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Solórzano y "Fedayín", una faena de culto

Lunes, 17 Ene 2022    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | La Jornada de Oriente   
En enero de 1972 Jesús Solórzano hizo la obra de arte de su vida
Hace poco volví al video de la faena de Chucho Solórzano con “Fedayín” de Torrecilla. La tengo vista y revista durante años y me sigue pareciendo intemporal, inagotable. Aun en blanco y negro, con cortes arbitrarios al gusto del editor y comentarios ramplones de quien la narra, poder revivir aquella cumbre de hace casi medio siglo, inventada por Jesús Solórzano Pesado en los medios de la Plaza México a favor de la nobleza del negro y bien puesto burel de Torrecilla resulta bocado de dioses y privilegio de sultanes.

Pocas veces habrá sido tan justo hablar del arte de torear como en aquel crepúsculo cada día más lejano, cuando el hijo de aquel otro rey del temple alcanzó la cúspide más alta de su nunca demasiado encumbrada trayectoria, al dibujar –con regia apostura, poético arrebato y delicado temple– una de las obras más bellas en la historia del toreo, asombrosamente enhiesta al paso de los años, extrañamente resistente al desgaste de los gustos y la evolución de modas y estilos, y tan jugosamente fresca y reconfortante como si estuviera acabada de hacer. O acabada de soñar, que tal es la sensación que el toreo transmite las contadas veces que parece empujarnos más allá de las fronteras del mundo físico para invadir otro territorio –onírico, irreal– que está y no está en las plazas de toros.

Prolegómenos

Ocho días antes, Mariano Ramos había cortado tres orejas y el rabo simbólico de "Abarrotero", de José Julián Llaguno. Como Manolo Martínez también triunfó con fuerza esa tarde, durante la semana se habló de un casi inevitable mano a mano entre ambos, a lo que Martínez dijo que sí pero no cuándo, permitiendo que la idea se pudriera sola. Pero la repetición de Mariano provocó un lleno absoluto, bien apuntalado el cartel por un Eloy Cavazos celoso de volver por sus fueros. Al lado de las dos figuras, la presencia de Chuchito Solórzano era un simple añadido. Y no porque dejara de haber constancias de su clase proverbial, sino porque dicha clase se encontraba tan empolvada como la carrera de un joven de 32 años de edad y ocho de alternativa, frecuentemente lastrado por la falta de decisión. Y abocado, por tanto, al olvido.

"Fedayín" y Solórzano

Mariano tuvo una actuación tan voluntariosa como gris. Eloy salió dispuesto al desquite pero poco lo ayudó su lote –muy quedado, como toda la corrida a excepción del quinto toro–, y para dar una vuelta al ruedo necesitó recurrir a todo su poder de sugestión y una gran estocada al cuarto toro del hierro de Torrecilla.

El segundo espada, vestido de grana y oro, casi no se había dejado ver cuando sonaron los clarines para dar suelta al quinto de la aburrida tarde, un negro zaino, algo veleto y vareado, anunciado como de 448 kilos y "Fedayín" de nombre. Abanto de salida, Jesús Solórzano se dedicó a cuidar de él sin llamar mayormente la atención: un par de finos lances, el apunte de media verónica de corte clásico, ninguna premonición o anticipo de lo que estaba  a punto de venírsenos encima.

Solórzano empezó a alegrar la función a partir del segundo tercio, que cubrió con su precisión y elegancia habituales: cuando del tercer par se cayó uno de los palos, pidió permiso a la autoridad para colgar uno más, primicia, nada menos, que de su "par de la moreliana", que él mismo bautizó así en homenaje a su padre y que consistía en provocar la arrancada y salir en falso del embroque dando la espalda al bicho mediante un giro completo para, al relance, cuadrar en la cara, clavar y salir airoso de la reunión. Sonaron las primeras palmas fuertes de la tarde.

Una joya de faena

El resto es historia grande. Brindó el torero al público y empezó a ligar pases, primero del tercio a los medios, suavemente, como abriendo sin prisa el frasco de las esencias, antes de citar desde largo a un toro que, rabo al aire, parecía estar a favor de obra. Toda la faena tuvo un aroma y un sabor exquisitos, pero también una arquitectura impecable en su clásica originalidad. Perfectamente equilibrados el valor y el arte, la precisión y la limpieza, la lentitud y el temple con que se iban desgranando los muletazos en series compactas. Y la variedad: hubo el chispazo de un doblón imperial como remate a una serie en redondo, alguna arrucina tan ajustada como pulcramente vertical. Y, repetidamente, la fedayina, espontánea creación solorzanista consistente en citar a distancia con la muleta en la diestra y a pitón cambiado para, una vez al el astado en jurisdicción, invertir el engaño dándole el envés a la embestida, al tiempo que el torero giraba a fin de quedar colocado para ligar el toreo en redondo con la diestra sin solución de continuidad. Hubo naturales de frente, y también con el compás clásicamente abierto.

Cuando ya la plaza era un delirio, con profusión de prendas y sombreros sobre la arena y la gente en pie desde hacía un buen rato, "Fedayín" se frenó de pronto, justo en el primer tiempo de un natural: Jesús no movió un músculo, esperó un instante antes de agitar sutilmente la incitación roja de la muleta… y, sin dejar de cargar la suerte, consumó el pase más lento y soñado de su extraordinaria faena. Hubo un pinchazo antes de la estocada, que tardó en surtir efecto. Aun así, dos orejas, petición de rabo y dos vueltas al anillo entre aclamaciones interminables. Incluso éstas sonaban distinto.

La versión de Carlos León

"¿Qué fue lo que hizo Chucho para armar la que armó y situarse, de golpe y porrazo, en un  sitio que nunca había tenido? Pues muy sencillo: volver los ojos hacia el toreo de antaño, al toreo clásico, al torear rondeño. En vez de dejarse llevar por el camino herético de la supuesta e iconoclasta Escuela Mexicana del Toreo, retornó a la verdad y a la naturalidad, a la pureza de procedimientos, a la estética desahogada. Y con eso tuvo para abrirle los ojos al público… Si bien con el capote anduvo desdibujado, en lo demás, hasta al adornarse con las banderillas, que ya casi nadie las clava, hizo una faena “de las de ayer", de las que quitan años de encima, con improvisaciones luminosas y buenas maneras de otras épocas… Para tan bella faena pocas parecieron las dos orejas y las vueltas al ruedo. Pero ya era lo de menos, había resucitado el bien torear y eso nos llenaba de regocijo". (Novedades, 14 de enero de 1974).

La versión de José Alameda

"Siempre que el arte hace su aparición, la fiesta se desintoxica. Porque, no lo dude usted, la fiesta vive intoxicada. Intoxicada de monotonía… Pero el arte verdadero, ¡aparece tan de tarde en tarde! Sin embargo, es suficiente con que asome para que cambie toda la valoración del toreo. Solórzano acabó ayer, de un solo golpe, con esa faena de molde, monótona e industrial, esa faena que se imprime en serie, como las estampas de calendario, la misma que hemos visto ya este año y el anterior y el otro y el otro…¿hasta cuándo?... Lo que hizo ayer Solórzano fue poner en evidencia la realidad del arte auténtico, fragante, inspirado, sincero, frente al arte de “los pintores de calendario". Dicho con bíblico lenguaje: Solórzano vino a correr a los mercaderes del templo.

La obra de arte tiene siempre que dar la impresión de algo único, distinto, sin par. Es todo lo contrario de la copia fotostática. La obra de arte, hija de la inspiración, es un modelo único. Por eso vale tanto. El público de la plaza México, este público dotado de tan impalpable sensibilidad  y tan implacable juicio, lo comprendió, también de golpe, de corazón, con el alma desnuda. Y se entregó al artista con voto unánime para poner en las manos de Solórzano las dos orejas del toro. Porque en los grandes momentos, hay una emoción de la mente y un juicio del corazón… Solórzano, sí. Pero no sólo él. Fue también el aficionado mexicano, en su puesto de honor de la plaza México, el que dio el ejemplo: moralmente, expulsó a los mercaderes del templo". (El Heraldo de México, 14 de enero de 1974).

Pero la faena de "Fedayín" continuaría sugiriéndole a Alameda valiosos comentarios. Lean si no: "Luis XIV, el Rey Sol, dueño de Francia, dijo: "El Estado soy yo"… Chucho Solórzano, dueño de la elegancia y del temple, pudiera decir, refiriéndose al toreo: "El Arte soy yo".

¿Qué es el arte en el toreo?

Lo espontáneo. Lo natural. Lo no estereotipado. Lo que rezuma inspiración. Lo que no se basa en fórmulas. Lo que no representa esfuerzo. Lo que ni siquiera puede decirse que tenga mérito, porque lo que tiene es don, algo que Dios regala. El arte se reproduce por la gracia de Dios". (El Heraldo de México, 15 de enero de 1974).

Por eso se sigue hablando de la faena de "Fedayín" como de una obra que conserva la gracia de lo irrepetible. Tanto que nunca más volvería Chuchito Solórzano a elevarse –y elevarnos– a semejantes alturas.


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