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José Tomás conquista Sevilla...

Lunes, 11 Abr 2022    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | La Jornada de Oriente   
En la Feria de Abril de 2001 abrió dos veces la Puerta del Príncipe
Dos Puertas del Príncipe en apenas dos semanas. Y muy pocos ponían en duda la inminencia de la tercera cuando llegó la cornada seca y esa otra puerta, la de la enfermería. Queda, en altísimo relieve, el meollo de la gesta: siete orejas de cinco toros, ninguno realmente propicio, transformados todos a fuerza de una decisión inamovible, un aguante estoico y un mando irrefutable; y mejor crudos en varas y bruscos para la muleta que apagados e incapaces de transmitir emoción y riesgo.
En el despuntar del tercer milenio un nombre grabado a fuego: José Tomás.

Rendidos a sus pies sevillanas y sevillanos, resulta que la cátedra oficiosa, la que concede, niega y pone su firma en los papeles, fue reticente. No toda, desde luego, pero a partir del segundo portazo su frialdad se hizo más notoria. Conviene recordar que la presentación de José Tomás en la Maestranza llegó hasta su cuarta temporada de matador.

Para entonces (20-04-99) ya era la figura a seguir y más tardó en pisar la amarilla arena que en cobrar la oreja de su primer Juan Pedro Domecq. Pero las cabezas del día siguiente llevaban el nombre de Emilio Muñoz, trianero por más señas.

El 15 de abril de 2001 José Tomás toma por asalto Sevilla, abre la del Príncipe y casi rinde a los sesudos críticos, aunque los más prefirieran cantarlo a la manera convencional, sin negar lo evidente pero cautos con los adjetivos. Luego, el 28, la repetición del prodigio encontró más resistencias –que si toritos anémicos, que si público predispuesto, que si presidente dadivoso…–. Y es el caso que con su primero de esa segunda tarde, "Feluchino" de Núñez del Cuvillo, llegó la mejor faena de las cinco. Tras un apabullante quite por chicuelinas –ajustadísimas y cada una más lenta que la anterior–, el negro mulato marcado con el 198 llegó reservón a la muleta –"faena sin ligar, culto al unipase", pudo leerse–.

Y es el caso que el de Galapagar, solo en los medios, fue persuadiendo poquito a poco al remiso, y que la plaza se alzó en un solo clamor cuando le vio hilvanar dos tandas sin solución de continuidad, ambas con la izquierda a razón de cinco naturales en uno y todos de un temple, un sello, un poderío y un arte definitivos. Y faltaban aún los ayudados por bajo finales, rezumantes de torería. Por eso, aunque la espada, tirándose con total rectitud, cayó ligeramente desprendida, los tendidos se nevaron y las dos orejas, en plena apoteosis, no las discutió nadie. Salvo, al día siguiente, algunos sabiondos: los de casa y Joaquín Vidal. Si no negacionistas plenos sí escépticos "profesionales".

Domingo de Resurrección

El 15 de abril José vestía de azul pavo y oro, de marino y oro Espartaco y de celeste El Juli. Al de Espartinas le dieron la oreja del cuarto más por su glorioso historial en la Maestranza que por su discreto desempeño ante un lote de rechupete. Al joven Julián López le pudo la presión, y aunque, haciendo un esfuerzo supremo, cruzó decidido el albero para recibir al sexto de Torrealta a porta gayola, quedó claro que no estaba de vena, trocada su fácil desenvoltura habitual en incomodidad, crispación y destemplanzas.

José Tomás levantó al público bien pronto, nada más quitar por chicuelinas al colorado abreplaza. Y podría decirse, metafóricamente, que los sevillanos ya no pudieron volver a sentarse durante toda su actuación. Tuvo por delante un torito mirón al que fue encandilando de a poco hasta conseguir ligarle pases completos –completos en el mejor sentido de la expresión: ceñimiento, temple y ligazón aunados--. Estocada arriba y a su espuerta la primera oreja de la colección. "Pero el Rey no había venido a Sevilla en pos de triunfos medianos", certificaría José Carlos Arévalo (6 Toros 6, 17 de abril de 2001).

Había que echar el resto en el quinto: quitazo por gaoneras, el consabido ahorro de castigo en varas y un Torrealta brusco e indócil para la muleta: justo como lo quería y requería el de Galapagar para poner de acuerdo a todo mundo empezando por el propio bovino, que tuvo que plegarse al mando de su muleta y tragarse una faena de menos a más, que empezó en plan de silenciosa pugna y terminó cariciosa, cadenciosa y clamorosamente, símbolo idóneo de la gran lección técnica, ética y estética de José Tomas aquellas tardes abrileñas de 2001. La estocada tendida tardó un poco de más en surtir efecto, pero las dos orejas y la primera Puerta del Príncipe del siglo XXI no se las quitaba nadie al madrileño.

Sábado de farolillos

Otra vez lleno de “no hay billetes” y expectación a tope el 28 de abril. Como preámbulo de la segunda comparecencia de José Tomás (de grana y oro) va a doctorarse el sevillano Antonio Fernández Pineda (blanco y oro) apadrinado por el maestro de Madrid José Miguel Arroyo "Joselito" (tabaco y oro). Con tan mala suerte que el albahío "Relatero", primero de Núñez del Cuvillo, lo arrolla en el saludo a porta gayola y, al caer, el neófito se fractura la muñeca derecha. De ahí sus problemas para estoquear al insípido burel, los dos avisos y la obligada ida a la enfermería para no volver. En su haber sólo voluntad y el mérito de no adobar con aspavientos teatrales la dolorosa lesión.

A Joselito, en tarde de obnubilación y desánimo, no le valió le valió ni el arranque de iniciar su segunda faena sentado en el estribo y la aparente enjundia de la siguiente tanda derechista. Al final, la indiferencia general fue mero reflejó de la suya.

De José Tomás ya hemos visto como supo imponerle su toreo al en principio remiso "Feluchino" hasta redondear otra faena de escándalo, la mejor de la feria; con el añadido de un trasteo formidable –en tono más calmo, menos clamoroso–, con el avisado y díscolo “Luminoso”, quinto de la tarde. De nuevo, nadie se ahorró el gusto de agitar su pañuelo para saludar la segunda Puerta del Príncipe del rey taurino del precoz milenio.

Más esta observación tan sevillana: el reloj de la Maestranza se detuvo mientras José Tomás dibujaba el toreo, como queriendo marcar para los restos una hora cenital del arte. Exactamente igual que la tarde aquella en que Manolete le cortó el rabo al legendario toro del marqués de Villamarta en la feria de 1941 (20-04-41). Para que alguien se atreva a negarle al toreo su aura mágica, su cósmico misterio.

Lunes de sangre

Para su tercera comparecencia, el 30 de abril, José Tomás partió plaza –ni qué decir que con todo el papel vendido–al lado de José Ortega Cano (esmeralda y azabache) y Morante de la Puebla (pavo y oro). Un Morante todavía balbuciente que dejó ir la tarde en blanco. Y un Ortega Cano favorecido por un muy noble juampedro al que le cortó la oreja, con mucha prosopopeya y buena mano izquierda pero sin haberlo aprovechado del todo. 

Llovía intensamente cuando José Tomás saludó a su primero, negro, bien armado y con 544 kilos encima. Cortina de agua, piso lodoso, negro de paraguas el graderío y más brega que lucimiento en el tercio inicial. Y un juampedro nada colaborador, inseguro sobre la arena resbaladiza y defendiéndose a puntazos sobre los engaños.

 Y otra vez la paciencia lidiadora de José Tomás como preámbulo de la apabullante quietud, técnica y estética, de su señera tauromaquia. Toreo de cintura y muñecas, de sometimiento y sentimiento. Y por tercera tarde consecutiva, todos de acuerdo. Menos el zaino de Juan Pedro Domecq, que estiró el cuello, lanzó el derrote y, con el estoque dentro, no dejó pasar al matador. La voltereta, muy aparatosa, se resolvió en una cornada en sedal en el muslo izquierdo que el doctor Vila calificaría de leve (en otras épocas los facultativos les echaban alpiste a las palomas apelando a más agudos o graves calificativos). La corrida quedaba reducida a un mano a mano entre los dos espadas sobrevivientes, para desencanto de la parroquia.

José Tomás, tan serio como siempre, saludó levantando la oreja de su heridor y se marchó andando a la enfermería; desde donde, una vez hecha la primera cura, lo enviaron al hospital.

Dimensión sin precedentes

Naturalmente, la inaudita gesta levantó proclamas y comentarios de toda índole. Y muchos se sintieron obligados a hurgar en la historia en busca de antecedentes parecidamente triunfales. Se barajaron los nombres de Chicuelo, Manolete, Pepe Luis, Arruza, Luis Miguel, Ordóñez, Rafael Ortega, Jaime Ostos, Diego Puerta, El Viti, Curro Romero, Limeño, El Cordobés, Paquirri, Paco Ojeda, Espartaco, Emilio Muñoz…

Al final, todos se vieron precisados a reconocer que, en los tiempos modernos, Sevilla, la Real Maestranza, escenario de tantas hazañas capaces de competir entre sí en los archivos y en la memoria de su docta afición, nunca presenció nada que estuviese a la altura de las siete orejas y las dos puertas del Príncipe consecutivas abiertas por obra, gracia y sangre de José Tomás Román Martín, el callado artista de los ruedos nacido en la localidad madrileña de Galapagar el 20 de agosto de 1975.


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