Salió el toro. Victorino, entipado, bello, cárdeno, parejo de romana en 526 kilos, y con la personalidad que impone respeto. Salió a exigir, a no dejarse, a vender cara su vida. Desde la nobleza y son supremos del quinto hasta la fiereza del segundo y el sexto, pasando por la diversa bravura de los otros tres. Todos a los caballos, recargando. Todos persiguiendo en banderillas. Cuatro cinqueños. No fue un encierro perfecto, por fortuna, fue una corrida de toros con la imprevisibilidad y la emoción que hacen del rito taurino aun el más real de la era moderna. Quizá el único.

 

Momentos de honda emoción en la tarde. Reapareció El Cid, al natural por supuesto, con dos faenas llenas de añoranza. La del cuarto "Mecatero" ungida con lágrimas al final. En ella todo había salido bien. Ovación de salida. Ovación para Javier Ambel por su lujosa lidia. Ovación y saludo para Lipi por dos pares de balcón. Ovación y pasodoble para los ocho naturales y el forzado en los medios donde sin preámbulo abrió la faena. 

Sonaba "Dauder", interpretación de gala. Y la faena se fue por la izquierda y por la izquierda, con algunos muy propios, de las mejores épocas. Y el bravo yendo a todo, pero noble y quieto en el desplante con caricia del pitón y codo en la testuz que firmaron el dominio. La estocada total en sitio, la oreja y la vuelta. La más alegre del primero no tocó pelo quizá porque la espada honda, trasera no obró y requirió descabello. Una vuelta al ruedo exigida la premió.

Manuel Escribano en dos versiones. Recio lidiador con el segundo que salió en modo "alimaña", revolviendo, buscando y acosando sin descomponerlo, y al que terminó sometiendo en dos tandas cuerpo a cuerpo, de a cuatro, ligadas, con dos de pecho, cada una, que fueron un parte de victoria. Para eso es el toreo para mandar, no para acompañar posando. El estoque pasado y tendido y el saludo en el tercio.

 

Pero lo artístico vino con el quinto "Patatero" No. 69, cinqueño, de 505 kilos. Al que recibió con larga cambiada de rodillas lejos de la gayola, y que recargó en las dos varas traseras de Manuel Quinta. Blandeó, pero el tremendo tercio de banderillas le avivó y termino haciendo tomar el olivo a Manuel. Gran ovación. (Pedro Romero decía que era preferible dejarse coger que hacerlo, bueno los tiempos han cambiado). 

Lo que ocurrió después fue como si hubiesen parado el reloj. Las embestidas, fijas, humilladas largas y repetidas fuero de una lentitud que prolongaba las suertes al infinito. Una y otra vez, más por la izquierda que por la derecha. El temple, la delicadeza y la secuencia hicieron perder la medida y el aviso sonó antes de la gran estocada que mereció las dos orejas. "De haber tenido un poco de más viveza y fuerza hubiese sido de vacas" comentó Escribano.

 

Emilio de Justo, se fajó en ocho verónicas y media genuflexas, todas, con el encastado tercero que las tomó codicioso. Abundó por naturales enaltecidos por la furia de las acometidas, pero a media faena el animal vino a menos, tardeó, enganchó, pero luego el gran volapié y la estocada de libro, dieron argumento a la mayoritaria petición atendida por el palco. Oreja. 

Cerró la tarde jugándose el pellejo con el avieso sexto que le buscó las cosquillas. No cedió, apostó como lidiador decimonónico, tragando, desafiando, librando tornillazos y convenciendo a todos hizo sonar los cobres. De tu a tu fue la pelea. Dos pinchazos un aviso y una estocada arriba le pusieron fin al duelo, con ovación al arrastre y al torero.

 

Victorino Martín dijo: "mi corrida topó con tres leones. Y el público, que tras tres horas y media no se iba, pensó lo mismo porque los ovacionó duro una vez más ya de salida".