En la esplendorosa tarde bogotana la plaza no se llenó. A cambió desbordó de fervor taurino, toreo y fiesta. Menudearon los vivas y lo oles a la empresa, a "los toreros buenos", a la fiesta, a Bogotá y a Cali, al retorno de las corridas en Medellín, también los "abajos" a diversos personajes antitaurinos, hasta el Coronavirus fue objeto de tales ocurrencias… Largo festejo, cerca de cuatro horas, y la gente aguantó sin resentirlo, porque la intensidad y las muchas cosas que pasaron (pertinentes y sobrantes) la mantuvieron en vilo.
Una prolongada ovación inicial en el tercio para Castella que compartió con sus alternantes. Seis modosas vueltas al ruedo con trofeos y sin ellos, incluyendo la del segundo arrastre. La devolución de dos toros a corrales, uno por lesión y otro por indulto. Tres retrasos del tiro de arrastre para facilitar la presión del público en busca de trofeos.
Dos extensas ceremonias en la arena para cortar coletas de banderilleros: Primero a Wilson Chaparro "El Piña", tras un lucido último tercio en solitario con el tercero, que Castella en un gesto de torería le colocó en suerte las tres veces, los matadores César Rincón y César Camacho salieron para usar la tijera cortante a cuatro manos, y tras ello, una multitud (monosabios incluidos), tomó los medios para saludar, abrazar y besar, uno a uno al despedido, luego, sus compañeros le dieron una vuelta en hombros, cambiándoselo por turnos; después, más frugalmente, salió Miguel Aguilar tras la lidia del quinto, a ser peluqueado en el ruedo por el ganadero y empresario Ricardo Cediel.
Un discurso de arranque, con parlante en el tercio y todo, y una inopinada lenta procesión con pancartas de militancia taurina en medio del festejo, que se detuvo frente al burladero de matadores para tratar, contra toda liturgia, de involucrar en ella a los tres alternantes, quienes injustamente puestos en tal brete frente al público aplaudidor, tuvieron que declinar apenados. Todo eso sumado a las casi ocho lidias (la del primero que se devolvió después del primer tercio, y la del innecesario y fallido regalo) cupo en las cuatro largas horas. !Uff! Casi nos deja el avión.
El triunfo de los toreos no valió lo mismo por causas presidenciales. Indiscutibles las dos orejas para Roca Rey, por una faena impoluta, cuasiperfecta, con el bravo, noble y abrochado segundo. Desde la primera Verónica hasta el descabello. Plantígrado, hierático, embrocado, nítido, acompasado, pictórico, vertical, templado, largo, rimado, mandón, contenido, preciso, arriba y abajo, al derecho y al revés, en redondo y circular… Figura donde lo pongan. Ni una de más ni una de menos. El volapié, el acero total arriba, el toro cayó se levantó y la cruceta con exactitud quirúrgica puntualizó. Faenón, faenón ambidiestro, el de toda la temporada nacional. "¡Torero!Torero!" El ruedo lleno de prendas y el limeño con una leve sonrisa como de no fui yo. Liquidó de pincho y estocada el quinto, soso y flojo que apenas se tenía.
Juan de Castilla, tuvo un gesto. Le salió al imposible manso-rajado tercero cuando los otros dos ya tenían asegurada la puerta grande y los gritos espontáneos le pedían que abreviara. No se resignó. En las tablas, donde se había refugiado el cobarde, se puso de carnada para pescar viajes y persecuciones. Dele que dele. Cualquiera hubiese cogido el atajo. Él no, porfió hasta la muerte fulminante con la estocada de la tarde (y eso que las hubo buenas). La oreja fue reglamentaria y canónica.
Pero lo fenomenal vino con el sexto, "Talentoso", número 63, casi de cinco años, menos un mes, negro, cornivuelto, que no fue picado por Ospina. El signo de la brega fue el poso. Las verónicas y la media. Las cacerinas para llevar, y las chicuelinas, el delantal, la media y la revolera para quitar. Y tras la ovación a los pares de Pineda, un concierto de muleta en el que brilló una cadente y honda tanda de naturales, ocho creo, con su forzado. El noble iba e iba, en compás, con el tranco de más, con el regreso franco sin pausa, con la codicia, la fuerza justa y mucho fondo, y mientras el toreo brotaba, él a más. La cosa parecía no tener fin si no la paraban, entonces la petición de indulto se generalizó y Usía la oyó, sacó el pañuelo perdonavidas y los dos blancos orejeros.
Tres tandas más y la simulación de la muerte a toro perdonado regaló el paisa que toreó con alta fiebre. Si lo primero (el indulto) puede ser discutible, las orejas jamás. Así de bien estuvo Juan. Así, siendo el modesto tercero en medio de dos figuras en duelo, se convirtió con todo mérito en el triunfador de la lujosa clausura. Nada de paisanaje, no señor.
Sebastián Castella pareció sentir el peso del peruano en la tarde. Preventivamente salió con todo. Tanto en el devuelto, como en el que corrió turno. Y con el mal regalo a cambió de no poder lucir bregó como un condenado. Pero no. Con el primero bis, no picao por Cayetano Romero, fue desarmado. Viotti y El Piña saludaron, Y el francés bordó series preciosas combinadas con otras trompicadas y desordenadas. La faena resultó anfractuosa y accidentada.
El acero quedó pasado y descentrado pero su señoría no tuvo reparo en darle la segunda peluda potestativa e igualar el premio con las otras de muy, muy superior calado. Ha sido la tónica de este palco.
El cuarto, salió capacho y protestado, pero franco, aunque algo sosón. Le lanceó con oficio e invitó al Piña para poner los tres pares y él servirle las suertes. Gran Momento torero. Vehemente, de rodillas, cinco en redondo y luego cal y arena y un espadazo trasero que terminó en palmas para el arrastre y silencio para él. Del regalo mejor no hablemos. Amor propio y torería derrochó Sebastián en su batalla perdida. Eso vale también.
La foto de familia, en hombros, rumbo a la puerta dice más que mil palabras. Tal fue la clausura de la temporada nacional.