Esta faena de "Cocotero" es quizás la mejor de cuantas...
¿Fue superior a la de "Tanguito" la faena de Silverio Pérez a "Cocotero" de Torrecilla? A casi dos meses del célebre trasteo al ejemplar de Pastejé, sobre la misma arena capitalina de El Toreo, el Faraón de Texcoco iba a dejar una nueva muestra de su arte personalísimo que la crónica en pleno no dudó en situar por encima de la del 31 de enero de 1943, que es la que ha perdurado con más vigor en los anales y la mitología de la fiesta.
El toreo es cuestión de sensaciones. Sensaciones y percepciones. Sentires, reacciones, puntos de vista. Para un público engolosinado con el goce del estilo profundo y el ritmo inequívocamente mexicano de Silverio mucho debió influir la arrebatadora inercia emocional del momento. A la memorable tarde de "Tanguito" y "Clarinero" –el pastejé inmortalizado por Armillita en la misma corrida— el artista texcocano le sumó una victoria parecidamente resonante con "Caraba" de La Punta (14–02–43), al tiempo que Agustín Lara estrenaba su pasodoble más famoso, inspirado en el deslumbramiento provocado por las gestas del ídolo texcocano. Vinieron luego para el hermano de Carmelo dos tardes sin mayor fortuna, aunque no estuvo mal y seguía interesando como el que más. Ahora iba a cerrar la temporada mano a mano con Luis Castro "El Soldado" y toros de Torrecilla. Naturalmente, el lleno, con la reventa de plácemes, estaba garantizado.
Hermoso encierro
Don Julián Llaguno envió un sexteto de lujo para la ocasión; fino de hechuras y de excelente nota, su juego no desmereció de su estampa ni de los buenos antecedentes de la vacada hermana de San Mateo. Tres de sus ejemplares resultaron magníficos, aunque a "Violetero", el quinto, sobrado de celo y casta, le faltó castigo en varas y Luis Castro no consiguió dominar su seca bravura.
Tampoco Silverio pudo aprovechar cabalmente a "Cometa", su primero, porque una fea voltereta lo dejó maltrecho y en inferioridad por el resto de la lidia. El Resucitado, cronista de La Lidia especializado en la reseña toro por toro, lo juzgó un astado digno de premio, ya que "fue un gran toro que no todos apreciaron debidamente; por no molestar al torero no se le aplaudió lo merecido en el arrastre"; bien es verdad que su cualidad fundamental se mantuvo en una línea incómoda: "fuerza y codicia".
"Cocotero"
El mismo analista señala que aparecía con el nombre de "Consentido" en los libros de la ganadería y fue destinado a cerrar plaza. "Herrado con el número 6, cárdeno, oscuro, salpicado, abierto y vuelto de pitacos (…) Con el capote se prendió a los vuelos y siempre humilló a la perfección. Con codicia y bravura tomó las tres varas de rigor, a cambio de fenomenal tumbo (…) Una gran vara de Limberg lo asentó y dejó en condiciones ideales (…) El diestro encargado de matarlo lo dobló primero y, convencido de la bondad de su condición, se lo pasó innumerables veces por los alamares en una faena larga, ruidosamente festejada (…) Era de esos bichos que conforme se les torea se acoplan cada vez más al lidiador, formando cuadros bellísimos (…) Con toda justicia se le dio vuelta al ruedo a su cadáver". (La Lidia, 2 de abril de 1943).
El Soldado
En la inauguración de esa temporada, Luis Castro había sufrido una de las cornadas más graves habidas en El Toreo: "Calao", de Piedras Negras, le seccionó la femoral y lo puso al borde de la muerte (22–11–42). Dos meses tardó en reaparecer y lo hizo con una faena muy estimable a "Perlito", de San Mateo (24–01–43). Famosamente desigual, pasó de una tarde de broncas y multa a una faena de rabo con "Polvo de Oro", berrendo en castaño de San Diego de los Padres (28–02–43), para cerrar grismente su temporada este 28 de marzo que Silverio iba a convertir en otra fecha para la historia.
Silverio
Había levantado al público de sus asientos cuando recibió a "Cometa" –negro lucero y bien puesto—con una tanda de verónicas tan lentas y ceñidas que cayeron sombreros a la arena. Y giraba con arrobo en su inimitable versión de la chicuelina cuando, por ceñirse en exceso, el de Torrecilla lo mandó a las alturas y, en la caída, quedó cubierto por su capote y sin saber a qué santo encomendarse. La providencia hizo que "Cometa" se distrajera, y cuando, ileso pero golpeado, se lio muleta en mano con el astado, la casta del animal se impuso al dolido diestro. Como el cuarto no se prestó a mayores cosas, el suspenso sobre si Silverio acometería o no otra de sus hazañas se prolongó hasta la salida del cierraplaza.
Ahora sabemos que el monarca del trincherazo –Agustín Lara dixit— iba a bordar inolvidablemente a "Cocotero", y que los rapsodas del momento prodigarían sus mejores tropos para cantar la inmensa faena del Faraón. Imposible discernir hoy si fue superior a la de "Tanguito", aunque existe un tramo de su inspirado muleteo, editado para el noticiario Lasa-Excélsior que se exhibía en los cines del país, que muestra una tanda derechista compuesta por ocho o nueve trazos en redondo de inmaculado temple y casi ninguna enmienda entre pase y pase, rematados por alto y coronados con rotundo pase de trinchera. Un todo, un manojo de pases de belleza sobrecogedora. Lo que sí podemos es leer algo de lo más significativo y jugoso que al respecto se publicó.
"El Tío Carlos"
"En cuanto este místico del toreo comienza a inspirarse, los minutos se deforman (…) –El tiempo esto es lo extraordinario-– adquiere plasticidad (…) La sensación lleva al extremo de creer que se libera de la mecánica esclavitud reguladora del reloj y salta libremente para medir los instantes en función del ritmo que le marca la muleta texcocana. Y allí, sobre el trapo rojo, unas manecillas fantásticas parecen ondular entre los pliegues marcando crestas y abismos, alargando hasta lo increíble la duración del instante. Es como si el tiempo se volviera un elástico abismo. Y hacia la cima de cada segundo se lanzan las imágenes bellas que el torero va creando. Van primero pausadas, largas, solemnes. Se multiplican luego en intensidad creciente. Se vuelven al fin tropel desbordado de plástica que se lanza tumultuoso a las honduras del minuto. Y el tiempo queda así preñado de belleza, saturado de luces y sombras. Se vuelve un tiempo profundo.
Podrá decirse después que la faena de Silverio duró cinco o siete minutos: todos tendremos la certeza de haber vivido siglos de emociones. El arte –y en especial el de este texcocano– no se desenvuelve en dimensiones físicas. Las suyas son la altura de la creación y la profundidad del alma. Entre el espíritu que intuye y la mano que ejecuta la intuición hay un organismo que suele ser infiel para transmitir la fuerza y la pureza de la inspiración. Algo o mucho se pierde en el esfuerzo de expresar. En el Silverio de este año parece ya no existir ese problema: es como si la muleta estuviese manejada directamente por las vísceras. Así, al menos, resultan de entrañables, directas y profundas las realizaciones del texcocano.
Esta faena de "Cocotero" es quizás la mejor de cuantas Silverio haya realizado. En torerismo, es comparable a aquel que lograra con su segundo toro de San Mateo en la memorable corrida del 13 de diciembre. En belleza puede ceder a la de "Tanguito"; pero es preciso convenir en que "Tanguito" puso de su parte mucho para el logro de la faena. Y en el caso de "Cocotero" se trataba de un toro muy bueno pero normal; sin embestida de lentitud extraordinaria sino, por el contrario, fuerte. De toro de lidia, simplemente.
Silverio lo tomó en el tercio y coronó la faena en los medios. Dobló en los principios con suavidad y rematando a perfección los pases. Toreó en redondo con la derecha mediante muletazos larguísimos, lentos, inminentes en su cercanía. Toreó por alto abriendo el compás en una figura que se vería horrible en cualquier otro torero y que en Silverio resulta de una personalísima plasticidad. Siguió toreando de frente por alto, al estilo de La Serna, pero sin levantar la muleta en exceso, apenas lo suficiente para dar la salida.
En los medios ya, reanudó el toreo derechista en redondo sin descomponerse; pinchó y ejecutó en seguida cuatro muletazos por abajo con una rodilla en tierra que fueron un conjunto de tal armonía, de tal unidad, de tan claro mando, que bien pueden llamarse insuperables: el cuerno volvía sobre la pierna de la salida y el torero dejaba el trapo esperando templadamente el remate del hachazo; y cuando remató aquella serie arrancando suavemente la muleta del hocico mediante un precioso medio pase de tirón, el animal juntó las manos, embobado. La estocada, naturalmente, lo que ustedes suponen.
Antes, en el segundo toro, Silverio había dado varias chicuelinas. Pero destaquemos una: la primera. Bien puede decirse ya para siempre LA chicuelina. La que pase a los diccionarios y las enciclopedias con esta definición: Chicuelina.- Lance que inventó Chicuelo y que llevó a su máxima expresión Silverio Pérez. Así de suave y ceñido, de limpio y angustioso fue ese lance". (Septién García, Carlos. Crónicas de toros. Edit. Jus. México. 1948. pp 72-74).
Roque Solares Tacubaq
"Por segunda vez soy deudor a Silverio por la intensa vibración que hubo en mi emotividad taurómaca. Fue por el trasteo que el DIESTRO –en esta ocasión muy diestro– hizo al toro nombrado "Cocotero", el sexto de la última corrida. Superó la calidad de MAGISTRAL, ascendiendo a la de ÉPICA. Fue ostentación de arte sólido, de reciedumbre sostenida en el trípode de la valentía e inteligencia, unidas a la destreza técnica. Fue paroxismo de perfección, que llevó a Silverio a la proximidad de lo mitológico (…) Es inmensamente superior a la tan celebrada de "Tanguito" (…) en "Cocotero" sí había adversario con los requisitos necesarios para que surgiera la potencialidad taurómaca del espada (…) "Cocotero" era bravo y codicioso y tenía pujanza. No era un pazguato, como "Tanguito" (...) "Cocotero" no era dominable sin que el espada estuviera en riesgo inminente". (La Lidia, 2 de abril de 1943).
"Don Tancredo"
"La golpiza que sufrió Silverio le impidió realizar la gran faena que merecía su primer toro, y a su segundo le hizo un trasteo de positivo mérito, culminando su labor con "Cocotero", astado de bandera del que cortó las orejas y el rabo mientras las aclamaciones proclamaban su gloria en forma unánime y apasionada, pues esta faena superó con creces la del inolvidable "Tanguito". Así terminó la corrida y la temporada en que Silverio Pérez escaló las más altas cumbres con su toreo eminentemente plástico, emotivo y trágico". (íbid).
Hemos repasado escritos de cuatro cronistas de competencia y probidad reconocidas. Dentro del estilo de cada cual y desde su propia subjetividad, coinciden en lo esencial. Pareciera que, efectivamente, la faena de "Cocotero" fue superior a la de "Tanguito". Y aún guardaba Silverio en sus arcanos unas cuantas obras de arte más, para seguir iluminando con ellas la época de oro de la tauromaquia nacional.