Ahora que la Feria de Pamplona llega a su fin, y luego de ver la disparidad de criterios mostrada en el palco de la autoridad a lo largo los festejos, bien merece la pena hacer una breve reflexión sobre la concesión de las orejas, así como su relación con el triunfo de los toreros.
En aquellos años de comienzos del siglo pasado, las orejas se entregaban a cuentagotas y los públicos no le daban ninguna relevancia a este asunto. En cambio, en la actualidad, parece que el veredicto de una corrida se circunscribe a la entrega de trofeos, sin dar su verdadera importancia a cómo fueron obtenidos.
De orejas "baratas" o "pueblerinas" a orejas "de mérito" o "bien ganadas", amén de aquellas "facilonas" o "benévolas", existe una amplia gama de calificativos para etiquetar unos triunfos cuya lectura mediática va a la par de lo sucedido, sin que muchas veces el público repare en su trascendencia o, inclusive, en su intrascendencia... de cara al futuro.
En ocasiones resulta lamentable observar cómo determinados toreros se quedan debajo del palco implorando la concesión de un trofeo, mientras sus banderilleros retrasan el enganche de los despojos del toro al tiro de mulillas y otros aúpan al público en demanda de las orejas con movimiento de brazos y ademanes reivindicatorios, sin que venga a cuento, propios de esa picaresca taurina de otros tiempos.
Y mientras sucede ese numerito dentro del redondel, desde el callejón, ya sea el mozo de espadas y el ayuda, ¡o hasta el padre del torero!, silban ruidosamente para crear ese ambiente sintomático entre el público que contribuye a aumentar la presión sobre el juez de plaza en demanda de los premios.
Todo ese "show" carece de valor cuando cortar una oreja no tiene relación alguna con lo que ha hecho el torero a lo largo de la lidia, y da la impresión de que a veces este asunto es equiparable a un marcador deportivo como si el hecho de acumular más trofeos fuera lo verdaderamente relevante.
Desde luego que en el comienzo de la carrera de un torero es significativo saber que está teniendo "triunfos", y eso sólo se puede medir por el número de orejas anotadas en la simplicidad de una ficha periodística. Sin embargo, lo interesante es saber "cómo estuvo" y no tanto el número de orejas que se llevó en la espuerta.
El arte del toreo va más allá de un resultado matemático. Es la capacidad de conmover al espectador y provocar un sentimiento; de alimentar su ilusión de volver a la plaza y reencontrarse con ese torero que le hizo sentir una emoción especial. En suma, la capacidad de dejar huella y, en la medida de lo posible, hacerlo después de torear bien, algo que, ciertamente, es lo más difícil de conseguir, al margen de las orejas.