Desde que se escucharon los acordes del himno de España antes del paseíllo, se percibió que aquella banda de la plaza de Aranjuez no tocaba con brío. De pronto, dio la impresión de que sus integrantes estaban tristes y hasta un tanto desafinados.
Segundos después, en cuanto los toreros comenzaron a andar bajo un sol resplandeciente, las notas de "El toreador" de "Carmen" sonaron tímidas, carentes del ímpetu esperado. en ese instante tan bello, en que la ilusión de todo mundo está intacta cada vez que va a dar inicio el fastuoso ritual de la corrida.
Y aunque la plaza no estaba llena, por aquello de las restricciones sanitarias, el ambiente era de primera y el público, noble, y emocionado, estaba deseoso de ver una gran tarde de toros en una de las plazas más emblemáticas de España.
Los pasodobles que acompañaron las primeras faenas no estaban a la altura del acontecimiento, porque aquella banda, muy separados los músicos entre cada uno debido a la "sana distancia", tocaban sin esa armonía y galanura con la que suelen tocar muchas bandas de España, que se distinguen por su fuerza interpretativa y la calidad de su sonido.
Cuando El Juli intentaba acariciar las nobles embestidas del cuarto toro de Garcigrande, la banda de Aranjuez comenzó a tocar la música de la película "La misión", obra del gran compositor italiano Ennio Morricone, que tan buenas melodías le aportó al cine. Pero era tal la desgana de aquellos músicos, y la extrañeza del público con esos acordes tan nostálgicos, que nada tenía que ver con el acompañamiento que requería la faena.
En los toros se ha visto que el torero pida música o la mande callar. Sin embargo, casi nunca se ve que solicite un cambio de melodía a mitad de una faena, y menos aún presionado por el reclamo de un público tan irritado, como el de Aranjuez, que estaba sufriendo aquel errado acompañamiento musical.
Pero al madrileño no le quedó más remedio que encarar al director de la banda y darle a entender: "¡joer, ¿que usté no se da cuenta de que eso no gusta a la gente?” Y entonces, sonó el pasodoble "La Giralda", para beneplácito del público. Y aunque sin demasiado énfasis, aquello ya fue otra cosa. Pero, ojo, aquí nadie viene a inventar el hilo negro. ¡Por eso el pasodoble es la música taurina por antonomasia"
Por qué ni el acompañamiento de mariachi, ni el flamenquito, o mucho menos la música grabada, así como otras formas supuestamente originales de acompañar una tarde de toros, dan ese carácter tan luminoso como el de una banda con aire torero.
Moraleja: si la música callada del toreo, que decía Bergamín, no inunda el ambiente cuando un torero se funde con un toro, lo mejor es que, como sucedía en Aranjuez con aquellas embestidas acarameladas, se escuche la música taurina tradicional, que para eso ha sido escrita hasta por célebres maestros como el inmenso Agustín Lara.