Excluir al que no hace parte del delirio colectivo, ha sido constante histórica. Expresión del instinto gregario, no patrimonio de una ideología (está detrás de todas), aunque unas la hayan aplicado y la sigan aplicando con más crueldad que otras.
Las masas, quienes las mueven o actúan en su representación, tienden a segregar cuanto rompe sus temporales convenciones (conveniencias). Morales, raciales, genéricas, nacionalistas, políticas, religiosas, económicas, deportivas, estéticas, sicológicas… Nadie está libre.
Ahora, con más saña que antes, los feligreses del viejo culto taurino (aficionados), venimos siendo señalados por un sector que se dice concesionario exclusivo de los "derechos animales" y nos marca, paradójicamente, como infractores de una sociedad violenta, enajenada por la publicidad y el consumo; devoradora de toda vida, depredadora de la naturaleza, destructora del hábitat. Nos atribuyen casi todas las causales de la expulsión, incluida claro, la insania… sádicos, torturadores, asesinos...
La semana pasada, como logros de tales campañas, en Colombia el Congreso de la República estuvo a punto de prohibir las corridas y extinguir el toro bravo en todo el territorio nacional. Y en México, la opinión de un juez ha despojado de su razón de ser a la plaza de toros más grande del mundo. Intolerancia, extrañamiento, rechazo a la diversidad, sometimiento de la razón al poder y no del poder a la razón.
Erasmo de Rotterdam, en su "Elogio de la locura", satirizó esa supuesta cordura social. Por su lado, los pintores El Bosco, Géricault, y el novelista Pío Baroja, igualmente alegorizaron la costumbre medieval, de juntar orates y deshacerse de ellos echándolos a la deriva, en un barco sin puerto dirigido por el peor.
Leyéndolos, mirando sus obras y las noticias, no puede uno sustraerse a cuánto estas los confirman. El rebaño, empujado por sus fobias, prejuicios y falsas percepciones inducidas, ha preferido no pocas veces abordar entero "La nave de los locos", entregar el timón al más deschavetado y jugarse al capricho de sus disparates. La historia está llena de lecciones no aprendidas.