La reciente muerte de la periodista Carmen Toledo ha causado un hondo pesar en el medio taurino de Ecuador, y también entre aquellas personas que disfrutaron de su alegría y amabilidad a lo largo de sus estancias en el país sudamericano, donde desempeñó su trabajo con decidida entrega, hasta que este 26 de abril, a los 72 años, dejó de existir.
En las siguientes líneas, cargadas de sentimiento, nuestro corresponsal en Ecuador, Santiago Aguilar, se hace eco de de su partida de la siguiente manera:
Este tipo de noticias impresionan, impactan, duelen y lastiman; más, mucho más si se trata de una compañera entrañable y admirable; una persona de aquellas con quien caminaste buena parte de tu vida.
Recordar a Carmen Toledo es volver la vista a mis años infantiles, a aquellos grandes espacios verdes que rodeaban a los estudios de Radio Colón, entrañable estación en la que mi padre Jorge Aguilar fundó y trasmitió por décadas el espacio taurino "La Hora de la Verdad".
La emisora y su innovadora programación llamaron la atención a Carmen que compartía sus estudios con la disciplinada escucha de su programación.
Terminado su bachillerato tocó las puertas de la radiodifusora con el sueño de hablar de toros a través de un micrófono. Su esfuerzo y talento determinaron que, en poco tiempo, su privilegiada voz se incorpore al espacio semanal y a las transmisiones y comentarios que se ponían en antena desde todas las plazas de toros del Ecuador.
El debut de Carmen en la radio fue en la feria quiteña de 1970 con Palomo Linares, Dámaso González, Gabriel de la Casa, Ángel Teruel, Adolfo Ávila "El Paquiro", Eloy Cavazos, Alfredo Leal y Armado Conde en cuatro tardes en que anunciaron también a toros mexicanos de San Miguel de Mimiahuapam y Piedras Negras, así como las más importantes ganaderías locales de la época.
Su voz se escuchó por primera ocasión en aquel año para, con el paso del tiempo, convertirse en un elemento intrínsecamente ligado al espectáculo taurino.
Con la mala nueva tocándome el alma, recuerdo aquellas repetidas lecturas de escogidos párrafos de la enciclopedia "Los Toros", el afanoso hojear del semanario español "El Ruedo" en procura de la foto perfecta o la crónica de un sonado triunfo en plazas de la "lejana" España. Rememoro también el barajar de nombres al cabo de cada verano, soñando con los carteles quiteños.
Como evoco el sol perpendicular del Quito equinoccial, marcando nuestro camino hacia el centro de la ciudad, en ansiosa procura de la novela de Dominique Lapierre, la popular "O llevarás luto por mí"; texto que documentó las hazañas del mítico Manuel Benítez "El Cordobés", cuya hechicera lectura me introdujo, sin opción de deserción, en la sinigual literatura taurina.
Mi edad y las vueltas de la vida dibujaron caminos divergentes, Carmen llevó su voz a otros micrófonos en tanto yo tomaba la posta del programa paterno en la también añorada Radio Bolívar, a la que se sumaron nuevos periodistas que en los años consecuentes supieron contar con fidelidad y profesionalismo lo que sucedía en el entonces rebosante Quito taurino.
El abono capitalino creció a un ritmo vertiginoso, poco quedaba de aquellos valientes esfuerzos empresariales de años atrás. El quiteño acogió las tardes de toros como parte consustancial a su identidad. La oferta de comunicación taurina copaba los medios, en un reclamo intenso de plumas, voces y rostros que referían a propios y extraños los detalles del gran acontecimiento anual.
La vorágine informativa no logró opacar el brillo de la voz de Carmen que sacaba en limpio lo que sucedía en el redondel, agasajando a los taurinos con noticias y entrevistas, o no pocas veces, acariciando el alma de unos y otros a la hora de arrancarse por coplas y pasodobles.
Los encuentros se espaciaron; sin embargo, el respeto, la admiración y el cariño crecieron. En el ejercicio de nuestra vocación frecuentamos los tendidos, palcos de prensa, el campo bravo, salones y oficinas. En aquellas coincidencias las imágenes resurgían, se refrescaban; trasladándonos a una juventud y a una niñez compartidas con el toro, y nuestros sueños como un lenguaje común, emotivo y cómplice.
Hace 10 años el absurdo zarpazo de los políticos en contra de actividad taurina ecuatoriana, supuso un golpe fortísimo para esta aficionada ejemplar. Su alegría se vio de pronto condicionada por el perverso despojo del anual ciclo taurino. Su calendario perdió la semana más importante; pese a ello, superó el dolor y se sumó con orgullo y valentía a una lucha que aún no concluye.
En tanto, retomo las reminiscencias para reconocer y agradecer su generosidad, paciencia y tiempo dedicados a convertir a un niño en un aficionado, pues, junto a mi padre, lograron mostrarme la más hermosa de las fiestas.
El día que el clarín resuene en Iñaquito, Carmen, otra vez, sentirá aquella inenarrable emoción a la que consagró toda su vida.
Hoy, silencio de plaza vacía, presagio que no hay corrida…