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El arte pictórico de Zuloaga

Viernes, 20 Sep 2019    Morelia, Mich.    Quetzal Rodríguez | Infografía: LM   
"…Principalmente retratos individuales o colectivos, de toreros..."
Ignacio Zuloaga provenía de un largo linaje de artesanos y artistas eibarreses dedicados al damasquinado, técnica empleada para el ornato de objetos de metal mediante filigranas de oro y plata. Su padre, Placido Zuloaga, inculcó en su hijo la importancia del dibujo en las artes decorativas y la trascendencia de viajar y conocer otros lugares para mejorar la formación y enriquecer el conocimiento.

En una estancia juvenil en Sevilla, asistió a la Escuela Taurina que había establecido el torero Manuel Carmona y llegó incluso a torear una novillada en 1897, en la cual apareció anunciado como El Pintor,  en tanto que se centró en producir obras que se limitaban a recrear una visión exótica muy del agrado del gusto francés, pero pronto cambió hacia una introspección en las emociones y estados de ánimo de sus protagonistas, 

Toreros, picadores y banderilleros comienzan a protagonizar sus cuadros, pero desde la perspectiva del antihéroe, más adelante en el año 1903 pintará un  cuadro verdaderamente singular titulado "Gallito y su familia" que se encuentra en el museo Hispanic Society de Nueva York y que también se le conoce como "La familia del torero gitano" (que se muestra al lado izquierdo de la imagen).

Se trata del retrato de la familia de Los Gallos, donde la vieja dama que preside en su sillón la escena es, sin duda, Gabriela Ortega, antigua bailaora de amplio linaje  de toreros gitanos, y viuda de Fernando Gómez "El Gallo", el niño en las rodillas del torero es el famoso Joselito, quien para muchos críticos e investigadores es uno de los próceres de la tauromaquia moderna.

El diestro joven y de barba cerrada que sostiene entre sus manos al futuro maestro, en opinión de Álvaro Martínez Novillo, podría ser Rafael Gómez Ortega, quien encarnó a uno de los toreros más pintorescos del planeta de los toros, el más valiente y el más cobarde, que oscilaba entre faenas fantásticas y verdaderos episodios de espanto y ridículo.

El mismo museo Society de Nueva York, analizando la obra mencionará en parte de su análisis que se traduce y resume de esta manera: "soberbio ejemplar de lo sintético y rítmico y de lo español, en el cual cada personaje es capturado y entregado".

Su propuesta causó conmoción en una Europa acostumbrada a otro tipo de aportación pictórica española. Zuloaga era presentado como el continuador de los grandes pintores de la escuela española, es entonces cuando comienzan a advertirse los primeros síntomas de lo que más adelante se conocerá como la "cuestión Zuloaga". 

Algunos intelectuales españoles opinaban que ofrecía una imagen de España que era la soñada por los extranjeros pero que nada tenía que ver con la realidad del momento. Lo que a un lado de los Pirineos fascinaba por su autenticidad, al otro era visto como una sucesión de lugares comunes.

Sus críticos y estudiosos calculan que una quinta parte de su producción estará dedicada al tema taurino, principalmente retratos individuales o colectivos, de toreros famosos o desconocidos, y modelos o gitanos con traje de matador donde, sin embargo, aparecen muy pocas imágenes de la corrida de toros propiamente dicha.

Retratos definitivos fueron los que Zuloaga realizó a Domingo OrtegaJuan Belmonte con su gesto y porte característico –lado derecho de la imagen–  la amistad entre ambos fue larga y profunda y quedó inmortalizada de muchas maneras, en varios pasajes el pintor se expresó del torero: 

"Belmonte es un símbolo del toreo y no meramente por sus hazañas ante los astados, sino por su seriedad y sólida cultura, su desprecio por la pose y de sus actitudes flamencas y su nunca desmedida sencillez".

En la recta final de su vida, a partir de la década de 1940, Zuloaga también se dedicó a pintar una serie de naturalezas muertas como fruto de su recogimiento y paulatino alejamiento de la escena pública, las cuales se asocian con el misticismo pictórico presente en los bodegones de artistas como Zurbarán o Murillo.

Bibliografía:

Arozamena Berastegui, Marñia de Jesús. "Ignacio Zuloaga, el pintor, el hombre". Sociedad guipuzcoana de ediciones y publicaciones, 1970.

Martínez Novillo, Àlvaro. "El pintor y la tauromaquia". Turner. Madrid. 1988.


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