Al cabo de los años, quién le iba a decir a Morante que en tan sólo unos días, iba a vivir la profunda tristeza de la muerte de su padre, al que calificó de "primer morantista" al salir de su velorio, y que al poco tiempo iba a estar otra vez delante del público y vestido de luces para dar gloria y lustre a su profesión, la de un artista que terminó por evolucionar y transformarse para llegar a ser un referente de la tauromaquia de este siglo.
Y quizá hoy no se valore tanto lo que este hombre que habita su propio mundo interior está aportando al toreo, pero seguramente que la pátina del tiempo dará fe de sus glorias taurinas, con ese punto de inflexión tan maravilloso que supuso la temporada 2021, la de su ascensión al olimpo de los privilegiados, y que este año ha hecho una apuesta muy arriesgada de corridas contratadas.
Con esa estela compareció hoy en Burgos, ante un público noble y entregado, que no echó cuentas a la terciada presentación de una corrida de El Torero que aportó algunos medios toros para el triunfo, algunos con mayor entrega que otros, pero ninguno que haya roto a embestir de verdad.
La materia prima no fue óbice para ver a los toreros hacer los suyo, siendo Morante el que mejores prestaciones extrajo al cuarto, un toro castaño de aceptables hechuras, al que toreó bien a la verónica y más tarde hizo una faena que mantuvo el interés de la gente.
A base de porfiar y sembrarse en el sitio, le dio redondos con su característico estilo de "pecho afuera", dotada la expresión de empaque, y naturales tersos, con finales en los que el pico de la muleta servía para encelar al toro a volver humillado hasta que comenzó a regatear la embestida.
En un descuido, al rematar un pase de pecho, Morante le perdió la cara una fracción de segundo y el de El Torero alargó el cuello para alcanzarlo y pegarle una fuerte voltereta de la que quedó maltrecho. Con el dolor del golpe en una de sus rodillas, pero sin ningún miramiento, Morante volvió a la cara para tumbar al toro de una estocada en la que entró a matar con la rabia del que fue mancillado, y así sacar a flote el orgullo y honrar su título de "Matador de Toros" con todos los honores.
Y las dos orejas de aquel "Dictador", como se llamaba el toro de la divisa andaluza, llegaron a sus bendecidas manos, antes de andar lenta y sentidamente en una saboreada vuelta al ruedo a pesar de la paliza recibida.
Al terminar su ceremonioso y celebrado recorrido al redondel, Morante pasó por su pie a la enfermería, y de idéntica manera abandonó la plaza al terminar la corrida, quizá prefiriendo la prudencia de esos andares toreros que el trajín de una salida a hombros que, a estas alturas de su brillantísima trayectoria, es algo sin importancia.
Así se fue, cobijado por el cariño, la ovación y, también, el estruendo de esas bandas que le ponen su toque de sabor y muchos decibeles en unos acordes que retumban fuerte en esa cúpula traslúcida que corona este Coliseum, hoy "templo" de una fecha tan emblemática para la Fiesta y para la historia personal del torero de la Puebla del Río.
El brindis que hizo Diego Urdiales al maestro en su aniversario estaba cargado de especial admiración, y de un mensaje que comulga con un concepto taurino que entronca en lo clásico, aquello que nunca pasa de moda y sigue vigente en el estilo del riojano, que luego de recibir los tres trofeos del año pasado (triunfador, mejor faena y mejor estocada), hizo una primera faena con donaire, buena colocación, ritmo y torería.
De esta guisa, el toro de El Torero corrido en segundo lugar, terminó entregándose a los vuelos de la muleta, en embestidas que ya antes, en el saludo capotero, había atemperado con soltura en un prolongado ramillete de buenas verónicas en las que cargó la suerte con empeño y le ganó terreno a toro desde las rayas del tercio hasta los medios.
Luego vinieron los redondos en el sitio, habiéndose echado en falta un toreo por naturales más prolijo, pues ése era el pitón más rescatable de un toro al que Diego fue haciendo poco a poco verse mejor de lo que realmente era. Y como al final ejecutó una estocada en la que hizo la suerte por nota, a pesar de que la espada haya quedado desprendida, le concedieron una oreja de esas que devuelven el ánimo y cargan de moral a un torero, sobre todo a uno al que la mala suerte tras su paso por Sevilla y Madrid no le había sonreído todavía en ninguna ocasión.
Fue Burgos, pues, la plaza de este reencuentro de Urdiales con su toreo y también con ese regusto de ser fiel a sí mismo, como así ocurrió en la lidia del quinto, un toro que no tuvo demasiada transmisión, pero dejaba andar a gusto. Y ello valió para hacer una faena con detalles muy toreros, como los naturales del final, dando el medio pecho por delante y acompañando la embestida con un armonioso juego de cintura.
Otra estocada de buena ejecución, pero un poquito más desprendida que la anterior, impidió que le concedieran una oreja que pidió la gente. Pero eso no le importó a Diego, sino saberse que había estado bien, y eso es algo que alimenta la ilusión para seguir adelante en una temporada a la que todavía le queda mucha cuerda.
Juan Ortega, el más bisoño de un cartel de artistas veteranos -y consumados- quiso dejar su impronta de esa cuerda, y aunque sorteó el lote más parejo en comportamiento, no alcanzó a redondear ninguna de sus dos faenas.
Desde luego que es un torero al que es preciso espera, pero ¿hasta cuándo? Es la pregunta del millón. Todo tiene un límite, sobre todo cuando ahí hace falta enfibrarse, y más ahora, en la etapa de consolidación de un torero para el que cada tarde cuenta mucho más de lo que se cree.
Y si bien es cierto que en ambos trasteos dejó constancia de su cadencia de trazo, su torería en los embroques y andares, el remate de los muletazos, más con los del primer toro, hizo falta tersura y temple, además de mando, para llegar a un nivel de toreo con más fondo.
Lo mejor de su paso por Burgos fueron las dos magníficas estocadas, y si la primera ayudó a "componer" un poco la cosa cuando le concedieron una oreja, la otra no le alcanzó para haber salido a hombros, no obstante que la pura estocada valía otro apéndice, pues fue simplemente soberbia. Qué bueno que esté fino con la espada, pues eso es muy relevante. Pero ahí falta algo más. Y es urgente.
Porque es evidente que un torero de su calidad es imperativo que cuaje en figura y eso nada más le corresponde responderlo a él en cada tarde, con cada toro.
Al salir de la plaza la gente esperaba a Morante ávida de la foto en su plateado aniversario, pero el maestro salió por la de cuadrillas, un poco cojo de una pierna, pero con el sentimiento de haber llegado a la etapa más dulce en la carrera de un maestro; de un torero de época que sigue generando ilusión en aquellos aficionados más sensibles al arte del toreo.