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Don Tancredo y el coronavirus

Sábado, 08 Ene 2022    Guadalajara, Jal.    Antonio Casanueva | Foto: Archivo   
"...esta nueva ola de contagios: ¡Terror! ¡Pánico inmovilizador!..."
Ante el incremento de contagios por la variante ómicron del coronavirus, vale la pena cuestionar si la mejor manera de enfrentarla es con la suerte de Don Tancredo. Durante la primera etapa de la pandemia, las autoridades sanitarias de casi todos los países del mundo le pidieron a la población que se quedara en casa, buscando hacerle «el tancredo» al virus.

El inicio del año es también un buen momento para recordar a Tancredo López Marín porque se presentó en Madrid precisamente a principios del siglo XX actuando en forma consecutiva los días 30 de diciembre de 1900, 1 y 13 de enero de 1901, respectivamente.

Tancredo se subía a un pedestal vestido de blanco, esperaba al toro con los brazos cruzados e inmóvil, como si de una estatua se tratara. En algunas ocasiones, lo hizo incluso amarrado de pies y manos. Los toros, que siguen el movimiento, se desentendían de la estatua humana creando asombro en los espectadores.

Para José María de Cossío la suerte no trataba "de provocar la risa y regocijo del público, sino de estremecerle y conmoverle con la más dramática representación de la torería". Por eso Tancredo López se anunciaba como "El Rey del Valor".

Tancredo decía que se había inspirado en La Habana, viendo la figura del Comendador en una parodia de Don Juan Tenorio. José Bergamín cree que se le ocurrió observando a algunos animales que, ante el peligro de perder la vida, se hacen el muerto. Lo explica con bella prosa: "Y surge Don Tancredo, inmortalizado: el hombre que engaña a la muerte, al destino, no ya con la misma apariencia de la muerte como suelen hacer los animales, sino con la negación de la muerte, con esa especie de inmortalidad definitiva de la estatua".

Según Roque Solares en un artículo que publicó la revista "La Lidia" en 1947, la suerte tiene origen mexicano. Fue una invención del torero José María Vázquez, quien la llamó "El Esqueleto torero" y se la enseñó a su cuadrilla. La primera vez que se vio en público fue finales del siglo XIX en Orizaba, Veracruz, y la ejecutó Antonio González "El Orizabeño".

Bergamín decía que Tancredo López había intentado ganarse la vida de la manera más aristocrática posible: sin hacer nada. "Empieza por quedarse quieto, por no hacer nada; por no hacer nada ante la vida, y, por consiguiente, ante la muerte".

La pregunta, de cara a la pandemia del siglo XXI, es si la inmovilidad ("¡Quédese en casa!", pedían las autoridades sanitarias) representa un acto de valor o de miedo.

Continua José Bergamín, como si presagiara la actitud ante el Covid-19: "Y así se nos ofrece cruzado de brazos ante el destino; cruzándose de brazos sobre el pecho o la espalda, como Don Tancredo ante el toro; cruzándose de brazos para no moverse siquiera, para contener su inquietud, la inquietud más humana y más divina: la del miedo; la del miedo puro, absoluto, el miedo total y totalizado".

Eso percibo en muchos ante esta nueva ola de contagios: ¡Terror! ¡Pánico inmovilizador!

¿Cómo esperaba al toro Don Tancredo? El poeta de la generación del 27 pregunta: "¿Con los ojos cerrados? ¿Con los ojos abiertos?".

¿Cómo esperamos nosotros al toro del 2022? ¿Cómo vamos a enfrentar al Ómicron y a las nuevas variantes del virus?

El toreo, como la vida misma, no es inmovilización, sino acción y dominio. El propio Bergamín lo aclara: "Pues este toreo o arte de torear luminoso, dinámico, se va corrompiendo, deshaciendo, cuando se va parando, inmovilizando: cuando el hombre estatua, el paralizado por el miedo, el Tancredo, en fin (…) va endureciendo, entorpeciendo con su rigidez escayolada la destreza viva de los movimientos, la agilidad y flexibilidad de la burla: hasta acabar, entonces, en esa definitiva negación del torero mismo que lo ejecuta y que es lo que los aficionados llaman el parón; el parón forzado".

La suerte de Don Tancredo funcionaba cuando el toro se fijaba en la estatua y, por lo tanto, se desentendía de ella. Eso lo hace sólo un toro bravo, fijo y noble. Pero ante un toro incierto, manso o burriciego, Don Tancredo está perdido, porque se viene a él casi sin verlo; ese toro no embiste, arrea. Por lo tanto, arremete a Tancredo y lo derriba. ¿No es así el bicho del coronavirus: incierto, burriciego, manso y peligroso?

Parece que fue un toro de Miura el que no se fijó en Tancredo López, le derribó y el personaje tuvo que salir de huyendo. José Bergamín, otra vez como profetizando la pandemia de la actualidad, nos dice: "Eludamos este presagio. Porque el toro no se nos haga, o se nos siga haciendo, dueño del ruedo".

Mas que el tancredo, hoy necesitamos cargar la suerte, pegarle muletazos de castigo. Salir con cubrebocas, valientes, echar la pata pa’ lante y templar a este tal 2022. ¡Qué Dios reparta suerte!


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