La larga etapa de confinamiento domiciliario que vive buena parte de la humanidad a pocos sectores afecta con tanta fuerza como a la industria taurina. La cancelación de los festejos en todo el orbe, impone que los toreros permanezcan en casa guarecidos de las asechanzas del invisible bicho.
Los largos días de aislamiento son vividos por los lidiadores de la mitad del mundo con los propósitos de no perder la forma física y la ductilidad en el manejo de los engaños. Las horas de entrenamiento y de toreo de salón, se alternan con labores que procuren ingresos económicos en tiempos de cuarentena, toque de queda y estiaje taurino.
Es el caso del matador de toros Álvaro Samper que dedica buena parte de la jornada al suministro de insumos para la crianza de ganado bovino, una de las pocas actividades autorizadas por formar parte de la cadena productiva de alimentos. Las horas de la tarde las consagra al tono muscular y al toreo de salón. La bicicleta estática y la caminadora reemplazan a los senderos rurales y, en su pequeña plaza, se repiten los lances y los pases.
El estudio en el último ciclo de la carrera de ingeniería ambiental, acapara el horario de José Andrés Marcillo, diestro que tomó la alternativa en Latacunga el pasado diciembre. Las clases online llenan sus mañanas. A media tarde aflora el torero en una exigente preparación; siete kilómetros de trote, más rutinas específicas y doscientos cincuenta abdominales completan el paquete de gimnasia. Al entrar la noche las suertes y las faenas se repiten dibujando, una y otra vez, aquel trasteo cumbre.
En su Riobamba natal el matador Julio Ricaurte se pone en pie al amanecer. Unos minutos de oraciones anteceden al desayuno y a la jornada matutina de manejo de capote y muleta en la terraza de su domicilio. A las diez, se suma a las tareas del hogar previas al almuerzo. El cuidado físico se completa en la agenda vespertina; flexiones y estiramientos reclaman a los músculos fuerza y elasticidad. En la noche los videos de grandes faenas ocupan su tiempo como la lectura de temas de contenido social. Al ir a la cama un vistazo a los avíos y a los sueños, por hora, incumplidos.
Muy cerca de allí, los hermanos Pacha capean el temporal con inacabable afición. José, matador de toros que se anuncia como José del Río, comparte el taxi que le ofrece manutención con Javier, el banderillero conocido como "Patatas". En la mañana el espada cuida su alimentación con el consumo de frutas y cereales. Tras conducir por calles y avenidas, toma los trastos en exigentes series de capote y muleta. Por la tarde las recomendaciones de un entrenador son seguidas con disciplina en variados circuitos buscando resistencia y potencia. El ciclo se cierra con los indispensables videos taurinos y el juego de cartas con su familia.
El tanto Javier, "Patatas", el rehiletero, da lustre a su apodo, abriendo el día con la primera porción de papas fritas y ensalada. A media mañana el deporte se suma a los aplicados ejercicios con el capote y, en especial, a decenas de pares de banderillas prendidos en el carretón, no en vano hoy por hoy es considerado el mejor subalterno local. Tras el almuerzo que incluye el infaltable tubérculo, retoma la dinámica de mantenimiento y preparación. Al final del día, una frugal cena desde la que atiende las noticias sobre el curso de la pandemia.
En el populoso sur de la capital, Efraín Moreno "El Vito" afronta a puntadas la crisis sanitaria. El veterano mozo de espadas y sastre confecciona tres vestidos de torear, de momento, sin la ayuda de las costureras que colaboran en su taller.
El Vito corta muletas e hilvana capotes al tiempo que recuerda tantas y tantas figuras a las que sirvió en la arena quiteña. Su afición le impulsa a tomar las telas y dibujar verónicas y naturales como en sus tiempos de novillero.
Lejos de sus herramientas de trabajo y de su hábitat campero, el matador José Alfredo Cobo se apuntó a las brigadas sociales creadas por el gobierno para recorrer, uno a uno, los sectores más pobres de pueblos y ciudades. Alimentos y vituallas son entregados puerta a puerta para aliviar hambres y quitar temores en épocas de pandemia. El hombre se llena el alma con la palabra solidaridad, al tiempo que aguarda días mejores.
Lo cierto es que unos y otros –toreros todos– esperan con impaciencia que la pesadilla llegue a su fin.