Brindaba Luis Bolívar la muerte del quinto de la tarde a los empresarios de Villapinzón cuando se oyó un rotundo "¡Qué vivan los toreros colombianos!", seguido del coro unánime de los aficionados que casi colman por completo los tendidos de la plaza. Había ganas de toros en Colombia pero, sobre todo, hay una necesidad tremenda de sentir el toreo más nuestro que nunca.
Por eso el himno se cantó antes del paseíllo con más fuerza que nunca y las banderas tricolores ondeaban vivas en los tendidos, los burladeros y hasta en el forro interno de la muleta de Sebastián Ritter. Todo era un homenaje sentido al toreo nacional, no faltaron los brindis, como el de Sebastián al maestro César Rincón por los cuarenta años de alternativa que celebra en pocos días y el de Bolívar a Gitanillo de América, que se está dejando el pellejo por la defensa política del toreo en el país. Hubo, incluso, un guiño al recordado Pepe Cáceres, cuando las notas del "Bunde tolimense" sonaron en la vuelta al ruedo de Ritter con la única oreja que paseó.
Fue la del cuarto, un toro al que el paisa supo suplir la falta de casta y repetición con una actitud encomiable, tapando siempre las salidas, tanto con la muleta como anticipando la colocación con su cuerpo, para obligar al toro a acudir y pasar completo en muletazos de mucho mérito. Poco a poco, Sebastián consiguió hilvanar alguna serie completa en la que llegó a relajar el trazo. Además, consiguió firmar su obra con una buena estocada.
Para Sebastián Ritter esta tarde era mucho más que un mano a mano con el mejor torero colombiano, para él era su tarjeta de visita en una temporada en la que su nombre no aparece en los carteles de las grandes ferias de su país. Por eso, además de hacer el paseíllo ataviado de campesino antioqueño, con poncho, carriel y sombrero sobre su traje de luces, salió a arrear desde el primer momento.
Su decisión se notó al abrirse de capote con el segundo, con el que dejó un buen puñado de verónicas alegres y enrazadas, con mucho ritmo, abriéndole los caminos al toro que después, en la muleta, lo agradeció sacando fijeza y nobleza. Cualidades que Sebastián supo aprovechar en tandas de mucha verdad, citando muy firme y bajando la mano con poder y mucho pulso.
La pena fue que al final el toro se sintió podido y renunció a embestir con calidad y la espada tampoco fue lo suficientemente efectiva como para cobrar algún trofeo. Al menos en el ruedo, porque al terminar el festejo, la Alcaldía local supo reconocer su faena como la mejor de la tarde.
Y se lo jugó todo ante el sexto, un toro más serio por delante, pero que no humilló, ni terminó de pasar, al tiempo que soltaba un deslucido y peligroso derrote. Pocas cuentas le echó el torero, que tiró de valor para aguantar las tarascadas y apostar por muletazos recios y cortos por la condición del toro. Esfuerzo de premio, que se esfumó con el acero.
Tuvo nobleza el primero, al que Luis Bolívar consintió al principio, fijándolo sin obligarlo para sujetar ese constante deseo de irse a las tablas. Lo consiguió en dos series de mucho valor por el pitón izquierdo, por donde Bolívar dejó naturales sobrios, templados y medidos para no afligir al toro que, tras estas dos buenas tandas tiró la toalla y renunció a la pelea. La espada tampoco viajó certera y el aviso se hizo escuchar antes de que el toro doblara definitivamente.
Menos suerte tuvo Luis con el manso tercero, que durante los primeros tercios estuvo atento a todo lo que pasaba en el tendido, como queriendo huir de lo que sucedía en la arena y, finalmente, fue lo que terminó haciendo, pues en cuanto Bolívar tomó la muleta e intentó pasarlo, el toro se rajó. El caleño intentó por todos los medios sacarle alguna embestida que le valiera para robarle un muletazo, pero fue literalmente imposible.
Pero con el quinto Luis demostró por qué sigue siendo la referencia nacional. Ya con el capote entendió que el toro tenía cualidades para el triunfo, pero quizás no tanta gasolina como para permitirlo. Por eso, tras el mencionado grito de "¡Que vivan los toreros colombianos!", Bolívar se echó de rodillas en los medios, muleta en mano, para lucir pronto la medida calidad del toro.
Después de una buena serie de derechazos, Luis recuperó la vertical para enganchar dos tandas vibrantes, una de derechazos largos y encajados y otra de naturales suaves, sedosos, reduciendo la velocidad de las embestidas, al tiempo que la aguja del tanque del toro rozaba la reserva.
A partir de ese momento, Bolívar atacó, redujo distancias y puso en juego todos los recursos acumulados en su trayectoria para exprimir lo poco que quedaba en el toro. El certero espadazo puso en sus manos el doble trofeo y el derecho a salir a hombros de una afición que vibró con el toreo colombiano.