El toledano Tomás Rufo, con la misma serenidad, cabeza clara, mano poderosa y espada letal que ha blandido desde novillero abre por segunda vez en su corta carrera la puerta magna de La Maestranza, con dos faenas musicalizadas. a la medida de las cualidades y carencias de su lote. Que no fue perfecto ni mucho menos. Pero también al son del sentimiento colectivo.

 

"Insensato", el tercero, fue el único que no blandeó y tuvo fondo, además de un talante más noble que fiero. Verónicas, delantales, medias y larga de corrección espartana, probaron lo que le había deparado el sorteo y le lanzaron a los medios montera en mano para brindarlo a la plaza. Dos rodillas a tierra y de largo, cinco derechas aguantadas en redondo y dos de pecho sin incorporarse. La misma dosis de pie con el toro acometiendo emotivo y el pasodoble y la ovación al unísono.

Y por naturales con media muleta por el suelo trazando hacia dentro casi en círculo. Toreo patrás, atalonado, arrrimado, fundamental y sin florituras. Nada de perder pasos, nada de uno en uno, nada de ventajas. La verdad escueta. Dos largas tandas naturales y una derecha en los medios precedieron la estocada con el toro buscando el platillo. Las dos orejas y la ovación al arrastre.

El sexto "Levítico", castaño, abrochadito de puntas, acompasó con los seis tenues lances y el remate. Lo cuidaron mucho en varas como a toda la corrida que prácticamente no fue picada, que tal que lo hubiese sido. Al salir de la segunda vara se peco una voltereta que hizo vanos los cuidados intensivos prodigados. Lo afectó seguro, pero mucho menos de lo que hizo temer. Dos derechas y cayó, Luego, la mano curativa lo sostuvo y lo llevó en dos series lenta y recitadas que volvieron prender jolgorio (todos querían puerta grande y estaba a tiro). La siguiente orbital por el pitón izquierdo fue de gran calado y la siguiente y la siguiente con los pases de pecho en ceñidos semicírculos al hombro contralateral. El estocadón en la yema y el salomónico pañuelo de Gabriel Fernández Rey cerraron la corrida y abrieron el triunfo principesco. Adiós resaca.

 

Manzanares había iniciado con un buen toro al que trató con esa regia displicencia que hoy lució incongruente. Le pasó y le pasó así, con tiempos muertos que amodorraban. Sin embargo Sevilla, que lo considera suyo le hubiese dado pelo, pero él puso el estoque delantero, saliendo desarmado, el malmatado se levantó dos veces, cayó el aviso y a la fanaticada no le quedó más que sacarlo a saludar. El cuarto fue minusválido. Daba pena. Le pincho cuatro veces y al quinto viaje pegó la buena.

 

Pablo Aguado no estuvo a gusto, el rictus lo expresaba desde antes de soltarle el segundo (devuelto por… ¿manso?) y más con el bis. No lució su capote, ni su muleta, ni su planta, ni nada. Cuando Rufo le quito el toro con tres chicuelinas y media buenas, replicó atropellado con cuatro y dos medias que le salieron raudas y punteadas. Se torea como se está. La obertura con rodillazos a toro pasado emocionó poco, y la cosa entro en un fárrago mientras él y el toro se aburrían mutuamente. Una estocada corta desprendida, sacó de penas. El quinto "tenía clase, pero no duró", dijo. Y el arrimón final resultó fuera de lugar.

 

"Los toros bravos para los toreros bravos", resumió el ganadero Borja Domecq. Resultaba obvia la referencia, cuando el toledano era sacado a hombros.