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Tres ases españoles en México

Lunes, 16 Ene 2023    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | La Jornada de Oriente   
Antonio Fuentes, Ricardo Torres "Bombita" y Antonio Montes
La primitiva Plaza México, ubicada en la calzada de La Piedad, anunció para el 13 de enero de 1907 la décima corrida de la temporada. El cartel reunía a las tres figuras más cotizadas del momento, dos de ellos ases mayores de la torería española y sevillanos los tres. Antonio Fuentes, heredero natural del gran cordobés Rafael Guerra "Guerrita" –"Después de mí naiden; después de naiden, Fuentes"– fue el primer ídolo hispano que tuvo México, y su prestigio como árbitro de la elegancia lo labró, desde el invierno que marcara el paso del siglo XIX al XX, precisamente en aquel coso recubierto de madera al que le cabían unos diez mil espectadores. 

Ricardo Torres "Bombita", mandón indiscutible en la Meca del toreo, nunca tuvo mucha fortuna en nuestro país, que sin embargo no dejó de reconocer su elevada jerarquía. Y Antonio Montes, desde su triunfal presentación en la campaña de 1903-904, se había erigido en favorito de la afición mexicana, cautivada por su estilo parado y seco, que privilegiaba el juego de brazos sobre el de piernas en llamativa ruptura con los modos heredados de la tauromaquia del ochocientos. 

No por nada se le consideraría, andando el tiempo, el más preclaro precursor de la revolución belmontina. Casualmente, en la cuadrilla de Montes figuraba como banderillero José María Calderón, precisamente el posterior descubridor y primer mentor de Juan Belmonte. Antonio Montes y Vico (Sevilla, 20-12-1876), padeció siempre un grado importante de sordera. Tal vez a ello se debía su naturaleza retraída y como ausente, responsable acaso de la sensación de estoica impasibilidad que transmitía a los tendidos. 

Cartel de máxima expectación, rematado por todo lo alto con el anuncio de tres toros españoles del Marqués de Saltillo para alternar con tres de Tepeyahualco, del campo de Tlaxcala; astifinos éstos y de imponente presencia, ocuparon los lugares 2o., 5o. y 6o. en el orden de la lidia y tuvieron mucho que torear, sacrificando cinco caballos por tres de los Saltillos. 

Trascendió que, en su visita previa a las corraletas de la plaza, Montes quedó muy impresionado por la catadura del mayor de los astados de Tepeyahualco, bautizado como "Matajaca". Y que cuando Calderón, su representante en el sorteo, le informó que le había tocado en suerte, el trianero no pudo reprimir un gesto de disgusto. Lejos estaba el público que desde temprano llenó el coso de imaginar la tragedia que se avecinaba.

La corrida

Para un evento tan lejano en el tiempo nada mejor que ceder la palabra a los revisteros del momento, lo que nos permitirá además apreciar las enormes diferencias entre la lidia del temprano siglo XX en comparación con la actual:

"Montes pudo hacer poco, pues su primero fue el que lo cogió tan gravemente. A éste, sin duda el de más respeto de toda la corrida, lo lanceó con tres verónicas ceñidísimas, en la última de las cuales la cornamenta, muy abierta y muy fina, le alcanzó en la taleguilla (…) fue romaneado y cayó en el lomo del cornúpeto, pero no sufrió más consecuencia que la ruptura del traje. Cualquier otro torero, ante un percance tan serio y con un enemigo tan receloso y tan bien armado, se hubiera amedrentado. 

Pero Montes, por el contrario, se fue acercando más y más, y puede decirse que todo lo que hizo después fue en la misma cuna del toro. A la hora de la muerte dio un pase alto parando mucho, tres naturales buenos sin apartarse de los pitones; otros dos de castigo y se tiró a matar, metiéndose en el terreno del toro. Estaba tan cerca que no pudo vaciar debidamente y el de Tepeyahualco lo cogió, lo lanzó por lo alto y lo derribó; hizo nuevamente por él y lo trompicó varias veces. Pero la estocada bastó y poco después moría el peligroso astado".

"La primera cogida fue más aparatosa, y todo el público creyó que Montes había sido gravemente herido (…) La segunda vez, herido ya, quiso seguir toreando (…) le fue imposible, de la herida manaba una gran cantidad de sangre y fue recibido en brazos de dos banderilleros que de inmediato lo condujeron a la enfermería. En los momentos en que cruzaban la puerta de picadores, el toro caía muerto".  (El Imparcial, 14 de enero de 1907. Sin firma)

Fuentes y Bombita

"El toro quinto, que debió haber matado el infortunado Montes, fue lidiado por Antonio Fuentes. El maestro se abrió de capa y recetó cuatro verónicas superiores, si cabe, a las que antes le habíamos aplaudido, rematando con el consabido recorte. En el segundo tercio salió dos veces cambiando y sin clavar, y dejó, por fin, un par magnífico al cuarteo. Su faena a este toro fue magistral. Sus pases ayudados, irreprochables, lo mismos que los naturales y los de pecho. Con el estoque entró valientemente, dejando una corta, y descabelló a pulso. Gran ovación".

"Bombita no estuvo de suerte. Su actuación no fue, sin embargo, deslucida, pero tampoco sobresalió; otras veces le hemos visto mejor". (íbid)

El público, aun impresionado por la cornada de Montes, no dejó de apreciar la entereza de Antonio Fuentes para sobreponerse hasta devenir triunfador de la funesta tarde. Los bien informados recordaron que parecida gesta había acometido ya en Madrid el día de la cogida y muerte de Manuel García "El Espartero" (27-05-1894). 

Parte facultativo

"El subscripto, médico de guardia en la enfermería de la Plaza "México" da parte al señor regidor que preside la corrida que durante la lidia del segundo toro fue trasladado a esta enfermería el matador Antonio Montes, el cual presenta una herida causada por cuerno de toro en la región glútea izquierda, punzo-contundente, habiendo interesado todos los planos musculares, penetrando en la cavidad por la escotadura sciática y causando gran hemorragia por estar interesado un vaso venoso.

Una vez curado fue trasladado a su habitación, calle Dolores, Hotel Edison, haciéndose cargo de su curación el que suscribe. La lesión descrita pone en peligro la vida por sí y por las complicaciones que puedan presentarse, tardando su curación más de treinta días– Doctor Carlos Cuesta Baquero".

En la enfermería practicaron la primera curación los doctores Cuesta, José María Gama, J. Villafuerte y Enrique Castillo, anestesista que le aplicó el cloroformo, auxiliados por el practicante Ávila. El traslado a su habitación en el Hotel Edison se realizó hacia las seis de la tarde, y la vigilancia médica no cesó en toda la noche, que pasó Montes, según la misma reseña, en estado de estupor. 

Tomemos en cuenta que los recursos médicos de la época eran muy limitados, los antibióticos se desconocían y el riesgo de infección en heridas semejantes era muy alto. Bombita, que había sido el primero en acudir al quite, avisó de inmediato al doctor Ramón Macías, que lo había atendido el año anterior de una grave cornada, causada por un bicho de Piedras Negras, ganadería hermana de Tepeyahualco. Cuando dicho facultativo revisó al herido descartó la posibilidad de una segunda intervención debido al estado de postración del paciente.

No faltaron consejas sobre la influencia maligna del número 13, acorde con la fecha de la corrida –13 de enero– mismo número de auxiliares con que contaba Montes. O quien recordara que el 13 de febrero anterior, un toro de Tepeyahualco , que lo mismo que "Matajaca" había llamado la atención por su corpulencia y armamento, hirió de gravedad al sevillano Joaquín Hernández "Parrao", alguna vez ilusorio competidor de Montes.

El trágico desenlace

Cuatro días duró la agonía del valeroso trianero antes de su deceso, la noche del jueves 17. La víspera, con gran dificultad, pudo dictar testamento, heredando a su madre la mayor parte de sus bienes, y a la norteamericana con quien hacía vida en pareja –Grace de nombre– tres mil pesos y varias alhajas de su uso personal; también mandó saldar adeudos con su cuadrilla ($90.00 por corrida los picadores y $60.00 los banderilleros, diez pesos menos para ambos en plazas del interior). Hubo discrepancias sobre el tratamiento de la cornada entre los doctores Macías y Cuesta, que era el titular del coso capitalino. El mismo que, convertido en eximio historiador y cronista taurino, firmaría años después como Roque Solares Tacubac, anagrama de su nombre real.

El sino adverso del infortunado Antonio Montes determinó que sus restos quedaran reducidos a cenizas cuando se declaró un incendio en la sala del Panteón Español de la ciudad de México donde reposaban. Y se dice que al ser desembarcadas dichas cenizas en España –viajaron en el vapor "Manuel Calvo", cayeron al mar por accidente, aunque pudieron rescatarse para ser depositadas en el cementerio de San Fernando, en Sevilla.

Antonio Montes desde la perspectiva de Bombita

"Es una equivocación muy frecuente esa de creer que Antonio Montes no tenía mucha importancia. En Méjico, donde le conocían bien, donde le habían visto con frecuencia, y en Sevilla, donde asimismo toreó muchas veces, tenía una gran masa de admiradores (…) En Madrid tuvo la desgracia de torear poco y con escasa suerte (…) Pero en realidad era un excelentísimo torero, sobre todo con el capote (...) Con la muleta castigaba muchísimo y matando llegó a alcanzar una gran seguridad (…) El pobre Montes cayó herido de muerte precisamente al estoquear un toro. Lidiábamos aquella tarde en la plaza de Méjico (sic) reses de San Diego de los Padres –cruzados de Miura– Fuentes, Montes y yo (Nota del autor: error, los tres toros mexicanos de esa tarde eran de Tepeyahualco). A él le salió un toro cobarde y con mucho poder. 

En la faena vinos todos muy claramente que se acostaba por el lado derecho, vicio que no logró el matador corregirle con la muleta a pesar del empeño que puso en ello. Juntó las manos el animal, se perfiló Montes y en aquel momento, como movidos por un resorte, Fuentes y yo, que estábamos muy cerca, le gritamos a un tiempo: ¡Gánale el pitón! (…) Sin duda por exceso de valentía y de amor propio no lo hizo; se fue derecho y enterró el estoque en el morrillo a la vez que el toro le daba una cornada tremenda. Cuando lo levantaron el pobre echaba un chorro grandísimo de sangre espesa y obscura (…) Los que le vimos caer sabíamos que aquello era su muerte".

"De no haberle ocurrido tan horrible desgracia, Montes hubiera sido una verdadera figura del toreo. (Intimidades taurinas y el arte de torear de Ricardo Torres "Bombita". F. Trigo y M. Ródenas. Madrid, 1910. pp 141-143) 

Trascendencia del suceso

La inclusión de lo ocurrido aquella tarde del 13 de enero de 1907 dentro de una serie dedicada a carteles del Siglo de Oro del Toreo (1913 a la fecha) se debe, por un lado, a la importancia que Antonio Montes tuvo como precursor de Juan Belmonte. Pero también porque presenció esa corrida un joven ganadero zacatecano llamado Antonio Llaguno González a invitación de Ricardo Torres "Bombita", que acababa de lidiar en Aguascalientes un encierro de San Mateo, de simiente criolla, cuyo encastado juego le llamó tanto la atención que sugirió a su criador observara con atención la lidia de los tres toros de Saltillo anunciados para ese día en la capital, pues le parecía que era el encaste indicado para refrescar la sangre de su ganadería.

A poco de eso, el señor Llaguno, recomendado por Bombita al Marqués de Saltillo, concertaba con éste en Sevilla la adquisición del lote de hembras y machos cuya descendencia sería elemento clave para el esplendor de la época dorada del toreo en México, y que aun hoy sigue alimentando a la mayor parte del campo bravo nacional.

Vientos de cambio

No sólo el arte de torear atisbaba ya nuevos horizontes. Era la vida en su conjunto –con el automóvil, el cinematógrafo, las vanguardias artísticas… –la que se preparara para romper con hábitos y ataduras del pasado. En el mismo número de El Imparcial comparten la primera plana las noticias de la cornada de Antonio Montes y el conflicto sindical de Río Blanco, Veracruz, cuya brutal represión sería uno de los factores desencadenantes de la Revolución Mexicana. Es como si el nuevo siglo activara rebeldías, favoreciera innovaciones y desanudara potencialidades dormidas en el inconsciente colectivo, a punto ya de alumbrar monstruos y maravillas inimaginables. 


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