria fue para el hombre, para el torero, para ese artista que hoy creaba una obra de una emoción y una intensidad sumamente profunda.

En otro capítulo de esta tarde, la de la épica de los gallos de pelea, el otro fue Joselito Adame, que apechugó delante de un sobrero que parecía sacado de un cromo de "La Lidia"; un dibujo de aquellos toros decimonónicos extraídos de los pinceles de Daniel Perea. Alto, vareado, noble. Con su amplia cuna y su mirada seria, que embistió con soltura una muleta conocedora del viejo arte de lidiar reses bravas, y un oficio plagado de recursos para sacarle provecho, capaz de revertir la bronca del toro devuelto por flojo y sin el trapío requerido en esta cita con la adversidad.

Y a fuerza de taparle la cara, caerle adelante, ganarle la intención, la faena cobró dimensión y culminó de una estocada que quizá no era del toro buena para haber cortado una oreja que protestó un sector del público, que venía a medir a los toreros sin importar que el viento se entrometía en las telas de sus engaños.

Picado en su amor propio, y luego de la raza torera desplegada por San Román en el tercero, al que le tumbó dos orejas de ley, Joselito salió a demostrar porque se mantiene en el sitio de privilegio que le corresponde por derecho propio. Y ese quinto toro, zancudo y serio por delante, le plantó cara sin miramientos, buscando encauzar las enrazadas embestidas en pases largos, en los que procuró que no viera nada más sino su recia muleta.

Ya cuando parecía que José había conseguido domeñarlo, y se avizoraba una última parte de faena más artística, el toro vino andando tras un molinete y no le perdonó la duda al quedarse un poco atravesado. Ahí se lo echó a los lomos de manera violenta; lo levantó en vilo y, en la caída, le asestó un pitonazo en la mandíbula que lo dejó tendido sobre la arena, inerme, desmadejado, como un muñeco roto.

Los capotes salvadores de los banderilleros alejaron el peligro, y la plaza enmudeció en el momento en que las asistencias, alarmadas, se llevaban a aquel pelele rumbo a la enfermería. El terror se había apoderado del ambiente. Ahí no reinaba sino la confusión y el miedo, mientras Emilio de Justo, que había estado desconfiado con el primero y entonado con el noble cuarto, salió a dar muerte al toro que había descontado a Joselito Adame.

En lo que dura un pinchazo y cae una estocada, Emilio se quitó de enfrente a aquel toro, y al final de la lidia, Joselito apareció en el redondel, dolorido, maltrecho, luego de haber recuperado la conciencia, y mostrando su malestar de que no le hayan dejado terminar lo que había empezado. Pero no estaba en condiciones de volver al redondel salvo para tranquilizar a la gente, que de inmediato reconoció su valor y le tributó una cariñosa ovación, edulcorada con los balsámicos gritos de "¡torero, torero!". Y de nuevo, pa’dentro. Al hule. Una más a la larga lista de cornadas, y a ocupar una cama a pocos metros de donde esta noche Arturo Macías sigue en terapia intensiva.

La imagen de Diego San Román a hombros, vitoreado por miles de congéneres, aliviados ya de tanto miedo y de tanto gozo, y de esa sacudida de adrenalina que toco sus corazones, la vida regresó poco a poco a la calle, ahí donde todos somos toreros de nuestra propia suerte; ahí donde cada uno sabe que, en cierto momento, hay que afrontar el destino con la valentía de los toreros, esos últimos héroes literarios que todavía nos quedan en el mundo.

Ficha
Aguascalientes, Ags.- Decimoprimera corrida de feria. Poco más de dos tercios de entrada, en tarde soleada y calurosa, con intermitentes ráfagas de viento. Toros de San Miguel de Mimiahuapam, (el 2o. devuelto por flojo y tras ser protestado por tener menos trapío que el 1o.), con edad, exigentes, de los que destacó el 3o. por su bravura y el 4o. por su nobleza. Todos los toros se arrancaron de largo al caballo y pelearon en varas. Pesos: 490, 496, 492, 516, 497 y 488 kilos. Emilio de Justo (obispo y oro): Ovación, oreja y palmas en el que mató por Joselito. Joselito Adame (burdeos y oro): Oreja con protestas y ovación cuando regresó de la enfermería. Diego San Román (sangre de toro y oro): Dos orejas y dos orejas y rabo con algunas protestas. Incidencias: Durante la faena del 5o., Joselito sufrió una espeluznante voltereta, de la que resultó conmocionado; lo condujeron la enfermería, de la que salió cuando De Justo ya había dado muerte al toro. Al finalizar fue trasladado al hospital para ser revisado. Destacó en banderillas Morenito de Arles, que banderilleó muy bien al 4o. y saludó una ovación. Y también Jorge Delijorge, que estuvo torero con los palos en sus distintas intervenciones. En varas, lucieron Daniel Morales, José Isabel Prado y Eduardo Rivera hijo. Al finalizar el paseíllo se rindió un homenaje al director de la Banda Municipal de Aguascalientes, Ismael Rodríguez, tras cumplir 35 años en esta función.


Comparte la noticia


Banners