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El comentario de Juan Antonio de Labra

Jueves, 27 Abr 2023    AGS., Ags.    Juan Antonio de Labra | Opinión     
"...Por eso el arte del toreo debería de persistir por siempre..."
Morante provocó una catarsis ayer en Sevilla con su toreo eterno, donde firmó uno de los triunfos más clamorosos de los últimos tiempos. Y más allá de hacer historia al haber cortado un rabo 52 años después de que este trofeo no se concedía en La Maestranza, su verdadera trascendencia es haber nutrido el alma de todos los aficionados que tuvieron el enorme privilegio de estar en la plaza.

A través de la televisión -o cualquier dispositivo inventado por la revolucionaria tecnología de nuestros días-, aquí, en Aguascalientes, este acontecimiento se vivió con la alegría que se desbordó a través de la lidia de "Ligerito", el toro de Domingo Hernández, cuyo nombre quedará inscrito en los anales de la plaza más guapa del mundo.

¿Y ahora qué sigue? Se preguntará más de algún aficionado sensato. ¿Cómo mirar a los demás toreros? Porque esto fue de "¡apaga y vámonos!", o dicho de manera más flamenca: "Morante acabó con el cuadro", y cuando eso sucede resulta casi imposible de ser superado.

Desde la distancia, esta obra de arte impactó, y ni siquiera la frialdad del video fue capaz de restar espiritualidad a una faena de alto bordo; a una lidia poética en la que se erigió un monumento al toreo de capote.

Y la inspiración no sólo brotó de las manos de Morante, sino también de Diego Urdiales en el quite -y Juan Ortega en el toro anterior-, ante la mirada antigua y serena de dos colosos de la verónica: Curro Romero y Rafael de Paula, mitos vivientes que también dejaron sobre este dorado albero la magia de sus lances y el aroma de una nostalgia anticipada, que hoy reencarnó en Morante y dejó una estela del recuerdo de los grandes artistas del primer tercio.

Parecía como si el etéreo fantasma de Rodolfo Gaona, Pepe Ortiz, Curro Puya, Cagancho, Jesús Solórzano o Pepe Luis Vázquez, entre otros pocos consagrados del difícil lance de la verónica, revoloteara libremente como los vencejos, que cada tarde de toros buscan su nido entre la soleada arquería de la plaza.

Por eso el arte del toreo debería de persistir por siempre como la más clara y sublime manifestación de un arte deliberadamente anacrónico; una expresión de carácter humanista que refleja las luces y las sombras de la vida, ahí donde el toro sigue siendo un ser generador de profundas emociones.


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