Corridas vemos muchas muchas a lo largo de la temporada, pero, de las que hacen afición, no disfrutamos de tantas. La de ayer fue una de esas, y lo fue de principio a fin, de las que uno desearía que se reservaran para los aficionados primerizos, para que entendieran la grandeza del toro de lidia y la inmensidad del arte del toreo.
Ayer hubo en Olivenza un recuerdo al cacereño coso de la Era de los Mártires, cuando un aficionado desplegó una pancarta que decía: "Cáceres quiere toros". Ciertamente, no se merece ese coso histórico el cierre al que le han condenado, y menos una afición en extremo respetable. Caceres somos todos, también los taurinos.
La corrida fue modélica en cuanto a la presentación de los toros: parejos, de bonitas hechuras, que anunciaban que iban a embestir en cuanto aparecían en el ruedo. A ellos les cupo en suerte dos toreros ilusionantes en grado sumo, artistas, capaces de dar una mañana como la que dieron ayer, sin concesiones al populismo, todo verdad, entrega y buen gusto, haciendo en cada momento lo que correspondía, y es que cuando cada uno es fiel a lo que siente, como lo son Emilio de Justo y Ginés Marín, y le dicen al aficionado que en el toreo todo es armonía y que hay que honrar a la pureza y buscar la belleza, todo se entiende mejor por almas sensibles.
En el que fue un encierro muy completo, hubo dos toros de tremenda importancia, cada uno a su modo, y cada torero sorteó uno de ellos: el quinto fue un animal bravísimo, que pedía un torero igual de bravo, y correspondió a Emilio de Justo; y el cuarto, un astado de infinita clase, que entró en el lote de Ginés Marín, que respondió a las dulces embestidas de ese burel.
Dos toros que descubren a los toreros limitados, pero también dos toros que ensalzan el alma y el toreo de quienes pueden y saben estar ante ellos. Qué orgullo ser extremeño, ser aficionado y poder disfrutar de estos dos grandes toreros.
La mirada del quinto toro, un astado astifino, que enseñaba las puntas, serio por delante, lo decía todo: engallado, desafiante, acudía presto al cite y repetía con enorme transmisión. Y De Justo, sin una duda, se traía al toro, se ajustaba, lo llevaba largo y por abajo, y le ligaba los muletazos.
Así una y otra vez por ambos pitones, con excelsos y personalísimos pases de pecho, y remates por abajo que crujían el corazón. Una faena de las que tienen importancia de un torero cabal que nos tiene acostumbrado a ello.
Lo del fue por otros derroteros. El suyo fue un toro de otras características, porque la bravura de este animal, que tambíen la tuvo, fue más pastueña. La suya fue una faena de las que la dificultad estribaba en corresponder a la calidad de un toro, y el oliventino lo sublimó en una faena que jamás decayó, que se mantuvo siempre en lo alto haciendo un toreo de belleza paradigmática, lleno de pureza cuando prodigaba el cite frontal y se iba con el toro componiendo en lo que eran estatuas en movimiento.
Un toreo en el que respetaba la distancia que pedía el toro, y el trazo, que lo exigía por abajo. Y sin violentar las embestidas, llegaron la ligazón y la intensidad que ésta procura. Qué maravilla por contraste en tiempos en los que, en casi todos los ámbitos de nuestra España, abunda el populismo y en el plano taurino, los ataques a la Fiesta.
El resto de la corrida también tuvo mucho interés. Emilio de Justo cortó una oreja a su primero, un astado noble, al que cuajó con ese planteamiento al que siempre es fiel el paisano: cite frontal y toreo de media altura para abajo, muleta puesta en la cara y ligazón. Proverbial en los remates, toreo personalísimo, en una palabra.
Además le echaron para atrás el tercero, que prometía, y en su lugar saltó al ruedo un sobrero más bastote, que iba y venía, que lo llevo muy bien pero que no tuvo las excelencias del resto de la corrida.
Ginés Marín sorteó un primer toro mansote pero noble, al que cortó una oreja tras una faena de acople, bella también, de mucha suavidad y limpieza. Y las dos del sexto, un burel noble pero al que faltó un puntito de calidad, con el que también se sintió, lo toreo a placer y lo mató fenomenal.
Mañana mágica la que vivimos en Olivenza, en una plaza que tiene un encanto muy especial, con la flor y nata de la afición extremeña, española y universal, que tuvo un recuerdo entrañable para una plaza, una afición y una ciudad hermana.