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El comentario de Juan Antonio de Labra

Jueves, 20 May 2021    CDMX    Juan Antonio de Labra | Opinión     
"...Julián dejó muy alto su mérito, en una actividad tan compleja..."
Desde siempre, el sueño de muchas figuras del toreo ha sido convertirse en ganaderos, pues no sólo es una buena forma de invertir su dinero en un rancho, sino también sentar las bases para el día en que llegue el momento de retirarse, y vivir el resto de sus días vinculados al mundo del toro.

Resulta curioso observar que aquellas figuras que han sido muy aficionadas al campo, no sólo en el estricto sentido de torear en las ganaderías a manera de entrenamiento, sino involucrarse en el conocimiento de la genética y la crianza, han sabido llevar a mejor puerto el difícil cometido de ser ganaderos.

A lo largo de la historia hay varios ejemplos de ello, tanto en España como en México, y desde leyendas como Juan Belmonte o Carlos Arruza -que tuvo ganaderías a ambos lados del Atlántico-, hasta diestros más recientes, como Paco Camino, Manolo Martínez, El Capea o César Rincón, todos han vivido la Fiesta desde ese otro ángulo tan distinto al de jugarse la vida en las plazas de toros.

Y entre los toreros, muy pocos han sido los privilegiados que han conseguido ser buenos ganaderos; los que han aguantado el tirón y ya llevan más años dedicados al toro en el campo; esos que han tenido que ver las cosas desde el otro lado de la mesa, a veces sin la fuerza que ejercían en los despachos cuando imponían condiciones como toreros. Pero todos ellos, eso sí, comparten una misma afición desbordante, que se fraguó en esos días de campo bravo al lado de los grandes ganaderos con los que aprendieron este difícil oficio.

Uno de los más recientes ha sido Julián López "El Juli", que desde chiquillo amaba estar en el campo y convivir con el toro, como cuando se divertía lazando en Santín, jugando a ser vaquero en compañía de Gerardo Gaya, o yendo a cuanta ganadería lo invitaran a tentar o conocer los empadres y los libros, interiorizándose con una forma de vida tan hermosa y singular.

El otro día en el Palacio de Vistalegre de Madrid, Julián dejó muy alto su mérito, en una actividad tan compleja, al haber enviado una novillada de su hierro, El Freixo, que fue un dechado de bravura y calidad, con diversos matices en el juego de sus novillos, pero con un denominador común: la bravura, ese eterno secreto que da muestras de conocer bien en esta faceta que, desde hace más de 15 años, ha compaginado calladamente con la de figura del toreo.

Por eso no queda más que reconocer su sensibilidad como ganadero, y no anteponer su concepto de bravura a intereses comerciales, porque el lote que lidió en Vistalegre fue el fiel reflejo de su sentimiento como ganadero, sabedor de que "la bravura", así, sin calificativos, es el único camino de honrar la maravilla de un ser que no tiene paragón: el toro de lidia.

En dicho sentido, El Juli es un triunfador, y ojalá que ese sueño acariciado desde su infancia, se conserve muchos años más por el bien de la Fiesta Brava.


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