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Tauromaquia: Evocaciones de Bilbao

Lunes, 31 Ago 2020    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | La Jornada de Oriente   
La trágica muerte de Antonio Rizo en presencia de Camino y El Cordobés
Entre 1947 y 1971 transcurrió uno de los períodos más prologados sin que en España muriera por cornada ningún matador de alternativa. Tan atípica situación se prestaba a interpretaciones diversas, y más allá de la función que cumple el azar en todo espectáculo taurino, resulta válido aventurar alguna explicación racional.

No es ocioso recordar que las décadas del 50 y el 60 se caracterizaron por la generalización del afeitado y la exagerada juventud de muchos encierros, reflejo de la preponderancia de apoderados y empresas que sometió a los ganaderos, con el consiguiente auge de procedimientos físicos y químicos encaminados reducir el vigor y la bravura de las reses, mientras la mayor parte de la prensa, convenientemente mediatizada, se lanzaba por la ruta del elogio desmedido, y el turismo invadía los graderíos y lo aplaudía todo con pueril entusiasmo.

Pero en el toreo toda providencia es relativa. Y no porque no hubiera bajas por cornada entre las filas de los espadas avezados estuvo exento este período de muertes numerosas. Sólo que éstas se cebaron en principiantes inexpertos obligados a contender a menudo con galafates de procedencia y edad inciertas– y en subalternos cargados de años y sobrepeso. Fue así que, durante el lapso de referencia, engrosaron el martirologio taurino 14 novilleros, 10 banderilleros, 2 picadores, dos rejoneadores y un puntillero, solamente en cosos europeos.

Lejos, en América del Sur, dos matadores también perdieron la vida entre las astas, el peruano Guillermo Rodríguez "El Sargento" (Cuzco, 02-10-51) y el español Aurelio Puchol "Morenito de Valencia" (Guayaquil, 09-10-53);  mientras tanto, en la república mexicana, la parca se llevaba por delante a 14 novilleros, dos banderilleros y un becerrista. Todo esto, repito, entre 1948 y 1971.

Bilbao, 23 de agosto de 1966

La feria bilbaína se ha distinguido siempre, incluso en los años sesenta, por el volumen y seriedad de sus encierros. El tercer festejo de las corridas generales de 1966 se anunció inicialmente con toros de Torrestrella (propiedad de Álvaro Domecq) para Antonio Chenel "Antoñete", Paco Camino y Manuel Benítez "El Cordobés" (véase programa adjunto).

Pero el cartel sufrió una modificación obligada por percance de Antoñete en la plaza francesa de Frejus, y su puesto fue ocupado por un matador de alternativa reciente, Andrés Torres "El Monaguillo", en cuya cuadrilla militaba Antonio Rizo Pastor, modesto banderillero madrileño de 41 años. De modo que, bajo un nublado típicamente bilbaíno, que oscurecía aún más la grisácea arena del Bocho, partieron plaza "El niño sabio de Camas", vestido de añil y oro, el mechudo de Palma del Río, de esmeralda y oro, y el bisoño reemplazante de Antonio Chenel, ataviado de seda negra y áurea guarnición. Cerrando el paseo, con un desgastado terno azul pálido y azabache, Antonio Rizo avanzó al encuentro de lo desconocido. Como cualquier otro lidiador desde que las corridas de toros existen.

Corrida triunfal

La entrada era de "No hay billetes". El tirón taquillero de un Cordobés en el cenit de su fama legendaria y el cartel que Paco Camino tenía en cualquier plaza de prestigio eran garantía. Además, don Álvaro reseñó una corrida de arrogante trapío, acorde con la tradicional exigencia de los bilbaínos. Y ninguno de los que salieron aquella tarde por la puerta de toriles desmintió la fe puesta en ellos por su criador y por las figuras a las que estaba destinado el esperado encierro de Torrestrella.

Imponentes Camino y El Cordobés

Los nobles ejemplares fueron pan comido para el maestro y artista en celo que era Paco Camino en la cima de una temporada que finalizaría como líder del escalafón, con 95 festejos sumados. Al abreplaza, un ejemplar negro con 485 kilos, le cortó la oreja por una faena de impecable pureza y torerismo. Y se impondría a lo quedado del cuarto, que pesó 496, para bordar el toreo con su clase y señorío habituales en faena magistral, sólo afectada por el mutismo de la banda, sin respuesta la insistente petición de música reclamada por el público. Tras perfecto volapié, la profusión de pañuelos obtuvo las dos orejas como justo premio a una enorme faena.

El Cordobés, imán de todas las miradas, tuvo en Bilbao una de sus plazas fuertes desde sus años novilleriles. Si la casualidad quiso que fuese el último que toreó en el antiguo coso, destruido por voraz incendio la noche del 4 al 5 de septiembre de 1961, sus actuaciones ya como matador en la plaza actual pronto lo acreditaron como un  favorito de la afición vizcaína. Y hay quienes afirman que la del precioso burraco de Torrestrella, segundo de este 23 de agosto de 1966, fue la mejor faena de Benítez en "El Bocho", porque sin abandonar su personalidad arrebatada y arrebatadora aunó quietud, temple y una pulcritud torera poco habitual en él. Lo estoqueó con seguridad y cobró a toda ley las dos orejas del estupendo toro de Torrestrella.

Poco faltaba, sin embrago, para que la tragedia hiciera acto de presencia.

El relato de Cañabate

"La tarde estaba nublada. La corrida transcurría luminosa, brillante. Embestían los toros con bravura. Toreaban los toreros con alegría. Paco Camino cortó una oreja en el primero. El Cordobés, dos del segundo. Salió le tercero, de nombre “Bolero”. Su número, el 176. Un toro precioso de lámina. Toma tres varas con codicia. Tocan a banderillas. Uno de los banderilleros de El Monaguillo, Antonio Rizo, sale apurado del segundo par. Corre en busca de las tablas. Al ir a ganar el estribo, se cae. Pretende incorporarse. El toro se encuentra cercano. Lo ve moverse. Se precipita sobre él. Lo cornea. Una cornada certera.

Una cornada en el corazón

"Antonio Rizo medio se levanta, pero se derrumba en brazos de sus compañeros. La puerta de la enfermería está muy próxima. Desaparecen por ella el herido y sus auxiliadores. ¿Cuánto habrá durado todo esto? Quizá dos minutos. En dos minutos un torero muere de una cornada en el corazón. Quizá hoy día la única cornada mortal de necesidad. Antonio Rizo entra en el quirófano en estado agónico... Los médicos que capitanea el experto e ilustre cirujano don Vicente San Sebastián están prontos  a explorar con unas manos que realizaron prodigios. No hay nada que hacer. La cornada ha partido el corazón. La vida humilde de Antonio Rizo se quedó en el ruedo. Se la llevó el pitón de un toro de preciosa lámina. Al pitón no lo impulsó el toro, lo impulsó el destino. No buscó el corazón de Antonio Rizo. Se lo encontró como pudo encontrarse un brazo o una pierna, y la herida habría carecido de importancia. El corazón está muy oculto, pero no para los ojos del destino. El pitón fue recto, tropezó con una costilla, la rompió e incrustó en el corazón un trozo de hueso.

"Por el momento, nadie se da cuenta de que un torero ha muerto. El Monaguillo torea de muleta. El toro embiste muy bien. El cuerno que ha partido un corazón va y viene llevado por el aire de una muleta que juega en juego gracioso, en juego de buen toreo, que ejecuta con  temple, suavidad y finura, ajeno El Monaguillo a que uno de esos pitones que rozan su pecho había roto la vida de un torero. Una estocada. Un descabello. El Monaguillo, solo con dos banderilleros, da la vuelta al ruedo. El otro, agoniza.

"Nadie sabe nada. La corrida sigue. El cuarto toma dos varas. Es tardo para la muleta, pero Paco Camino no se amilana. Poco a poco va enseñando al toro cómo tiene que embestir. No lo ahoga, lo embarca de lejos, tira de él con lentitud que se alarga con el ritmo de una bella nota musical sostenida. La faena es eso, un repique armonioso de una elegancia que embelesa. Toreo del más puro. La gente pide música con insistencia. La banda permanece callada. En eso, vemos salir de la enfermería a un picador llorando. Se seca las lágrimas con un pañuelo.

"Le sigue un banderillero cubriéndose el rostro con las manos. Paco Camino torea. Cruza por los tendidos un runrún. La gente apenas aplaude. Paco Camino cobra una gran estocada. Clamor de pañuelos. Dos orejas. El runrún se confirma. Antonio Rizo ha muerto. Camino, El Cordobés y El Monaguillo suben a la presidencia. Al poco rato se pasea por el callejón una pizarra que dice que la corrida se suspende. Silencio absoluto. Los tres espadas cruzan lentamente el ruedo seguidos de sus cuadrillas. Al llegar a la puerta de la enfermería se detienen, inclinan sus cabezas y permanecen quietos. Nada turba el silencio. Los toreros entran en la enfermería... Todos van llorando, las lágrimas caen sobre el oro y la plata de los vestidos de torear... Hombres fornidos, picadores y banderilleros, suben arrastrándose como si fueran viejos valetudinarios, aunque “El Monaguillo” es apenas un muchachito. Allí está Antonio Rizo, con el corazón partido. Corazón que quiso ser torero. Corazón que se llevó el pitón de un toro…"  (Crónica de Antonio Díaz-Cañabate. ABC, 24 de agosto de 1966).

La vida sigue

Y con ella, la temporada taurina de 1966. Dos toreros que estaban en la cúspide, las dos figuras máximas, han sentido el roce de la muerte en una nublada tarde de agosto. La feria de Bilbao continuará. Al día siguiente Paco Camino, imparable, les corta tres orejas más a los toros de Concha y Sierra. Será el triunfador neto de las corridas generales. El Cordobés continuará llenado plazas y alentando polémicas.

¿Y El Monaguillo? De Andrés Torres, joven de expresión sobria y arte fino, poco se sabrá después de este suceso. Será el suyo un paso fugaz por el toreo, semejante al de tantos muchachos con cualidades sobresalientes a los que vientos adversos arrastran irremediablemente al olvido, a despecho de sus estimulantes posibilidades de un día. Queda de él una película biográfica, como joven promesa malagueña, que alguna vez pasó por televisión y de la que nada más he vuelto a saber. 


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