Se abrió una nueva temporada, muy difícil a decir verdad. Primera corrida que tenemos el gusto de contarles, y que invita a la reflexión. Primera crónica que comenzamos haciendo mención a alguien de quien normalmente cabe muy poco que contar, como es el empresario, que con organizar la corrida, buscar toros guapos y toreros que denoten interés, cumple y merece que le toquemos las palmas. Se llama José María Garzón.
A quien no sepa quién es, uno se lo recuerda. Fue el penúltimo empresario que dio toros en Cáceres antes de que, como en Fuenteovejuna, todos a una, decidieran que ya no debía de haber más toros en nuestra ciudad. Un empresario que levantó una plaza no en mínimos, pero casi. Luego los hubo un año más, y con aquellos líos andamos.
Esto se lo cuento a quienes gusten de leer esta crónica, pero sobre todo se lo trato de recordar a quienes, si tuvieran un ápice de sensibilidad, y también si respetaran a los que no pensamos como ellos, deberían de reconocer que los toros son cultura y que, pandemia al margen y cuando esta escampe, los aficionados también somos hijos de Dios.
Pero bueno, la corrida de ayer en Morón, una plaza relativamente joven, sevillana, que poco a poco va cogiendo solera, tuvo de todo: corrida muy bien pensada pues los toros eran de seis ganaderías, y no solo eso, sino que eran de seis encastes diferentes: un toro de Osborne, encaste muy minoritario que ha dotado de clase infinita a algunas vacadas de Domecq; un Santa Coloma de Pallarés, inconfundible; otro de Partido de Resina, guapo como eran los Pablo Romero de antes; otro de Miura, del que no cabe más que decir; un quinto de Murube, esos toros de bellísimo galope; y para rematar, un delicado y hermoso juampedro.
Y frente a ellos, Daniel Luque y nuestro paisano Ginés Marín. Con distinta suerte, el sevillano paseó las dos orejas del quinto, el toro de la corrida, y Ginés cortó una al cuarto.
Como les cuento, el galope inconfundible del quinto toro de Murube ya cantaba que iba a ser un buen toro. Y lo fue, por su buen son y por su duración. Acapachado, con más galope que profundidad en el capote del sevillano. Toro entipado, chatito, también galopón en banderillas.
Ayudados por alto de Daniel Luque con los que inició la faena. El toro iba para adelante. A media altura lo llevaba el sevillano, el animal tenía clase pero embestía rebrincado. Luque afirmado, le corría la mano con limpieza. Al natural, esos pasajes fueron los mejores, el animal iba a más y mostró su boyantía, acople del torero a una embestida suave y enclasada, al final más en corto, todo sin violencias. Estocada y dos orejas.
Antes poco pudo hacer Luque ante el muy soso primero, y ante el topón de Partido de Resina. Que pena de estos toros, de aquellos legendarios pabloromeros, la belleza hecha toro de lidia.
Ginés Marín no pudo rematar la que era una tarde importante para él. Sí lució con el capote, que maneja con soltura y solvencia. Muy buenas las verónicas a su primero, de Pallarés, con esa forma de echar el capote, traerse al animal y mecerse con él. Magnífico también el quite de manos bajas al toro de Juan Pedro Domecq.
La oreja se la arrancó Ginés Marín al cuarto de Miura, el primero de su carrera. Un toro muy fino y en tipo pero sin exageraciones, muy desclasado en el capote y en el que hubo jindama de la cuadrilla en banderillas. Resultó ser un toro muy deslucido pero el torero, muy metido con él, estuvo muy por encima y lo mató de una gran estocada, como liquidó el oliventino a sus tres toros.
El sexto toro era un bellezón. Era un colorado ojo de perdiz de reunidas hechuras. El animal tomó muy bien el capote a ello hizo honor Ginés Marín en sus verónicas de suave trazo y bella reunión.
El juampedro tenía un tranco fenomenal en el segundo tercio; lo lidiaba Antonio Punta andándole hacia atrás y el animal llevaba el morro hacía delante. Prometía.
De rodillas Ginés Marín inició la faena en los medios. Siguió en redondo y el animal seguía con mucha clase la muleta, pero perdió las manos, A partir de entonces se vino el astado a menos y comenzó a sosear. Toro noble pero a menos; firme el torero, llevándolo por ambos pitones con limpieza.
Del toro de Pallares poco cabe que contar. Fue un animal desrazado y muy poco a modo para el lucimiento con el que el oliventino estuvo por encima.