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Las relaciones taurinas México-España

Lunes, 21 Feb 2022    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | La Jornada de Oriente   
Encuentros y desencuentros surgidos a lo largo del tiempo
Las turbulencias de la época que vivimos traen enredadas toda clase de sorpresas. Y entre las más recientes y llamativas encuentro ciertas expresiones de aficionados a toros preocupadísimos por si el anunciado enfriamiento de las relaciones oficiales con España fuera a afectar el intercambio taurino con ese país.

Como si lo dicho y sabido sobre los abusos de Iberdrola, Repsol o los bancos españoles, que tan mal nos atienden y tan bien medran a nuestras costillas, tuviera algo que ver con los Julis, Morantes, Ferreras, Ponces y demás astros iberos que, por cierto, en determinadas ocasiones suelen incurrir aquí en comportamientos igualmente propios de quienes siguen considerando a México tierra de conquista.

Las cuitas de esos aficionados me recuerdan los lamentos de aquellos antecesores suyos al producirse el boicot de 1936, y con él un breve desconcierto en la organización taurina del país que, al ser expulsados de España nuestros toreros, abrió un compás de espera –una pausa, pues– durante el cual no se sabía bien a bien si habría o no temporada grande. Y es que el ancestral reflejo malinchista se negaba a concebir corridas de toros sin el indispensable concurso de las figuras hispanas que año con año nos visitaban.

¿Habrá, nuevamente, que romper cañas en defensa de la dignidad nacional? En realidad no es necesario llegar a tanto. Basta con recordar lo que sucedió no sólo en aquel año lejano –que terminaría siendo el de independencia taurina nacional–, sino en todas las ocasiones posteriores en que el intercambio de toreros entre ambos dos países quedó interrumpido sin que la marcha de la fiesta en México se viera afectada ni poco ni mucho.

Se me dirá que el momento actual es distinto, que hoy carecemos de toreros de arrastre y que sin los figurones de ultramar estamos perdidos. Pura falacia. Bien analizado el caso, ni los astros hispanos han sido durante el siglo XXI la salvación de la fiesta y sus empresarios, ni los toreros nuestros las endebles comparsas que las propias empresas nos han hecho creer con su desdén hacia lo propio y su fervor por los nombres-marca de importación.

Con un poco de autoestima y unas arrobas de dignidad tendríamos para salir adelante en el improbable caso de una ruptura de relaciones diplomáticas con España, pues problemas de esta índole nunca afectaron un fluido intercambio de toreros entre nuestras dos naciones, pues si así hubiera sido, las casi cuatro décadas que duró la dictadura franquista nos habrían impedido conocer a Manolete, Ordóñez, Camino, El Cordobés e incluso El Capea, por citar solamente al alto almirantazgo de la nutridísima tropa de buenos, malos, medianos, excelentes y pésimos toreros españoles que pudimos conocer en esa etapa.

El boicot del miedo

Rememoremos: en el verano de 1936 va a tomar cuerpo algo que determinados medios hispanos venían atizando hacía tiempo y que acabó por determinar la expulsión de su país de todo lo que oliera a mexicano. Se adujeron incumplimientos por los nuestros de la ley laboral de la república española, pero lo cierto es que, ante la evidencia de que incómodos y morenos visitantes ocuparan lugar preferencial en las ferias y plazas españolas, fueron los diestros iberos, agrupados como sindicato, los autores intelectuales y materiales del desaguisado.

De nada sirvió que las autoridades laborales de allá aclararan que los mexicanos tenían sus papeles en orden, y que los públicos iberos se manifestaran en contra del ultraje, porque los coletas locales se negaron a alternar con los mexicanos, entre los que descollaba notoriamente Fermín Espinosa "Armillita" pero también empujaban fuerte Lorenzo Garza y Luis Castro "El Soldado", y hasta buenos secundarios como Ricardo Torres o José González "Carnicerito de México", además de numerosos novilleros hambrientos de gloria y los subalternos que a todos ellos los acompañaban.

La suspensión de la corrida del 15 de mayo en Madrid, al negarse Marcial Lalanda, Manolo Bienvenida y Domingo Ortega a alternar con Armillita, precipitó los acontecimientos, entre los que se documentaron incluso acciones de violencia física, como el asalto al automóvil de Carnicerito en ruta hacia Murcia, cuyo empresario había decidido proseguir su temporada con solamente diestros y cuadrillas mexicanas. Finalmente impuso su voluntad el grupo liderado por Marcial Lalanda, Diego Mazquiarán "Fortuna" y los líderes de los subalternos, y el gobierno mexicano tuvo que movilizarse para repatriar a los paisanos.

Sucedía esto en junio de 1936 y don Juan Belmonte, interrogado al respecto, denominó a la ruin maniobra de sus colegas "boicot del miedo", pues fue eso, el temor a que la creciente grandeza de la torería mexicana terminara arrasando como ya lo había hecho Armillita en los dos años precedentes, el único motivo de la torva maniobra.

Cegados por su propia malevolencia, no repararon en un error fundamental: el ambiente político estaba tan revuelto que ese 18 de julio estallaría la guerra civil que ensangrentó a España durante casi tres años y casi termina con la cabaña brava y las corridas de toros.

1947: turno de Arruza

Ocho años duró la suspensión del intercambio taurino entre los dos países, tiempo en que cobraría forma la época de oro del toreo mexicano. Fue en 1944 cuando las gestiones del gerente de la empresa de El Toreo, siguiendo instrucciones de su patrón Maximino Ávila Camacho, fructificaron en la firma del Primer Convenio Taurino Hispanomexicano, que ponía fin a la discordia. Pepe Luis Vázquez, Antonio Bienvenida y hasta Cagancho, antiguo consentido de la afición mexicana, actuaron ese invierno en nuestras plazas.

Pero fue Manuel Rodríguez "Manolete", al año siguiente, la verdadera atracción y sensación máxima en México, como ya lo había sido en España Carlos Arruza. Con buen ojo comercial, los apoderados de ambos armaron la pareja que recorrería en triunfo los ruedos españoles hasta que, a principios del 47, cuando Manuel Rodríguez cumplía su segunda campaña invernal entre nosotros, taurinos y coletas de allá, opuestos a la tiránica hegemonía del Monstruo de Córdoba y El Ciclón Mexicano, dieron el albazo que rompió el convenio, aislando de nuevo en su propio confín a ambas torerías con las plazas de América del Sur como eventual punto de encuentro, porque los hispanos obstaculizaron por todos los medios la presencia de los nuestros en Francia y Portugal.

Y hubo que esperar hasta 1951, que fue cuando el Sindicato del Espectáculo de España pudo ver culminadas las gestiones que sus nuevos líderes –Parrita, Rafaelillo y Paco Muñoz– habían emprendido a fin de acordar la firma de un segundo Convenio, que permanecería vigente hasta que en 1957 sobrevino otro rompimiento.

1957: esta vez se gestó en México

La acalorada asamblea de la Unión de Matadores en que se declaró la suspensión del Convenio –en octubre de ese año– tuvo como preámbulo el cierre indefinido de la Plaza México por desacuerdos entre el empresario Alfonso Gaona y la propiedad del mismo –Moisés Cosío como cabeza visible–, y como chispa el acusado trato discriminatorio hacia los mexicanos que hacían campaña por allá, sin importar que se tratase de figuras consolidadas como Jesús Córdoba o Joselito Huerta.

Este cese de visitas mutuas, que duró cuatro años, tampoco afectó mayormente la marcha de la fiesta en México –llenos espectaculares tanto en la México como en "El Toreo" cuando coincidieron temporadas simultáneas en ambos cosos–, y fue finiquitado mediante negociaciones efectuadas cuando Fermín Rivera, presidente de la Unión de Matadores, y el empresario Alfonso Gaona viajaron a España para la firma del tercer Convenio. Sucedía esto en octubre de 1961, y para la temporada grande, efectuada esta vez en "El Toreo" se contó ya con coletas hispanos, entre ellos nada menos que Paco Camino.

En 1967 y 1976, breves impasses

El primero se debió al sisma de la torería nacional que originó la existencia simultánea de dos sindicatos –la Unión y la Asociación de matadores–, de los cuales la gremial hispana reconoció a la que la ley laboral mexicana había autorizado como legal –la Unión–, siendo que era la Asociación la que contaba con el elenco de toreros más numeroso y atrayente para empresas y públicos. Inclusive se produjo en México un cierre de plazas que duró dos meses y un posterior enfriamiento del intercambio binacional concluido con la firma de un cuarto Convenio y la corrida de la Concordia celebrada en la Maestranza sevillana el 15 de agosto de 1968, con Alfredo Leal y Curro Romero en amigable y triunfal mano a mano.

Ocho años después, en 1976, hubo otra breve interrupción del intercambio, éste sí por motivos políticos, mientras España resolvía la sucesión del recién fallecido generalísimo y el gobierno mexicano permanecía a la expectativa.  Esta etapa culminó en 1977 con el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre ambos países y el retorno del intercambio taurino, desechándose a partir de entonces su sujeción a documento alguno, con lo que la etapa de los convenios hispanomexicanos pasó a la historia, aunque no el trato discriminatorio hacia nuestros toreros, explicitado de manera clara en los casos de Manolo Martínez y Curro Rivera, e ilustrado actualmente por la ausencia de nombres mexicanos en los carteles integrados por figuras en las ferias españolas.

Si tal cosa nada tiene de sorpresivo o nuevo, sí lo es el hecho de que nuestros más jóvenes aspirantes, para descollar, tengan que inscribirse en alguna de las escuelas taurinas que pululan en territorio español. Pero esto es producto de una política empresarial errada, que se niega sistemáticamente a dar forma a las antiguas temporadas novilleriles que nutrían de sangre nueva a la tauromaquia nacional. Invertir a futuro no es lo suyo.

Posdata

Salieron los carteles de Fallas y están por presentar oficialmente los de Sevilla. Naturalmente, sin matadores mexicanos.


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