Dos toros buenos saltaron en el encierro lidiado hoy en la plaza de Las Ventas de Madrid, y ambos pertenecientes a las dos ganaderías anunciadas: Jandilla y Victoriano del Río. Dos toros que cayeron en sendos lotes: el de Paco Ureña, lidiado en tercer lugar, y el de José María Manzanares en quinto, respectivamente.
Y esa suerte a favor de ambos de los dos contrastó con la falta de ventura de Diego Urdiales, que tuvo en las manos dos toros deslucidos con los que ni siquiera valía estar valiente, así que el torero de riojano esta tarde en Madrid pasó inadvertido, no obstante que dejó sobre la arena detalles sueltos de calidad, pero sin poder gustarse como lo hizo en días pasados en la Maestranza de Sevilla, por ejemplo.
Así es la suerte de caprichosa, la mayoría de las veces, y no hay nada qué hacer contra eso, sino aceptarlo… o aprovecharlo, como parecía que, de pronto, lo haría Manzanares con ese toro corrido en quinto lugar, porque desde que apareció en el redondel demostró esa boyantía que tanto gusta en Madrid. Y verlo arrancarse de largo dos veces al caballo que montaba Paco María fue un espectáculo.
El toro vino a más en la muleta del alicantino y le regaló un puñado de buenas embestidas, pero eso no fue suficiente para que la faena trascendiera como debería y discurrió entre altibajos, más notorios todavía cuando el toro perdió ritmo y ya no se desplazaba con la misma calidad del comienzo. Ahí fue cuando le cayeron encima al torero que, a diferencia de su habitual costumbre de matar con gran eficacia, no estuvo fino con la espada y aquello no trascendió.
Delante del bravo segundo, José Mari ya había tenido que tragar mucho cuando el de Jandilla no le estaba regalando ninguna embestida, y en un momento del trasteo estuvo a punto de echarle mano ya cuando el toro se hizo el amo e impuso su voluntad a lo que estaba ocurrido. De tal suerte que, al final, el torero alicantino no consiguió, ni con el encastado, ni con el bueno, estar a la altura de las circunstancias en una plaza que cada vez se le presenta más hostil.
Una vez más, la proverbial suerte de Paco Ureña se hizo patente al haberse llevado otro de los toros buenos de la tarde, en este caso perteneciente al hierro de Jandilla. Más reunido y armonioso que sus hermanos, y con una cara que cabía bien en la muleta, ese tercero de la tarde tuvo una condición propia para el triunfo.
Y Paco, fiel a su estilo, sufrido y entregado a esa filosofía evocadora de El Pana, la de ser un torero de "un muletazo, de una tarde o de una faena", le llegó al público porque su toreó está tocado de una expresión tan sincera como frágil que provoca una gran empatía en ese público que se identifica con la personalidad del murciano.
Hubo en esa primera faena momentos intensos tan característicos de su tauromaquia, y tampoco se salvó de verse entre los pitones del toro en un descuido, un hecho que intensificó esa permanente comunicación que tiene con el público. Aún sin redondear como hubiese deseado, dada la buena condición del toro, se puede afirmar que su sinceridad lo sacó a flote.
En el sexto, que fue otro de los toros deslucidos, como el segundo de Diego Urdiales, Ureña casi no pudo hacer nada, y así terminó una tarde en la que, por unos instantes, dio la impresión de que la corrida que se había aplazado por la mala condición en la que había quedado el ruedo tras una fuerte tormenta, aquel viernes 24 de septiembre, iba a tener un final más agradable.
Al terminar el festejo, un espectador externó con cierto desaliento; "no fue el mejor espectáculo". Llevaba razón aquel hombre, sí; pero lo pudo haber sido y la gente se quedó con ganas de más, sobre todo cuando salen por toriles dos toros para triunfar.