El mexicano Joselito Adame que se había desairado en las banderillas compartidas. Halló reivindicación con "Coquito" el sexto. Pastueño en la más fiel definición de Corrochano. Mandiles y larga donosa, y otra más para ponerlo en suerte de William Torres que picó con lujo. Tres zapopinas al quite, la última de rodillas. Y de nuevo los palos con Ferrera y Benavidez, esta vez con acierto y jaleo para los tres. La faena de la tarde fue la que siguió por su pureza, por su cadencia, por su ligazón y su temple.
Del estribo a los medios, el poso, las dos manos, los dos pitones, compás abierto, pies juntos, mano baja, remates al hombro, y sentimiento y la bondad excelsa del salento rociando el ruedo y su repetición indeclinable y la petición de indulto y las tres igualadas desistidas por el escándalo, hasta que asomó el pañuelo salvavidas, y las manoletinas a toro indultado y a mano limpia la estocada simulada, y el pronto regreso a toriles, y la vuelta a la mexicana, por el otro lado, y toda la plaza cantándole "El Rey", y la fiesta porque sí y porque no, a la que ahora nadie podía poner en duda. Que apunten esta faena los jurados.
Hasta en duración fue abundante la desenfrenada tarde. Solo escaseó en público, pero los que fueron hicieron por tres. Pasó de todo y el espíritu reinante se manifestó de una: pasar bueno a como fuera. Nada de rigores aguafiestas, nada de reparos sabihondos, nada de caras largas ni de que así no es.
Primero echaron al rejoneador Willy Rodríguez el más toro. "Mochito", un dechado de fijeza y constancia que galopó incansable tras las grupas y mostro, planeando y humillando en los lances peoniles, que tenía calidad para repartir en cualquier tipo de lidia. Advertida la clientela tomo partido por él y relegó al jinete pese a la puntería de sus hierros. Resultado, vuelta al ruedo para el arrastre y silencio para la lidia.
Así, hasta transcurrido medio festejo (para que describirlo), las alegrías parecían provenir más del alma que del ruedo. Por más que se forzara la sonrisa, se palmoteara y se voceara no se hallaba motivo diferente al de que estamos en feria, y feria es feria, y la feria son los toros. La cosa que iba por ahí, como en esos espectáculos con aplausos y risas pregrabadas, hubiese podido hundirse en el fárrago.
Fue cuando aparecieron Juan de Castilla y "Cocada" el cornicorto cuarto que de salida pareció querer seguir por lo mismo. Manseó en capotes, pero de pronto tumbó a Velásquez en la puerta y luego se agarró con Cayetano Romero en una gran vara.
El brindis a Cristian Garcés, parlamentario pro fiesta, fue de discurso largo y ovación furiosa, bajo la cual, con las dos rodillas en tierra, el paisa enrabietado hizo girar al toro en cuatro redondos y el de pecho, uno con otro, tomados con tal codicia que impactaron ahora sí de verdad y por primera vez como una carga de profundidad en el tendido. Temple y gusto por derechas y naturales hasta siete arracimados aportaron más razones. Hasta que el toro dijo no doy más. Entonces la estocada chalequera mató de mala forma y Usía considerando el alebreste sacó los dos pañuelos y todos tan contentos. Fuera como fuese ahí cambió la tarde.
Porque luego salió "Cohete" (quinto) como un misil partiendo plaza y rematando violento en el burladero. Y Ferrera se le vino con su capote de azul dos tonos, empalmándole ocho verónicas y media, bajando a Hildebrando Nieto del caballo, subiéndose, quitándole la pica y colocando una soberana él, en medio de la locura, y sin solución de continuidad apeándose, retomando la capa, y como el futbolista que patea un corner y lo cabacea, se hizo el mismo el quite con tres delantales y medio.
También pidió los palos y banderilleó con pirueta, dejando paté a su invitado Adame. Desatado, jadeante y transfigurado muleta en mano sacudió el Cossío. Pases de todo tipo y calidad, dos naturales aislados excelsos entre ellos. El salento como asustado miraba tablas y amagaba huir de la tromba que le abrumaba. Como si fuera poco encimó Antonio tres saltos de rana, en verdad evocadores del Cordobés original. Para poner la guinda, igualó a veinte metros del toro y con un espadazo a un tiempo lo rodó y cortó las dos orejas. Si cabe el título de showman en el toreo nadie lo merecería más que él hoy. La parroquia deliraba.
Siete toros de Salento, bien presentados en la tradición de la casa. Tuvieron la nobleza por bandera, dos de manera superlativa y aunque ninguno fue bravo de verdad, dieron pábulo a una corrida que aparte de los trofeos, el indulto, la puerta de honor y los diversos gustos y exigencias, habrá de ser recordada por lo insólita, contrastante y pasional.