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De Yucatán a los Andes

Sábado, 06 Nov 2021    Guadalajara, Jal.    Antonio Casanueva | Foto: Archivo   
"...El ave majestuosa despliega sus alas al encabritarse el toro..."
El sincretismo es la amalgama de dos o más culturas. Las tradiciones, tanto religiosas como culturales, van fusionando y haciendo suyos elementos traídos de otras costumbres. Plutarco fue el primero que utilizó el término para referirse a que los cretenses dejaban a un lado sus diferencias después de las guerras. Erasmo de Róterdam retomó el concepto para explicar la conciliación entre sistemas filosóficos o de creencias religiosas.

El Día de Muertos en México es un gran ejemplo de sincretismo. Como lo explica la escritora Paloma Ramírez (Mural, 30 de octubre de 2021), la mayor parte de los elementos de los festejos del 2 de noviembre en México son de origen católico y de la Europa Medieval –aunque algunos políticos traten de manipular a la población haciéndolos creer que tienen antecedentes prehispánicos– que fueron asimilados y convertidos en tradiciones muy mexicanas.

Sucede lo mismo con las tauromaquias. Toros y caballos llegaron a América con los españoles, pero las fiestas y liturgias no sólo fueron absorbidas sino convertida en propias. Un ejemplo es el sacrificio ritual wixárrika que presenta el documental Fiesta Brava de Augusto de Alba. Comprendí el sincretismo con mayor claridad al leer dos imprescindibles libros que descubren rituales con toros bravos poco conocidas en los ambientes taurinos convencionales. El primero, "La fiesta no manifiesta", coordinado por Antonio Rivera Rodríguez y editado por Tauromaquia Mexicana; el segundo, "Yawar fiesta" (fiesta de sangre) del escritor peruano José María Arguedas.

Para entender las tauromaquias de la península de Yucatán y de la sierra sur del Perú, hay que recordar que los españoles trajeron toros bravos a principios del siglo XVI. Esto es más de doscientos años antes de que apareciera la dinastía de los Romero en Ronda y doscientos cincuenta años antes de que Pepe-Hillo publicara su tratado "La Tauromaquia o el Arte de Torear". Por eso en las regiones autóctonas americanas se pueden apreciar suertes y costumbres muy lejanas a lo que sucede en una plaza de toros convencional, pero profundamente arraigadas en sus idiosincrasias regionales.

Antonio Rivera da cuenta de miles de festejos que se realizan anualmente en plazas de palitos en Yucatán, Campeche y Quintana Roo, cada uno con su propia naturaleza independiente, discreta, imperturbable y llena de vida. En los entornos donde se realizan los sacrificios rituales está presente la gastronomía ceremonial, los bailes populares, las procesiones de cofradías y otros rituales que incluyen tanto liturgias religiosas, como actos culturales.

Lo de los pueblos quechuas en el Perú es otro mundo maravilloso y mágico. El sincretismo dio origen a un nuevo animal mítico: el toro alado. Mezcla del cóndor –un animal que por su capacidad de vuelo, visión desde las alturas y despliegue de alas, se asocia con varios poderes– y el toro, que por su fuerza y bravura fascinó a los incas desde su arribo al continente. Hay incluso una leyenda en Cusco que cuenta cómo un toro ayudó a los incas a proteger su tesoro de la codicia de los conquistadores.

El toro alado apareció en el imaginario peruano en 1530. A los antropólogos les recordaba a los centauros. Antoinette Molinié lo describe de la siguiente manera: 

"De la muchedumbre de indios surge de repente un ser del otro mundo: un toro va volando y brincando por la plaza. Sus alas parecen llevárselo hacia la cordillera que rodea el pueblo. El toro corre serpenteando por el ruedo, yergue sus patas delanteras y echa las de atrás como para hundirse en la tierra, se pone en pie castigando con sus brazos alas que lo espantan. Y sigue volando en la polvareda. Corre enloquecido por el dolor de la herida que le va abriendo el pico del cóndor atado en su lomo. El ave majestuosa despliega sus alas al encabritarse el toro, va picándole el cuello, estirando el pescuezo con sus alas, como si supiera que hace años iba atado más adelante y podía poco a poco reventarle los ojos a su enemigo". ("El toro y el cóndor en lidia: una corrida en los Andes peruanos", en Ritos y símbolos en la tauromaquia, p. 237).

Tanto en la península de Yucatán como en la sierra Quechua muchos hombres viven alrededor de estas liturgias sacrificiales ante toros bravos. Están dispuestos a ofrecer su vida en agradecimiento a un favor recibido, para buscar el perdón o para redimirse. José María Arguedas describe los auténticos sentimientos que viven ante sus tradiciones:

"Se alegraban, pero de otro modo, no como cuando se emborraban, no como cuando hacían buen negocio; era de otra clase esa alegría que se levantaba desde lo más hondo de sus conciencias; ellos no lo hubieran podido explicar; era una fiesta, una fiesta grande en cada alma". (Yawar fiesta, p. 152).

Las tradiciones taurinas producto de sincretismos que se han formado desde hace más de cuatrocientos cincuenta años, alimentan el alma y le dan sentido a la vida de muchos en seres humanos en México y en Perú.


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