Desconozco quién acuño el término de "ganaderías comerciales". Más bien creo que es un tanto reciente. Digamos que de unos 20 años para acá. El caso es que en estas dos palabras se encierra un concepto, muchas veces peyorativo, del toro que suelen elegir las figuras, más todavía para sus citas de mayor importancia.
Y para un sector de la afición, algunas de esas "ganaderías comerciales" suelen estar vetadas. Las tachan de descastadas o impropias para la brillantez de la lidia; de fáciles o sosas, sin detenerse a pensar que las figuras las eligen porque saben muy bien que en ellas "saltan" toros buenos, o muy buenos, que les permiten hacer el toreo que consideran que va a dejar una huella más profunda en cada uno de sus triunfos.
Así como hay "ganaderías comerciales", también las hay a las que llaman "duras", esas que suelen matar otro tipo de toreros, entre los que destacan los "especialistas" de determinados hierros; figuras de esa otra "liga" del toreo, que se han hecho de un nombre y gozan del respeto de profesionales y aficionados.
El otro día en El Puerto de Santa María, Morante de la Puebla hizo una apuesta a la contra, anunciándose con una corrida de Prieto de la Cal, de ascendencia Vazqueña, esa ganadería que ni siquiera encaja en las "duras"; una ganadería, digamos, "inclasificable".
Y en el pecado llevó la penitencia. Seguramente hoy seguirá rumiando su fracaso, y tendrá que ser más astuto a la hora de tomar decisiones, desprovisto de apoderado y "en solitario", tal y como rezaba el cartel de reminiscencias antiguas que anunciaba su reciente encerrona.
Si esa tarde de El Puerto fue un nostálgico viaje al pasado, sobre todo en sus formas, lo cierto es que, en el fondo, fue más bien un salto al vacío. Porque el juego que dieron los toros debió dejarle un amargo sabor de boca, ya que no pudo regalarse ni siquiera un ramillete de sedosas verónicas; o una tanda de naturales de barbilla encajada en el pecho; o un par de trincherillas con aroma a romero. Nada de nada, salvo un mosqueo con los jaboneros.
Y entonces volvemos a aquello de las "ganaderías comerciales", de las que Morante afirmó estar "cansado", sin detenerse a pensar que con toros de esos hierros ha esculpido varias de las obras monumentales de su vida torera, y nunca con las "duras", y mucho menos con las "inclasificables".
Para muestra: aquel toro llamado "Alboroto" que cuajó en Madrid, el 21 de mayo de 2009, y al que formó un auténtico lío con el capote como quizá no se había visto en toda la historia de la Feria de San Isidro, que ya es decir.
Curiosamente, ese cuatreño tenía herrado en la pierna derecha el antiguo hierro de Veragua, ganadería insignia de una casta Vazqueña que, por cierto, ya no tiene ni una gota de aquella sangre del pasado, sino la de Juan Pedro Domecq, la savia de la casta Vistahermosa, que ha hecho que el arte del toreo avance hacia sus nuevas formas de expresión, de las que Morante es uno de sus máximos exponentes.
Y después del fiasco de El Puerto, me parece que la lección ha quedado aprendida. Ahora Morante tendrá que hilar muy fino en sus elecciones ganaderas, en vez de querer inventar el hilo negro.