Mientras la mayoría de la gente en México permanece confinada, las redes sociales se han vuelto una herramienta útil para que los aficionados a los toros mantengamos viva la llama del entusiasmo, pues son tiempos difíciles en los que los clarines han enmudecido.
Resulta interesante constatar la riqueza cultural e histórica de la tauromaquia, y aprovechar este tiempo de reflexión para leer, investigar y mirar, una y otra vez, los contenidos que circulan en distintos medios y que atesoran una gran riqueza y variedad en formatos que van del texto a la fotografía o al video.
Artículos, documentales, películas, resúmenes biográficos, faenas inolvidables, y un largo etcétera de pasajes que refrescan nuestra afición por aquello que ocurrió hace mucho tiempo, o aspectos que sucedieron apenas unos años o escasos meses. Porque todo eso conforma el acervo de una expresión artística que vive del recuerdo.
Siendo el toreo un arte tan efímero, que nace y muere en el mismo instante en que se crea, sólo tiene la encomienda de permanecer en la retina y el corazón de quienes lo presenciaron, amén del sentimiento de quienes lo crearon con esa misma fugacidad que lo vuelve un arte etéreo, diáfano e intangible.
De esa profunda inspiración, los artistas tratan de recrearlo y buscan provocar una emoción que entronca con ese recuerdo, tanto de aquellos que tuvieron la dicha de recibirlo en directo, como de quienes no estuvieron ahí esa tarde determinada en que el arte del toreo brotó con su natural intensidad.
Los aficionados a los toros estamos hechos de recuerdos, de remembranzas, de conversaciones que unen ese rompecabezas sentimental que también es la tauromaquia. Y aunque pasen los años, la memoria del aficionado tiene una cualidad especial para fijar esas imágenes que le han maravillado, y que no sólo corresponden a lo visto en la plaza.
Son esos jirones del pasado los que configuran una forma de sentir que hoy nos reconforta más que nunca y nos recuerda que la tauromaquia es todo aquello que acontece antes y después de la corrida, el epicentro de un arte tan hondo que se crea en el instante en que un toro se funde con un torero, ante la mirada de ese público tan especial que sabe captar aquel alumbramiento.
Ser aficionado a los toros conlleva un compromiso: el de documentarse, disfrutar y compartir con los pares aquello que nos provocó una emoción profunda, hayamos estado ahí o no. Por ello el arte del toreo es tan universal que traspasa el tiempo y, ahora, también este obligado confinamiento.