El día de hoy se cumplen 15 años de la muerte de Alfonso Gaona, la figura del doctor sigue en pie como ejemplo de empresario independiente, que se jugó su dinero en la Fiesta y consiguió construir un patrimonio con su forma de gestionar distinas plazas, siendo La México su buque insignia.
A continuación les ofrecemos un texto que refleja la personalidad y el carácter de este emblemático taurino, cuya peculiar forma de ser despertó polémica entre la gente del toro de su época. Se titula "Las cosas del doctor", escrito por Juan Antonio de Labra hace algunos años:
El doctor Alfonso Gaona fue uno de los personajes singulares que ha tenido la fiesta en México. Su gestión en El Toreo de la Condesa y el coso de Insurgentes estuvo plagada de sensibilidad taurina y aunque "no era monedita de oro" –como reza el refrán–, fue un hombre sumamente diplomático y sensato, que consiguió llevar la fiesta en paz, con talante de auténtico empresario.
En todo el tiempo que fue empresario cosechó un nutrido grupo de críticos y detractores; gente que incluso hace algunos años, cuando todavía estaba en el candelero, largaba de su forma de proceder en el aspecto taurino.
Pero también es innegable que la cordialidad de su trato fue el caldo de cultivo de sus buenas relaciones, con aquella "mano izquierda" prodigiosa y su habitual calma para tratar asuntos. Y como cada año se jugaba su plata, siempre intentaba sacar el mejor provecho al negocio.
Uno de sus mayores logros como empresario (hay que hablar de "logros" sin importar cuántos festejos organizó) fue dar cauce a la gran trilogía de novilleros llamados "Los Tres Mosqueteros".
Los rotundos triunfos de Rafael Rodríguez, Manuel Capetillo y Jesús Córdoba, fueron los que verdaderamente le dieron fama hacia finales de los cuarentas, cuando la Plaza México ofrecía unas 25 novilladas por temporada y se contaban algunos llenos impresionantes.
También es cierto que a veces no había demasiado orden en la celebración de las temporadas grandes, sobre todo hacia el final de su carrera. Sin embargo, la elección del ganado y las combinaciones de sus carteles, encajaban perfectamente en el gusto del público gracias al conocimiento que tenía en la materia y su preocupación de hacer bien su trabajo.
De las cosas del doctor se cuentan muchas y existen anécdotas que lo pintan de cuerpo entero. Su hablar pausado, casi en susurro, era característico. Mediante su serena actitud daba la impresión de ser uno de aquellos sagaces políticos de la vieja guardia –o un avezado jugador de póker– que no hacía ningún gesto que denotara sus sentimientos. Era magnífico para ocultar las emociones en el instante de negociar. Aficionado al boxeo y fanático del béisbol, a menudo se cubría con gorras de equipos de las Grandes Ligas, detalle que incomodaba a los aficionados más puristas.
Durante un tiempo fue suegro del maestro Paco Camino, al que después veto por haberse divorciado de su hermosa hija Norma, y dejó con un palmo de narices a toda la afición mexicana ya cuando el otro idilio, el del maestro de Camas estaba en su apogeo e iba a vivir sus días de mayor éxtasis.
De "gorra", en la México
Mi primer encuentro con él tuvo lugar un mediodía del verano de 1983 en el propio coso de Insurgentes. Fue durante un viaje de vacaciones al Distrito Federal cuando le comenté a mi madre mi deseo de conocer la Plaza México y como ella lo vio comer con mucha frecuencia desde niña en casa de su tío Pepe Madrazo, no puso objeción en llevarme a un sorteo, quizá el único al que asistió a lo largo de su vida como aficionada.
Recuerdo con nitidez que llegamos cerca de la puerta de los corrales y lo encontramos subiendo la rampa camino de su oficina. Entonces, detuvo su andar pausado y saludó a mi madre con cariño, al momento que ella le explicaba al presentarnos:
–Mire doctor, éstos son mis hijos. A José Luis no le gustan los toros; y a Juan Antonio, sí.
–Pues a ti te felicito -le dijo con rapidez a mi hermano mayor.
Y tras una breve pausa, apostilló sin esconder su entusiasmo:
–Y a ti... ¡te invito!
Así que la primera vez que vi una corrida en la México fue de "gorra", por iniciativa del doctor Gaona.
Aguardé varios minutos afuera de la puerta de la oficina y uno de sus empleados me entregó un pase de cortesía (de primer tendido fila 1, detrás del burladero de matadores) para presenciar una corrida de Piedras Negras que lidiaron el veterano rejoneador don Pedro Louceiro, Mariano Ramos, Humbertito Moro , y Alfonso Hernández "El Algabeño", que ese día confirmaba su alternativa tapatía.
Mentiría si no dijera que me sentí muy afortunado de haber asistido al coso más grande del mundo por primera vez en mi vida, y más aún de haber sido invitado por el propio empresario, toda una institución en la fiesta.
Al cabo de los años volví a tener trato con el doctor en "su museo", ubicado en uno de los despachos de la esbelta Torre Latinoamericana, prototipo de arquitectura moderna mexicana de mediados del siglo XX.
Ahí guardaba con celo y orgullo infinidad de fotografías, pinturas, esculturas… A él le halagaba mostrar su vasta colección, entre la que se encontraba la cabeza del toro "Gitano" de Torrecilla, con el que Manuel Rodríguez "Manolete" confirmó su alternativa en El Toreo, el 9 de diciembre de 1945, y que desde hace varioss se encuentra en Córdoba en poder del aficionado cordobés José Ángel Ramírez Guillén, que se la compró por mediación de Manolo Lozano, uno de sus mejores amigos.
Las orejas de Carmelo
Precisamente Manolo me ha contado (en Madrid y Quito) varias anécdotas de su "cuate", como aquella cuando le dijo a Carmelo Torres que no lo podía poner en la México porque era muy feo.
Era tal la insistencia de Carmelo, uno de los pícaros más simpáticos que ha tenido el toreo, que un buen día Gaona le dijo:
–Si quieres torear en La México, opérate las orejas, Carmelo, porque las tienes demasiados grandes y te afean mucho.
El lunático de Carmelo no desatendió la ocurrente sugerencia del doctor y se operó las orejas; las mandó recortar a su cirujano plástico y también que se las pegaran al cráneo y así, vendado todavía tras la operación, se presentó ante Gaona que soltó una tremenda carcajada pues aquella supuesta condición que le había impuesto era broma. La desilusión del pobre Carmelo fue enorme y no logró su ansiado anhelo de actuar en "la de cemento".
Otro día llegó Maco González a su óptica de las calles de 16 de septiembre para cobrarle un encierro que ya se había jugado. El ganadero de La Laguna le dijo con cierta angustia:
–Doctor, vengo a cobrarle mi corrida. Ya pasaron más de dos meses y no me la ha pagado…
–Ay, mi Maco, fíjate que ahorita mismo no tengo dinero. Necesito que me des un poco más de tiempo para pagarte.
–Pero doctor, me urge la "lana” no ve que tengo niñas chiquitas.
–Sí Maco, te comprendo perfectamente, pero entiende que no tengo dinero en este momento. Yo te quiero mucho, Maco, y sólo te pido que me aguantes un poquito más.
–Muy bien doctor, qué le vamos a hacer.
Cuando Maco González se daba la vuelta para marcharse, el doctor lo detuvo con la voz al tiempo que abría uno de los cajones de su escritorio y sacaba un par de paletas de dulce:
– ¡Maco, toma, llévale estas paletitas a tus hijas!
Y qué decir de aquella vez que el ganadero Jesús Cabrera llegó a la óptica pistola en mano, hecho una furia, para cobrarle una corrida después de tantas largas cambiadas que le había pegado el galeno. Al final, cuentan que Gaona no sólo se negó a pagarle el encierro que le debía, sino que tuvo la habilidad de sacarle fiada otra corrida para la temporada que se estaba desarrollando. Así se las gastaba el doctor, aunque al final, sólo cuando el lo decidía, cumplía los tratos que cerraba. De eso puede hablar mucha gente que lo trató en el plano profesional.
Aunque también sabemos que un día le mandó arrebatar el micrófono a Beto Murrieta, que con veinte añitos estaba en una barrera haciendo sus pinitos radiofónicos a través de la XEW, y sólo por comentar que "un toro estaba escurrido de los cuartos traseros".
Desde el 1 de diciembre de 1940 hasta junio de 1988, el doctor Alfonso Gaona cubrió toda una época como empresario. Ahora que ha dejado de estar entre nosotros, sólo la historia (y los aficionados cabales) podrán hacer un balance de su paso por la fiesta de México.
En lo personal, siempre recordaré la amabilidad de su trato y su capacidad para hacer de la Fiesta en la Ciudad de México un negocio sano, próspero y rentable. Y desde hoy, las "cosas del doctor" sólo perdurarán como anécdotas dignas de contarse.