Celebramos el centenario del nacimiento de Pepe Luis Vázquez, el gran artista de la época de Manolete y Carlos Arruza, y su recuerdo permanece indeleble en la historia del toreo, porque su estilo reafirmó esa sevillanía tan característica de la misma orilla del Guadalquivir donde se levanta la Maestranza.
Y aunque "El rubio de San Bernardo" fue un torero que "acompañaba", ya que su destino no era ejercer el mando, su estela dejó una nítida huella en unos años marcados por la rivalidad entre El Monstruo y ese mexicano de esbelta figura, que irrumpió en la Fiesta de España con su indómito carácter a cuestas.
Cuando Pepe Luis se acomodaba con un toro, Manolete decía que había que cuidarse, porque esa capaz de acabar con el cuadro. El mítico torero cordobés sabía que una faena del sevillano podía eclipsar cualquier triunfo. De hecho, Manolete sentía admiración por Pepe Luis, y no tuvo reparo en afirmarlo desde la sinceridad del que se sabe impotente de torear con esa gracia andaluza que estaba tocada por los duendes.
El paso de Pepe Luis Vázquez por México no fue tan largo, pero caló hondo. Y si no fue un consentido de la afición, como su paisano Chicuelo, aquella forma de interpretar el toreo vivió momentos gozosos, como ese triunfo cosechado hace 75 años en "El Toreo" de la Condesa.
Fue la del 17 de febrero de 1946 cuando toreó precisamente al lado de Manolete y el carismático Luis Procuna. En esa ocasión, Pepe Luis se topó con el toro "Cazador", de Coaxamalucan, divisa propiedad de Felipe González, aquel emblemático "Gallo Viejo", criador de la mejor prosapia tlaxcalteca.
Y fue esa faena, repleta de inspiración, a través de la que trascendió en México, la misma tarde en que Manolete cuajó a "Platino", en una de las cumbres más altas de dos toreros andaluces de estilos tan distintos y complementarios, a los que ese día Procuna dio la réplica con "Cilindrero".
Porque el arte del toreo entraña la magia del recuerdo, ya sea por haber presenciado lo ocurrido; por haber escuchado aquellas hazañas de boca de nuestros mayores o, inclusive, por haberlo leído o admirado en fotografía, película o video. Los aficionados a los toros somos románticos por naturaleza; personas sensibles que reconocen en el pasado a las viejas glorias, como lo fue Pepe Luis, aquel niño rubio de ojos claros, cuya timbrada voz les cantaba a los toros por soleares con la seda de su capote y la ternura de su muleta.
A cien años de su natalicio, y en recuerdo de su gracia andaluza, ahí quedan todavía los ecos de su corto pero intenso transitar por un México que, todavía, sigue vibrando con emoción ante los toreros de arte. Y Pepe Luis ha sido uno de los más grandes.