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Tauromaquia: Un gran valor patrimonial

Lunes, 25 Ene 2021    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | La Jornada de Oriente   
"...hablar de la salvaguardia de cualquier patrimonio cultural..."
Algunos aficionados amigos manifiestan la conveniencia de gestionar ante el Congreso del estado el posible reconocimiento de la tauromaquia como patrimonio cultural inmaterial de Puebla.  Es una idea interesante, que brindaría protección oficial a la fiesta de los toros en previsión de ocurrencias abolicionistas tan desafortunadas como la que tanto ha dado a qué hablar en las últimas semanas. 

Mi contribución a ese propósito consiste, de momento, en recordar someramente los requisitos que la UNESCO ha establecido para gestiones de esa naturaleza, porque entiendo que suponen una buena guía para la elaboración del argumentario correspondiente, si bien habría que adaptarlas a la realidad local. 

Historia y tradición

Un elemento esencial es la transmisión a través de un tiempo largo del hecho tradicional aspirante a registro. Como en Puebla existen registros de festejos taurinos desde 1548 y una larga historia del desarrollo de la tauromaquia en nuestra ciudad, así como de cosos taurinos, corridas célebres y abundantes constancias de una tradición oral y escrita, satisfacer este punto no ofrecería problemas.

Inventario

Asimismo, se debe incluir un inventario completo tanto de la realización del rito –la corrida—como de sus aspectos prácticos, lenguaje, conocimientos, destrezas, seguimiento, actualizaciones y demás, acotando claramente sus tiempos y espacios de realización, así como sus aportaciones al enriquecimiento de la cultura de pertenencia.

Derechos de las minorías

Naturalmente, hablar de la salvaguardia de cualquier patrimonio cultural inmaterial es referirse asimismo a su desarrollo económico y social. Y asumir, prioritariamente, la defensa de los derechos de la comunidad que lo sostiene. De hecho, el objetivo de que se haya abierto la posibilidad de registro para el patrimonio cultural inmaterial fue precisamente proteger las tradiciones de grupos minoritarios, las cuales difícilmente sobrevivirían si su continuidad se sometiese a plebiscito u otros procedimientos de pseudodemocracia aritmética.

No puede haber derechos sin obligaciones

Es interesante señalar que la UNESCO no reconoce los presuntos derechos de los animales –uno de los argumentos antitaurinos más socorridos–, circunstancia que ha permitido su registro de tradiciones como la cetrería (caza de aves al vuelo por halcones adiestrados) y el Sanquemón (antiguo ritual italiano que incluye el sacrificio de cabras vivas, arrojadas al mar para propiciar la buena pesca).

Comunidades ad hoc

El mantenimiento de una tradición necesariamente implica su  apropiación por una colectividad bien definida,  así como de sus perspectivas en el largo plazo; de ahí la necesidad de establecer estrategias de seguimiento, evaluación y actualización.

Como las comunidades involucradas usualmente no son homogéneas –hay proveedores, emisores, receptores e intérpretes–, se precisa una clara delimitación del papel de cada actor en la trama del programa o rito tradicional. Y hay que añadir mecanismos para la resolución de posibles conflictos, velando siempre por los derechos colectivos. En el caso de la tauromaquia estaríamos hablando, básicamente, del reglamento taurino vigente. Cualquier violación importante del mismo debe ser señalado con toda claridad.

Liga

Para una información más precisa sobre las pautas marcadas por la UNESCO, en el marco de su Convención fundante de 2003, enriquecida en 2007 con instrumentos para el registro expeditivo de manifestaciones que se considere que están en riesgo y son de salvaguardia urgente puede consultarse en la siguiente liga de Internet: https://es.unesco.org/themes/patrimonio-cultural-inmaterial.

Comunidad cultural taurina

Una vez repasada la suma de requisitos anteriores, me permito sugerir una división de la comunidad taurina en tres: la comunidad laboral, la comunidad artística y la comunidad de los aficionados a la fiesta brava.

Comunidad laboral

Habrá que considerar a todas las personas que intervienen directamente en la crianza y mantenimiento del toro bravo y los ecosistemas integrados a su hábitat. Desde los propietarios a cargo de la ganadería hasta los vaqueros, caporales, veterinarios, agricultores, choferes y demás personas que contribuyen con su trabajo a que haya ganado bravo en las condiciones reglamentarias.

No podrían faltar los actores directos en el rito taurino, los matadores y sus cuadrillas completas, al mismo tiempo profesionales que viven del toro y cultores diestros del arte taurino. E incluir a las empresas organizadoras, desde la gerencia hasta el último empleado: veedores, veterinarios, relaciones públicas, publicistas, médicos, taquilleros, boleteros, publicistas, monosabios, mulilleros y demás.

Y hay en torno a la corrida una legión de trabajadores de, digamos, oportunidad, que se benefician con la realización de los festejos y al mismo tiempo contribuyen a su difusión y esplendor. Sin ánimo de agotar tan vasta nómina, no pueden faltar medios de comunicación, publicistas, impresores, servicios médicos, carniceros, cronistas, fotógrafos y una gran diversidad de comerciantes y prestadores de servicios, dentro y en torno a la plaza, la corrida y su difusión.

Comunidad artística

La de más obvia y directa participación es, por supuesto, la del torero profesional en todos sus rangos, categorías y especialidades, desde los matadores de toros, novillos o becerros hasta los puntilleros, pasando por el resto de la cuadrilla tradicional. El toreo es antes que nada un arte, que como tal exige dominio de la técnica y libertad creativa dentro del canon ritual que rige el ceremonial de la corrida.

Pero cabe destacar además la enorme cantidad de creadores artísticos que, ya sea por razón de su oficio –como diseñadores de carteles, fotógrafos, dibujantes, músicos, periodistas, sin olvidar a quienes construyen y dan mantenimiento a las plazas de toros– u obedeciendo a impulsos inspirados en la tauromaquia  –escultores, pintores, literatos, poetas, autores dramáticos, cineastas, de nuevo músicos y, en fin, los creadores de innumerables objetos artesanales relacionadas con el toreo–, obtienen algún beneficio económico de estas actividades. Forman todos una comunidad cultural que se ha crecido con el progresivo desarrollo de la corrida a lo largo de sus dos siglos y medio de evolución.

Comunidad de culto

Nada de lo anterior existiría si el espectáculo taurino no dependiera del público que asiste a los festejos, conglomerado que no excluye a ninguna clase social y tiene, mucho más que en cualquier otro espectáculo, voz y voto acerca de cuanto acontece en el ruedo. Los rasgos de identidad de tan heterogéneo conglomerado nada tienen que ver con las barras deportivas que pululan por el mundo y, llevados de pasiones sin freno, han ganado fama de violentas y destructivas. Entre los aficionados a los toros no hay hooligans ni afanes destructivos, sino la búsqueda permanente del deleite espiritual que proporciona el arte en cualquiera de sus formas. Porque la tauromaquia es un arte culto y popular a la vez, el único conocido que nace y muere mientras sus ejecutantes arriesgan la vida.

Tan especial es el miembro de la comunidad de aficionados al toreo que se siente irresistiblemente atraído y estimulado por todo referente, charla, lectura, visión o sugestión relacionada con su tema. Y su mente es un compendio personal de la historia del fiesta, con seguirá diestros y faenas de culto, y referencias nuevas y viejas que guarda celosamente en la memoria, junto con vivencias personales que lo acompañarán siempre.

Permanente homenaje al toro

En el fondo, la tauromaquia rinde culto al toro y al toreo, y es por tanto equiparable con cualquier otra de las comunidades culturales reunidas en torno a las bellas artes, así la música, la literatura, la museografía, el teatro, la ópera…

Colofón

En definitiva, me parece que la tentativa de gestionar ante el Congreso su reconocimiento de la tauromaquia como patrimonio cultural inmaterial del estado de Puebla cuenta con razones y asideros muy firmes, y que la comunidad cultural nucleada en torno a la tradición taurina debiera sentirse orgullosa de serlo y esforzarse por elaborar el argumentario correspondiente. 
Sería nuestra mejor respuesta a las veleidades abolicionistas de los taurófobos.


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