Las aguas antitaurinas volvieron a agitarse esta semana con la noticia de la aprobación del dictamen de una ley que pretende acabar con la Fiesta Brava en la Ciudad de México, y como es habitual entre los grupos animalistas, consiguieron armar un gran alboroto mediático que, por enésima vez, puso a la tauromaquia en boca de la opinión pública.
Y aunque esta fue tan solo una falsa alarma, que buscaba llamar la atención de la sociedad, no hay que perder de vista que los diputados antitaurinos siempre estarán dispuestos a acabar con la Fiesta, pues para ellos se ha convertido en una obsesión casi patológica, alentada por los grupos animalistas que están respaldados por fuertes sumas de dinero provenientes de instituciones internacionales.
Es evidente que la Fiesta requiere ser defendida desde distintas trincheras, dando la cara con determinación hacia el exterior, pero también necesita que, de puertas adentro, se hagan las cosas con profesionalismo para que la gente regrese a las plazas en gran número. Así está sucediendo en estos días en la capital, donde se vive una nueva efervescencia taurina, quizá no tan amplia como a comienzos de los años noventa, pero igualmente valiosa.
Uno de los proyectos más atractivos para promover el espectáculo a mediano plazo, es el denominado "Campo para novilleros", implementado por la Asociación Nacional de Ganaderos, que busca que los chavales aprendan a tentar y se desarrollen para que se vayan dando a conocer en un futuro cercano en las plazas de toros.
El otro día en la ganadería de Montecristo, de Germán Mercado, se dio el banderazo oficial de salida a esta magnífica iniciativa, con un formato que obliga a los toreros en ciernes a rivalizar en busca de seguir avanzando y abrirse las puertas de otras ganaderías que se sumarán a este proyecto.
Las cuatro becerras que se tentaron en la primera fase de la prueba correspondieron, en orden de antigüedad, dada por su debut con picadores, o sin que se hayan presentado todavía con los del castoreño, a Jesús Sosa, Emiliano Ortega, César Fernández y Santiago Villicaña Ochoa.
Los cuatro novilleros en cuestión interactuaron de la siguiente manera: Sosa paró y lidió a la primera becerra, dejando que, a mitad de su faena, interviniera Ortega, y lo mismo sucedió de manera subsiguiente con los demás toreros del "cartel".
Al final, los dos más sobresalientes, en este caso Sosa y Ortega, tuvieron oportunidad de tentar, ya en solitario, cada una de las otras dos becerras restantes, un hecho que no sólo implica aprender a torear en el campo, sino a escuchar las indicaciones del ganadero y que este magnífico laboratorio de la bravura les aporte enseñanzas para su crecimiento.
La experiencia fue por demás elocuente, porque se pudo observar la capacidad técnica y artística de los participantes, una reminiscencia de lo que en su día fue el comienzo de Tauromagia Mexicana, aunque con un sello propio y una directriz muy particular, de la que se esperan jugosos frutos en los años por venir.