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La inolvidable faena de Capetillo a "Tabachín"

Lunes, 13 Feb 2023    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | La Jornada de Oriente   
El toro de la ganadería de Valparaíso que cuajó en la Plaza México
Durante los años de esplendor de Valparaíso  –la fracción de Torrecilla que quedó en manos de don Valentín Rivero Azcárraga a raíz de su matrimonio con Ana María Llaguno, la hija de don Julián –el torero de la casa fue Manuel Capetillo Villaseñor, presente por tanto en cuanto cartel anunciara a esta vacada, incluida su fallida encerrona de despedida en la propia Monumental México (25-02-68). 

Curiosamente, las grandes faenas de Manuel en la capital con toros del señor Rivero se reducen a dos: la del berrendo "Pingüino", prodigioso ejemplar que no se cansaba de embestir desde largo arando la arena con el hocico, ni el tapatío de ligarle derechazos y naturales de gran dimensión en los medios de la plaza; no lo mató bien, y al recibir una oreja entre discusiones apasionadas decidió arrojar lejos ese apéndice que consideraba exiguo premio, antes de entregarse al calor del público en repetidas vueltas al ruedo (15-05-60). Y la de "Tabachín", cuarto toro de este 17 de febrero de 1963, obra de tan profunda huella en el torero y sus partidarios que así denominaría Capeto al rancho que a poco de eso adquirió.   

"Tabachín" no fue bravo con los caballos y se mantuvo abanto hasta bien entrada la faena de muleta, incomodidad a la que hay que sumar el fuerte viento imperante; un doble hándicap que, de haberse tratado de otra ganadería, seguramente le habría aconsejado a Manuel echar los cuartos y abreviar. Pero Capetillo les tenía una fe enorme a esos toros, y algo bueno debió advertir en "Tabachín" que, sin ser una perita en dulce, al menos seguía en derechura los engaños. 

Sintió que tenía ante sí un estimulante desafío y, una vez fijada, no sin esfuerzo, la condición huidiza del bicho, fue surgiendo de a poco la clásica faena capetillista, con claro predominio de la mano diestra en series crecientemente despaciosas y harto generosas en cantidad y calidad. Conforme la faena crecía e iba a más, fue produciéndose una especie de comunión mágica entre la obra y sus receptores, y aunque Capeto pinchó dos veces antes de atizar una estocada desprendida y mortal, la fiebre del tendido obligó a al juez a otorgar la oreja, y al torero a recorrer varias veces la circunferencia roja del ruedo bajo un clima delirante

Camino señala la ruta

Los de Valparaíso, más bien terciados, no constituyeron un encierro precisamente idóneo. Y la faena más limpia y ligada de la tarde al buen tercero, "Tamborero" de nombre, la dibujó con pincel finísimo, mando ejemplar y temple inmaculado el sevillano Paco Camino. Para los buenos aficionados, caministas irredentos muchos de ellos, fue ésta su obra mayor en la Monumental, superior incluso a la de "Novato" de Mariano Ramírez, toro de obsequio del que acababa de pasear el rabo luego de brindarlo por televisión al presidente López Mateos (27-01-63). 

Porque mientras la de "Novato", toro de obsequio, trajo el gozo que el público estaba necesitando luego de padecer una corrida soporífera, y por encima de los clamores que desató tuvo innegables altibajos e incluso algún desarme, la de "Tamborero" fue una faena modélica: ni corta ni larga, perfectamente ligada de principio a fin y coronada con un lento, hermosísimo volapié. Por todo ello recibió Paco –simplemente breve con el deslucido quinto –una de las orejas más caras y valiosas otorgadas en la Monumental.

El cachorro de Tetela

Con el tercer espada Víctor Huerta, hermano de José y nacido como él en Tetela de Ocampo, se dieron una serie de hechos harto curiosos. Por alguna extraña razón le correspondió el lote más cuajado del sexteto, que resultaría también el de más bravo y de mejor casta. El de su confirmación de alternativa, "Rinconero" de nombre, pudo más que el catecúmeno y en mitad de su voluntariosa faena lo envió a la enfermería con una paliza considerable (pasaportó al burel Capetillo). 

Pero, cuando ya nadie lo esperaba, salió Víctor para contender con el cierraplaza, que resultó ser el toro de la tarde. Sin la personalidad de su hermano mayor, el pequeño de los Huerta, parco con el capote, sabía torear y correr la mano con sabrosura en el último tercio. Y al ímpetu de ese astado –codicioso pero noble –opuso sus juveniles arrestos, revestidos de llamativa despaciosidad y del mando que precisaba la fuerte embestida de "Remolino", de los seis corridos ese día el que de verdad honró esa tarde la divisa de Valparaíso. A la gente le encantó la disposición del muchacho, le entusiasmó su excelente faena y lo paseó en hombros al concluir de certera estocada su labor. Llevaba Víctor la oreja del toro en la mano y una amplia sonrisa en el rostro. Seguramente ni él ni nadie sospechaba entonces que jamás volvería a pisar la arena de la Monumental.

Ese es otro dato llamativo para una temporada tan corta –12 corridas– como memorable –se cortaron 17 orejas y un rabo, al que debió sumarse otro par, ganado a ley por Joselito Huerta, pero que a los jueces no les dio la gana otorgar –- Extraño porque durante aquella apretada docena de festejos torearon por última vez en su vida en la Plaza México, además del cachorro de Tetela, Jesús Córdoba, José Ramón Tirado y el esteta andaluz Curro Romero, paisano de Paco Camino y, como él, originario del pueblecito sevillano de Camas. 

Curro limitó sus hazañas ante el público de la capital mexicana a un par de aromáticas verónicas y una media de cartel al sexto de la tarde, y dos derechazos imperiales al toro de su confirmación de alternativa –"Tablajero" de La Laguna (24 -02-63). Fue la única vez que lo vimos en la Monumental, saldándose su actuación con dos tenues pitas y un aviso. Enrique Bohórquez, el cronista titular del diario Esto, malagueño de nacimiento, lo resumió en un pareado que lo dice todo:

"Un traje muy bonito sacó Romero / de toda su persona lo más torero". Vestía Curro un precioso terno granate ricamente recamado en oro, y fue cosa muy de ver lo bien que armonizaban las sedas rojizas de los tres espadas, reunidos en el tercio para la ceremonia de cesión de trastos: grana aterciopelado y oro el confirmante, rosa y oro su padrino Humberto Moro Treviño y vino tinto y oro José Huerta, el testigo, que cortaría esa tarde la única oreja de un insípido festejo. 


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