Cuando el poeta José Bergamín escribió su famoso libro "La música callada del toreo", su inspiración fue la mítica faena de Rafael de Paula a un toro de Fermín Bohórquez, realizada en "La chata" de Carabanchel por allá de 1974, y cuyo argumento se adentraban en la intimidad del toreo cuando brota del alma y fluye de manera poética como una música silenciosa.
A diferencia de aquella introspección artística, hoy en la Monumental Rodolfo Rodríguez "El Pana" de Apizaco, se vivió otra veta de la riqueza expresiva que tiene el toreo, pero ya no acompañada de aquella misteriosa "música callada" inventada por Bergamín, sino por una evidente y notable “música sonora” con toda su fuerza de mexicanidad proveniente del mariachi.
Y en esta corrida concebida como una "Guerra en la Cumbre", terminó siendo una inmensa y bulliciosa fiesta en la que la comunión entre el público y los toreros, rayó a niveles insospechados, derivados, en gran medida, de la atmósfera musical que invadió el amplísimo redondel de un coso que lució casi lleno de gente y entusiasmo.
Quizá al comienzo de la corrida nadie sospechaba que aquel doble mano a mano Tlaxcala-Aguascalientes, de toros y toreros, iba a desembocar en un desenfreno musical de tales proporciones, pues la tarde comenzó con una primera faena de El Zapata ante un toro de San Isidro que anduvo manseando de aquí para allá.
Flores no es banderillero
El segundo ejemplar, un remiendo de Montecristo (que en un principio estaba anotado en la tarjeta del sorteo como sexto, y salió en segundo lugar), dio la verdadera dimensión de lo que debe de ser el toreo, pues desde su salida anunció que iba a ser bravo. Tras los lances iniciales de Joselito Adame, en los que hubo cadencia y reposo, éste decidió coger cuatro pares de banderillas y ofrecerlas a sus tres alternantes, metiendo en un predicamento a Sergio Flores, que no banderillea.
Y cuando el espigado espada tlaxcalteca osó con clavar un cuarteo en un terreno incorrecto, ante un toro que sabía bien de qué iba la cosa, prefirió citar en las tablas para clavar el par al quiebro, pero su falta de pericia en esta suerte lo llevó a sufrir una alarmante voltereta, de la que, seguramente, ya quedó curao de espanto para no volver a coger los palos en su vida. Eso no es lo suyo.
Los pares que clavaron los Adame tuvieron emoción, pero fue un par monumental, colocado por su creador, lo que encendió la llama de la emoción y, a partir de este momento, el curso de la tarde iba a deparar un espectáculo que cautivó a la gente.
Con tanto meneo en el tercio de banderillas, carreras, capotazos y demás, el bravo toro de Montecristo impuso su ley, y si bien es cierto que Joselito le dio un par de series de naturales de magnífico acabado, no acabó de cuajarlo como se esperaba, quizá un tanto conmovido de lo que minutos antes se había vivido, amén de que el toro no regalaba ninguna embestida y había que hacerle todo por nota. Para su mala fortuna, lo pinchó en un par de ocasiones antes de ejecutar una estocada entera, y caída, que fue suficiente para quedarse con "la mosca en la oreja", y las enseñanzas que un toro bravo siempre le dejan a un torero con tanta experiencia.
El trapío del tercero, del hierro de San Isidro, fue la adecuada porque tenía una cornamenta acucharada y seriedad en la cara, y siendo un toro que humillaba y se iba largo, le faltó un punto de fuerza para que Sergio Flores hubiese podido disfrutar mucho más el toreo. Sin embargo, el otro tlaxcalteca del cartel le hizo una faena recia, con muletazos largos, despatarrado, en los que toreó con temple.
Media estocada arriba, y un rápido y eficaz golpe de verduguillo, le puso cerca de cortar la oreja que la gente solicitaba y que, de manera inexplicable, el juez de plaza no quiso conceder, motivo por el que Flores se enrabietó y no salió a saludar la ovación.
El cuarto, otro toro de San Isidro, era un dije, por bajo y reunido, además de ser corto de manos, pero tenía poca fuerza y de salida dio la impresión de estar un tanto descoordinado. No obstante, lo dejaron en el ruedo porque apuntaba buena condición, y Luis David le dio tiempo y pausa en una faena bien estructurada y aseada, pero que no acabo de entusiasmar al público por la falta de transmisión del toro.
Sensaciones nuevas
Hasta aquí, la corrida era, digamos, una corrida "normal". Pero en cuanto llegó el Mariachi, salido de quién-sabe-dónde y entonó la canción de "Zapata", la tarde adquirió otro cariz que, por momentos, estuvo a punto de desvirtuar la liturgia de la lidia ya que no es habitual ver torear y escuchar música cantada, a todo volumen, interpretaba por un mariachi.
Pero como eso llenó de alegría a la gente, y retumbó en cada uno de los palcos de la plaza, por ahí se fue el discurso musical-interpretativo de una corrida que podría celebrarse el 15 de septiembre con esta misma temática y, si se le diera un producción menos estruendosa, más puntual y refinada, podría ser, literalmente, un éxito cantado a los cuatro vientos.
En ese quinto toro de la corrida, ya del otro hierro titular del encierro, el de José María Arturo Huerta, El Zapata se afanó por brindar un cúmulo de emociones prácticamente desde que invitó a los Adame a banderillear para volver a arreglarles su asunto con los palos, ya que sigue siendo "el jefe" en la ejecución de las suertes con "las jaras", como decía El Pana.
Acto seguido, y con aquella canción cantada a coro por el público, en una curiosa evocación festiva del tendido soleado de Pamplona, pero con un rasgo absolutamente mexicano, Uriel toreó con variedad a un toro que acudía con nobleza y la carita a media altura, en medio de la algarabía de la gente, que estaba vuelta loca con la música, hasta que aquello culminó con una estocada rotunda que le puso en las manos dos orejas.
El reducido programa musical de la tarde iba a tener la "Pelea de Gallos", "El Rey", un "Cielito Lindo" interrumpido, por desgracia, para volver a la "Pelea de Gallos", y así hasta el final, cuando en el sexto, Joselito Adame toreó a placer a otro toro de Pepe Huerta ya cuando la gente estaba eufórica con el mariachi y aquella entonada voz del cantante, hasta culminar con una fuegos pirotécnicos que hubiesen tenido mayor razón de ser hasta el final del emotivo y dinámico trasteo y no antes de que terminara la corrida.
Así que en este vaivén de trepidantes sensaciones, que tenían a la gente en éxtasis, José pinchó al toro una vez antes de despenarlo de una excelente estocada al encuentro, que le valió el corte de una solitaria oreja, que lo dejó al margen de aparecer en la foto de la salida a hombros.
La faena de la tarde
De ahí, y luego de los fuegos de artificio, Sergio Flores hizo la faena de la tarde, a un noble toro del mismo hierro, bajito, corto de manos, negro de capa y lucero, clavado en el tipo de la famosa divisa tlaxcalteca creada por don Reyes Huerta.
Y desde que se abrió de capa y recetó un ramillete de preciosas verónicas, pasando por una faena en la que comprendió las pausas y los tiempos del toro, y toreó roto de cintura y entregado, la música callada del toreo iba por dentro del alma de Sergio, mientras por fuera se escuchaba, de manera un tanto chabacana, la canción de "El Aventurero": "...me gustan las altas, y las chaparritas, las gordas, las flacas, y las chiquititas, solteras, y viudas y divorciaditas, me encantan las chatas de caras bonitas…"
Así que, con este acompañamiento musical, que nada tenía que ver con el sobrio toreo que Flores estaba prodigando sobre el redondel, terminó la faena de una soberbia estocada que le devolvió la sonrisa a un torero que necesita seguir por esa senda para mantenerse en un sitio al que tanto trabajo le ha costado llegar porque nadie la ha regalado nada.
Inmersos ya en esa vorágine taurina-musical, y en aquella borrachera de toreo, la gente volvería a escuchar la "Pelea de Gallos" en el cierre de función, cuando Luis David se topó con otro buen toro de Pepe Huerta al que le formó un lío toreando con largueza y suavidad, en una faena donde afloró su juvenil frescura y le permitió no quedarse como un convidado de piedra y salir a hombros en una tarde diferente, cargada de jolgorio, con este "descubrimiento" del impacto emocional que provoca un mariachi y la potente y bien timbrada voz de su cantante, al que, seguramente, el maestro José Bergamín le hubiese gustado estrechar la mano.
Ficha Apizaco, Tlax.- Monumental Rodolfo Rodríguez "El Pana". Casi lleno en tarde soleada y de temperatura agradable, con algunas ráfagas de viento. Cuatro toros de
San Isidro (1o., 3o., 4o. y 6o.), tres de
José María Arturo Huerta (5o., 7o. y 8o.) y uno de
Montecristo (2o.), encastado. Desiguales en presentación y juego, de los que destacó el 2o. por su bravura y por su calidad. Los toros 7o. y 8o. fueron premiados con la vuelta al ruedo. Pesos: 554, 520, 497, 506, 462, 525, 465 y 464 kilos.
Uriel Moreno "El Zapata" (ciruela y oro): Ovación tras petición y dos orejas con petición de rabo.
Joselito Adame (verde manzana y oro): Silencio y oreja.
Sergio Flores (verde botella y oro): Palmas con petición y dos orejas.
Luis David (blanco y plata): Silencio y dos orejas. Incidencias: La corrida comenzó con un retraso de 35 minutos. Durante el primer tercio de la lidia, el 6o. toro brincó al callejón y cayó encima de
Héctor Rojas (miembro del equipo de trabajo de
Joselito Adame), quien fue conducido a la enfermería para ser revisado de un fuerte golpe en un brazo. Al término de la lidia del 7o.,
Sergio Flores invitó a dar la vuelta al ruedo al ganadero
Pepe Huerta y su hijo
Javier.