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La tarde que lloró David...

Lunes, 30 Ene 2023    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | La Jornada de Oriente   
La histórica corrida del 27 de enero de 1991 en la Plaza México
La de 1990-91 fue una de las últimas temporadas realmente felices que ha vivido la Plaza México. Rescatada del ostracismo desde el año anterior por un patronato improvisado por mano gubernamental, fue ésta la primera gestionada por la dupla Curro Leal-Aurelio Pérez, es decir, por Televisa, empresa temible, dada su siniestra manera de moldear la mentalidad de las masas, y bien conocida por degradar cuanta cosa tocaba.

Pero, al menos por ese año, se nos permitió disfrutar el esplendor del toreo, en lo cual mucho tuvo que ver el grupo de excelentes matadores mexicanos entre los cuales fueron sobresaliendo, al paso de las corridas, justamente los que reunía el cartel del 27 de enero de 1991, festejo número 14 de la campaña. El lleno, con boletaje agotado y la expectación a tope, alcanzó tal magnitud que no faltó quien lo señalara como algo que no tenía precedentes. Infundio más que dudoso, pues la pasión nacional por los toros venía de lejos y conoció épocas doradas y fervores innumerables en el pasado.
  
Tormenta de emociones

Fue la tarde que David Silveti derramó llanto, conmovido por la entrega con la que el público correspondió a la suya, empeñado en obligar a embestir al quedadísimo "Presumido", su segundo; David se sobrepuso inclusive a una cogida espectacular para extraer, a fuerza de temple inconsútil y aguante espartano, lentos y sentidísimos pases naturales, el momento de más arte y emoción de una gran tarde. 

Tarde en la que Jorge Gutiérrez, que reaparecía de una grave cornada que interrumpió su importante seguidilla de triunfos en la misma Plaza México (09–12–90), tuvo los tamaños y los redaños que hacían falta para reanudarla con el corte del rabo de "Consentido", inicialmente destinado a cerrar plaza. Lo que no sucedió porque Mariano Ramos, desfavorecido por el peor lote de La Gloria –que mandó un encierro flojo y mansurrón–, decidió obsequiar al cárdeno "Miracielo", que estuvo lejos de mejorar las prestaciones de sus hermanos pero fue dominado y persuadido a embestir por el de la Magdalena Mixhuca, que terminaría por cortarle las orejas para compartir con Gutiérrez la salida en hombros (Silveti estaba en la enfermería), justa culminación de una corrida realmente memorable.

Tan se percibió de ese modo que Roberto el Pirata (Blanco Moheno), lo puso así en su crónica del día siguiente: "Los jóvenes que vieron la corrida de ayer podrán decir, dentro de un cuarto de siglo: "Yo estuve en la Plaza México el 27 de enero de 1991". Porque es una fecha histórica (…) corrida maravillosa, con corte de cinco orejas y un rabo (…) sin toros. Como suena. Y ya pueden los centaveros darle coba a la señora Miaja (La Gloria, fracción de San Martín, lidiaba a nombre de la esposa de Marcelino Miaja, el socio de Pepe Chafick, que era quien llevaba las dos ganaderías): la verdad es que de los siete que salieron ayer no se hacía un solo toro bravo. Descastados, enfermos… cinco se cayeron varias veces, “guardaron cama” en la arena. Y ninguno embistió. Lo que pasa es que en México, actualmente, se localizan los mejores toreros del mundo..." (El Heraldo de México, 28 de enero de 1991)

Abundando en el elogio a la terna actuante, Francisco Lazo lanzó esta especie de proclama: "Luego de la exhibición de temeridades y arte desplegada por Mariano, David y Jorge, se puede asegurar que se acabaron los toreros de alivios y oropeles. Ya no habrá consentidos ni mimados (…) el que quiera el aplauso en esta nueva época de la fiesta tiene que arrimarse sin medida y torear con temple y calidad, siempre al filo de la cornada (…) ya no importa lo que salga por la puerta de chiqueros, bueno o malo (…) ahora el torero está en la obligación de portarse espléndido con los toros que embistan, y de aportar lo que pudiera faltarle a otros de menos o nulo empuje, como lo vimos ayer, cuando Ramos, Silveti y Gutiérrez fueron más allá de lo que antes era una quimera y se impusieron a todo (…) Se desempeñaron en terrenos de tragedia que sobrecogen de temor y, también, que emocionan hasta convertir la plaza en un volcán, anudan la garganta y hacen saltar las lágrimas (…) Lloró David y lloró también mucha gente en los tendidos (…) Pusieron ya el toreo en el año dos mil…"  (ESTO, 28 de enero de 1991).

Sólo que lo que Lazo saludaba como revelación descomunal y advenimiento de una nueva época resultó tener patas muy cortas. Justamente las del post toro de lidia mexicano, que asoma tenuemente en su reseña. Y que terminaría por trastocar la esencia misma del arte de torear y del espectáculo taurino en México. Ausente la emoción del toro auténtico, el toreo se esfuma.

En cuanto al público altamente "exigente" que pinta este revistero, sucedió exactamente lo contrario: que el peso específico de la Plaza México se fuese degradando de manera galopante, y su otrora competente afición hasta acabara adoptando un nuevo "consentido", español por más señas, al que había de celebrarle y tolerarle lo inimaginable, incluido su evidente contubernio con la empresa responsable de vaciar el coso, en corresponsabilidad con los criadores del post toro de lidia mexicano, los listillos apoderados, la omisa autoridad y el cese virtual de una crítica consistente y seria.

Y sí, fue una corrida para no olvidar

Independientemente de meditaciones basadas en futuras evidencias, los tres alternantes, no el ganado, nos regalaron una jornada de las que dejan profunda huella. Mariano Ramos (plomo y oro), completamente cuajado en maestro, celoso de su sitio y dispuesto a disputar las palmas al más pintado, prodigó su arte dominador, macizo y recio. Por encima del mortecino par de muebles de su lote, el peor con diferencia de la mansurrona corrida. Y acuciado por el éxito arrollador de sus alternantes,  Mariano, que había saludado en el tercio a la muerte de sus pétreos astados, anunció un toro de obsequio. 

Sólo que el bonito y nevado "Miracielo" no mejoró a los anteriores y, además de soso y tardo, dio pronto en recular en busca del alivio de las tablas, frustrando al parecer las aspiraciones del espada capitalino. Que la faena de éste se haya prolongado a casi veinte minutos terminó por dispensarlo el juez, seguramente persuadido de que la magistral labor de Mariano estaba convenciendo al toro y en consecuencia al respetable, que en medio de la lluvia que para entonces habían desatado las nubes se encontró con la conversión del cárdeno en borrego, y de una lidia afanosa pero aparentemente estéril en otra gran faena que sumar a las anteriores. Certero con la espada, Mariano Ramos terminó paseado en hombros en compañía de Jorge Gutiérrez. Y con la gente sin querer abandonar el espacio que tanto gozo acababa de procurarle.

Compendio de arte y valor

Si aun hoy David Silveti Barry (México DF, 1953-Salamanca, Gto. 2003) tiene un lugar especial en nuestra tauromaquia no se debe a que haya durado mucho en los ruedos, se distinguiera por una trayectoria de triunfos constantes o consiguiera cotizarse como el que más, sino porque ha sido el último torero mexicano nimbado con el aura especial de los elegidos. 

Tercero de la dinastía de matadores más duradera de la historia, su faena a "Presumido" consiguió que ese 27 de enero de 1991 muestre la marca indeleble de las fechas inmortales. Ya había estado magnífico con su primero, "Yerbabuena", a cuya dócil flacidez le supo inyectar David sabor y color en una faena corta pero planteada con singular torerismo y resuelta con aguante y suavidad, tras levantar a la plaza con un quitazo por gaoneras que encontró cumplida réplica en otro, por fregolinas, de Jorge Gutiérrez. Acertó David con el acero –cosa rara en él– pero el juez desoyó la petición de oreja, quedando el premio en aplaudida vuelta al ruedo.

"Presumido", el quinto, sumamente noble, llegó apuradísimo de facultades al último tercio y se adivinó desde temprano que no resistiría ni quince muletazos. Con lo que no se contaba era con el aguante inverosímil del nieto del "Tigre de Guanajuato", que si levantó clamores con su estatuario saludo muleteril de pases por alto, provocaría descomunal alboroto al correrle la mano con suavidad aterciopelada de una primera tanda derechista. Y cuando el acobardado bovino se refugió en tablas, le puso cerco,  a pecho descubierto y con la muleta en la izquierda, y uno a uno le fue extrayendo naturales de tal manera reunidos y templados, aguantando dudas y parones del de La Gloria, que los sombreros empezaron a rodar sobre la arena. Y cuando parecía imposible que el manso tomara un pase más, se cruzó con él de tal manera que "Presumido" terminó por engancharlo con el pitón contrario y aun lo recogió para zarandearlo dramáticamente electrizando a la gente, que sabía de la fragilidad de las rodillas de David, con sus muchas operaciones reconstructivas seguidas de largos períodos de convalecencia.

Sucedió entonces lo increíble: que el hombre que acababa de pasar tan peligroso trance requiriera nuevamente la muleta y crecido, transfigurado, invadiera, completamente cruzado, los terrenos del bicho, y lo obligara a pasar completo en una última tanda de deletreados naturales que provocó una explosión estentórea y el grito de "¡Torero! ¡Torero!", coreado con tal vehemencia que aquel torero vestido de vino y oro no pudo contener el llanto; se encontraba completamente desencajado al entrar a matar y señaló dos pinchazos, antes de acertar con la estocada definitiva. Aun así le dieron una oreja bajo la petición más sonora que se recuerde. Tal fue la nota mayor de una gran tarde de toros.

El rabo 101, para Jorge Gutiérrez

Del hidalguense puede decirse todo lo contrario que de David. Sin poseer un gran sello, era un torero cabal: poderoso, profundo y de una constancia notable en el esfuerzo y en el triunfo. Mes y medio atrás, cuando luchaba con un boyancón de Garfias en busca de su séptima actuación al hilo tocando pelo en la Monumental, "Berrinches" le tiró un gañafonazo brutal directo al vientre que estremeció a la plaza y lo desmadejó por completo: trasladado rápidamente a la enfermería, el equipo médico del doctor Campos Licastro lo intervino de una cornada interna, muy dolorosa y de complicada curación. 

De suerte que esta tarde lluviosa de enero fue la de su reaparición, en cartel de máximo compromiso, ataviado de añil y oro y bajo la incógnita de qué tan dispuesto estaría a retomar la ruta triunfal. La incógnita tardó en despejarse hasta que los clarines tocaron a muerte en el sexto de la tarde –"Consentido", negro y bien armado, iba a resultar el más toreable del insulso encierro–, pues si con su adversario anterior aún se percibió en el reaparecido alguna huella anímica de la cornada –aunque estuvo valiente y lo sacaron al tercio–, ante "Consentido" unió a su buena disposición habitual el acopio de torerismo necesario para sumar y consumar una victoria más, pues se enredó al astado en vibrantes tandas en redondo por ambos pitones, prodigó, cosidos al molinete invertido, los largos y sabrosos de pecho izquierdistas de su especialidad, y atizó la estocada de la tarde para que el juez le otorgara las orejas y el rabo de "Consentido", apéndice caudal que suscitó alguna controversia entre los entendidos. Mas el resto de la plaza reaccionó sin reservas, proclamando al bravo artista de Tula nuevo torero de La México.    


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