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El canto del cisne

Sábado, 16 Ene 2021    Guadalajara, Jal.    Antonio Casanueva | Foto: Archivo   
"...Tenía inspiración, era irregular y barroco, por eso seducía..."
Con el último aliento antes de expirar, los pulmones de los cisnes emiten una serie de notas de una enorme belleza y musicalidad. Al respecto, en "El diálogo del Fedón", Platón pone las siguientes palabras en boca de Sócrates: "Los cisnes, cuando presienten que van a morir, cantan ese día aún mejor de lo que lo han hecho nunca, por la alegría que sienten al ir a unirse con el dios al que sirven".

A decir del maestro Raúl Ponce de León, en mi casa se hablaba "de toro un poco". Y es que mi papá disfrutaba de contarnos de las grandes faenas de Manuel Capetillo, de su amigo el Güero Miguel Ángel, de recordar la personalidad Lorenzo Garza, la torería de David Silveti, su animadversión hacia Manolo Martínez o, de cómo, de la mano de su padre, fue meticulosamente a ver los avances de obra de la Plaza México, que estaban construyendo para que todos pudieran ver a Manolete. De los toreros españoles, tenía muy presente a Jumillano y a Julio Robles.

Con uno de mis primeros sueldos, le regalé unas tarjetas de presentación que lo identificaban como "historiador taurino". Y es que se sabía de memoria no sólo las fechas de faenas célebres, sino los nombres y las pintas de cientos de toros que había visto en su vida de aficionado. Me dio su opinión de casi todos los toreros que pisaron la Plaza México entre 1946 y 2019. Me habló de quites, estocadas, cornadas, dinastías y hasta de romances entre toreros y personalidades de la farándula.

No recuerdo haberlo escuchado explayarse de Luis Procuna hasta que, con uno de sus últimos alientos, ante una pregunta de Paloma, mi esposa, nos dijo que El Berrendito de San Juan había sido su torero favorito. Lo conoció de niño, cuando acompañaba a mi abuelo a la ganadería de Santo Domingo. Ahí lo cautivó por su gallardía de gitano mexicano. Procuna sabía estar en un tentadero. Era el representante de la bohemia y del colorido mexicano. No pasaba desapercibido. Los mexicano creían en Procuna como creen en la suerte y casi con la misma pasión que veneran a la Guadalupana.

Casi sin voz, nos explicó que Procuna había convencido hasta a Manolete, por su toreo por alto. Antonio Casanueva y Velasco decía que en aquellas tientas en Santo Domingo había descubierto que, aguantando, El Berrendito podría dominar toreando por arriba. Pero el secreto estaba en que no se parecía a nadie. En que era auténtico. Tenía ángel. De pronto toreaba como nadie, porque a ningún otro se le habría ocurrido hacer lo que hacía Procuna. Tenía inspiración, era irregular y barroco, por eso seducía al México popular.

En la mitología griega el cisne era símbolo de armonía y belleza. Lo consagraban a Apolo y su hálito final se convirtió en metáfora de un acto postrimero.

A un año de su partida, pienso que, como último gesto, mi papá nos habló del valor verdadero, ese que representa superar las inseguridades y el miedo más profundo; nos describió la perseverancia y la autenticidad que para él representaba un mexicano enfrentando a la bestia más temible. Recordó su infancia y a Luis Procuna.


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