No lo esperaba pero sucedió. Que la propuesta hecha en mi columna "Tauromaquia" publicada con anterioridad –ésa del Siglo de Oro del toreo– provocara ciertas reacciones entre lectores amigos, favorables las más pero también algunas francamente escépticas.
Las primeras las agradezco, mas son las otras el motivo de esta respuesta. Acaso la obligada brevedad del texto anterior haya dejado hilos sueltos que, en buena lógica, justificasen interrogantes por parte del lector. Éste de ahora intentará despejarlas, ofreciendo argumentos que espero ayuden a la mejor comprensión del asunto.
Aclaración
Por principio, hay que tener en cuenta la diferencia fundamental entre el uso común de la palabra "siglo" (cien años: ni uno más) y el sentido simbólico que quieren transmitir expresiones como "Siglo de Oro" o "Siglo de las Luces". Porque ni el así denominado para señalar el esplendor de las letras hispánicas (entre el XVI y el XVII de nuestra era) ni tampoco el que calificó la influencia decisiva de los enciclopedistas de la Ilustración (XVIII) duraron, en sentido estricto, cien años.
Por lo demás, numerosos analistas y académicos del acontecer mundial han acordado delimitan el siglo XX de acuerdo con dos hitos que, a su parecer marcan su historia: el inicio de la Gran Guerra (1914-1919) y la caída del Muro de Berlín (1989), lo que lo convierte en un siglo de apenas 75 años. No guardará relación con el calendario, pero es un convencionalismo apropiado y eficaz para facilita la comprensión y estudio de la centuria en que nacimos.
Utilizando un criterio semejante, la propuesta de este columnista señala el comienzo del "Siglo de Oro del toreo" en el otoño de 1913, eligiendo para el efecto un doble suceso a mi parecer determinante: la alternativa de Juan Belmonte (Madrid, 16-10-13) y su enlace casi inmediato con la retirada de Ricardo Torres "Bombita" (ídem, 19-10-13).
En esa media semana se determinó para la fiesta de toros un cambio de época en toda forma, aunque su constatación sólo llegara a través del tiempo –este tipo de convenciones, con sus consecuencias históricas, requieren la perspectiva que da el paso del tiempo–. Hoy se reconoce en esos hechos, aparentemente perdidos en la vorágine de la temporada taurina de 1913, el inicio de lo que a la larga reconocerá España como edad de oro del toreo.
Hoy me ha parecido apropiado ampliar el sentido de la misma refiriéndome a todo un "Siglo de Oro del toreo", que se extendería hasta nuestros días… o quizá, dolorosamente, a los inmediatamente anteriores a la pandemia de Covid-19. Que tampoco serían cien años, sino unos cuantos más.
Justificación
Pero vayamos a lo sustantivo de la propuesta. ¿Tiene sentido plantear la existencia de un "Siglo de Oro del toreo"? Y si así fuera, ¿sobre qué bases afirmarlo?
En cualquiera de los casos nombrados se pueden identificar, entre los sucesivos hechos llamémosle así cotidianos de la fiesta, una especie de puerta de entrada a realidades ostensiblemente novedosas y claramente diferenciables del estado de cosas previo: ese tipo de puerta es, precisamente, la indeleble marca inicial de un nuevo ciclo, cuyo punto final llegará no se sabe cuándo, mediante otro avatar no menos significativo y vigoroso. Si entre esos dos hitos ha transcurrido tiempo suficiente para que no resulte descabellado equiparar dicho período con un siglo, la denominación resulta perfectamente lícita.
Es evidente que nuestra misma afición, que lleva al seguimiento atento y entusiasta de las peripecias de la Fiesta Brava, acabó por constituirse en una costumbre que, por lo mismo, estorba la posibilidad de tomar en cuenta lo excepcional de nuestra situación.
Quedó lejos el deslumbramiento inicial, el de los azorados testigos de la revolución belmontina en pugna con la grandeza de Joselito El Gallo y la menos manifiesta, pero no menos importante, que supuso el cadencioso hacer de Rodolfo Gaona. Una edad de oro que no duró ni siete años, oficialmente clausurados por la trágica muerte de José.
Siguió a ella, de acuerdo con la crónica de la época, una etapa de agudo malestar de públicos empeñados en comparar, desventajosamente, los logros de aquel terceto imperial con los de sus sucedáneos inmediatos. Un sentimiento de decepción que seguramente le impidió a la mayoría valorar la calidad y peso de una evolución fundamental de la que es emblema la faena en redondo patentada por Chicuelo, y que seguiría una ruta hacia el refinamiento de la estética belmontina conseguida al precio de mucha sangre y sacrificios –más de cien toreros murieron entre 1920 y 1934–. De suerte que, aunque el grueso de la afición y de la crítica prefiriera dedicarse a la añoranza de una edad de oro, al final condescendieron a bautizar los años previos a la borrasca de la guerra civil como la edad de plata.
Mientras la feroz contienda entre nacionales y republicanos paraba en seco la continuidad de la tauromaquia en la península ibérica y, de hecho, provocó el exterminio de no pocas ganaderías y la muerte violenta de numerosos personajes ligados a la fiesta, en México cobraba auge lo que ha pasado a la historia como la época de oro nuestra, amasada entre los pocos años transcurridos entre la retirada de Gaona (12-04-25) y la primera temporada grande sin toreros españoles (1936-37), producto del boicot emprendido en su contra por la torería hispana.
Fue cuando ases de entonces –de Pepe Ortiz a Silverio y Arruza, pasando por Armillita, Balderas, Solórzano, Garza y El Soldado– convirtieron en pasión nacional la fiesta de toros, hecho solamente posible a partir de dos causas determinantes: una ganadería brava nacional equiparable en calidad a la española, aunque con personalidad propia, como también la tenían a raudales los diestros mexicanos expulsados mediante argucias de baja ley por sus pares españoles, en lo que no fue sino palmario autoreconocimiento de inferioridad artística y moral. Desenlace natural de tan lamentable boicot sería el alumbramiento del "Siglo de Oro del toreo" mexicano.
Breve enunciación de hitos
Y tono con los citados, pueden identificarse sucesivas etapas marcadas por la evolución técnica y estética, protagonizada por personalidades de indudable relieve, independientemente del sitio que jerárquicamente puedan haber ocupado. Un breve recuento nos llevaría a identificar, cuando menos, las siguientes:
1) Edad de Oro del toreo español (1913-1920).
2) Reinado de Gaona en México (1920-1925)-
3) Edad de Plata española (1920-1936).
4) Época de Oro mexicana (1925-1947).
5) Manolete y la postguerra (1939-1947).
6) Riqueza y diversificación de los años 50 en España.
7) Auge de la transición mexicana (1948-1965).
8) El Cordobés y su tiempo (1960-70).
9) México, bajo el imperio de Manolo Martínez (1965-1982).
10) Regeneracionismo y retorno del toro-toro en España (1970-1990).
11) Buenas y malas herencias del martinismo (1980-2000).
12) La gran generación torera de fin de siglo en España
13) El siglo XXI y sus contradicciones: figuras internacionales, abolicionismo, post toro de lidia mexicano y, pese a todo, auge del toreo en Europa.
14) Pandemia y puntos suspensivos…
La taxonomía enunciada está abierta a todos los puntos de vista y por supuesto admite aceptaciones, discrepancias o correcciones razonables. Pero su enlace y continuidad son irrefutables, como lo es también el hilo conductor que une sus distintas etapas y el que cada una de esas etapas encierra riquezas, valores y autoafirmaciones evidentes. Elementos de sobra para justificar la realidad de un Siglo de Oro del toreo, definible como ese tiempo privilegiado en que la tauromaquia –hecho cultural que data de milenios y que, bajo formas aún desconocidas, seguirá ocupando lugar y espacio propios, al menos mientras existan toros bravos y seres humanos dispuestos a desafiarlos creativamente– desarrolló y potenció todas las características indispensables para su conversión en un arte, a la vez popular y culto.
Arte con todas sus letras, así les pese reconocerlo como tal a abolicionistas, colonizados y melindrosos. Poco más de cien años de esplendor así lo demuestran.