...hay jóvenes capaces de escapar al estigma millenial...
Este año, como cosa excepcional e inédita, el taurinismo nacional está llevando a cabo un esfuerzo colectivo cuyo objetivo es la salvaguarda de nuestra renqueante tauromaquia. Se trata de la búsqueda y promoción organizada de valores emergentes, capaces de sacudir la indiferencia general y convocar el interés no ya del aficionado que se apartó de una Fiesta que ya nada le decía, sino de ese nuevo conglomerado, joven también y, como los propios aspirantes a la glorias de Cúchares, mayoritariamente nacido hacia los años 90 del siglo anterior, dentro de la generación que los gringos han denominado millenials.
Según lo visto hasta ahora –tanto en la capital como en Guadalajara, la Florecita y Monterrey–, hay muchachos con posibilidades de descollar en la procelosa ruta del toreo. Aún no puede hablarse de un triunfador rotundo ni de algún aspirante especialmente tocado por ese don misterioso que arrastra multitudes, pero los hay con la técnica bien aprendida y el valor indispensable para hacer carrera en esto. Lo que, hoy como ayer, significa bastante aunque nada garantice por anticipado.
De Agüitas a Insurgentes
La Plaza México ha sido escenario, en dos breves etapas, de una Temporada Chica que forma parte de esta especie de cruzada. Por lo pronto, procuró seleccionar con cuidado a los principiantes y fijó uno de sus objetivos en la decente presentación y la buena nota de los encierros. Tendamos un velo de prudencia sobre el escasamente poblado graderío, pues hacer que la gente regrese a la plaza llevará su tiempo, siempre que se cumpla con una planeación impecable –forzosamente incluiría la vuelta de la tauromaquia a la escena pública, vía medios audiovisuales y escritos– y sin que falte tampoco la indispensable dosis de buena suerte, dogma insalvable tratándose de cosas del toro.
Siendo Aguascalientes, desde hace un par de décadas, el verdadero surtidor taurino de México, no es de extrañar que sea el hidrocálido Héctor Gutiérrez el "producto" más aventajado de esa infatigable cantera. Si en marzo había indultado ya a "Izquierda de Oro" de Guadiana en el propio platillo de Insurgentes, al abrirse la fase definitoria de la temporada chica suya fue la primera oreja cortada, justificando su repetición en los dos carteles siguientes, que por cierto dejaron indeseable rastro de sangre en los percances de El Galo y Roberto Román. Paradójica señal del elogiable empeño por presentar novillos hechos y no su caricatura, pues nadie puede hacerse torero con astados de utilería.
Por lo pronto, el domingo último, se unió a Gutiérrez otro triunfador, el también hidrocálido José María Hermosillo, desorejando al novillo de Maravillas que cerraba plaza y que mató en sustitución de Román, el alternante herido. Son –Héctor Gutiérrez y José María Hermosillo–un par de chicos que dominan la técnica y la aplican sin titubeos, por lo que ligar el toreo derechista al uso no les ofrece ninguna dificultad, y basta con que un utrero repita sobre sus engaños con cierta boyantía para que el triunfo, estocada mediante, lo tengan prácticamente asegurado. Así lo hicieron y por eso han descollado. Hasta ahí, todo en orden.
No obstante, advertimos con preocupación que ambos se parecen como dos gotas de agua. Torean prácticamente igual, abriendo en exceso el compás, quebrando exageradamente la cintura para acompañar el viaje de la res y haciendo uso del llamado temple-rápido, que marca con autoridad la trayectoria a los novillos, pero sin "lentificarla" ni permitir el paladeo parsimonioso de la suerte. Un ejercicio mecánico correctamente aprendido, aplicado y reproducido, pero nada más. Ni el torero lo siente ni puede hacerlo sentir al público, por más que incluya los habituales gestos retadores en su repertorio.
Tal vez por eso, aunque Gutiérrez ha contendido con utreros de parecida buena condición, y con todos anduvo sobrado y afanoso, su impacto en el público fue descendiendo de domingo a domingo. Lo que el primer día supuso para él un éxito cabal, en sus siguientes presentaciones quedaría en palmas de reconocimiento. Y no dudo que si repitiesen con la misma asiduidad a Hermosillo, y no contara con bureles que rompan con la docilidad insípida que por lo regular caracteriza a nuestro ganado, el impacto decreciente se asemejaría al de su paisano. Y que conste que estamos hablando de las dos promesas principales que ha arrojado el esfuerzo de todos los implicados en la organización de la campaña "Soñadores de Gloria" que nos ocupa. Dos novilleros interesantes, sin duda.
Otra historia
Naturalmente, los pocos aficionados antiguos que van quedando, y los aún menos numerosos versados en nuestra historia taurina, harán referencia a algunas temporadas chicas paradigmáticas: la de 1929, con Esteban García y Carmelo Pérez como polos opuestos; la de los Luises, Briones y Procuna, en el verano de 1943; la de los efímeros Fernando López y Joselillo que en 1947 llenaran por primera vez la recién estrenada Plaza México; la de los Tres Mosqueteros famosos al año siguiente; la de El Pana, Ángel Majano y César Pastor hace justo 40 años… y no sé si alguna más, al gusto y elección de quien hable y opine jugando con sus recuerdos personales. Y francamente descreo que cualquiera de aquello lejanos protagonistas tuviera, en sus tiempos novilleriles, la solvencia técnica de quienes se perfilan hoy como probables punteros.
Porque el toreo evoluciona, la ganadería brava, al dejar de serlo, ha facilitado el pulimento y la limpieza de las suertes, y la moda de las escuelas taurinas ha contribuido a superar con creces el esfuerzo que representaba para los aspirantes de antaño escalar las tapias de los tentaderos o correr la legua en busca de capeas y novenarios que les permitieran "ver un pitón" y robarles pases a los moruchos.
El resultado palpable es el impecable dominio del toreo de las ya numerosas generaciones de aspirantes egresados de tales instituciones docentes –españolas casi todas–, aunque esa buena capacitación que no haya impedido que la mayoría se quede luego en la estacada. Pero esa incertidumbre ha sido connatural al proceloso mundo del toro y no debiera alarmarnos.
Y sin embargo…
Millenials
No recurriría al feo anglicismo si éste no sirviera para describir con precisión a una juventud cuyos hábitos y manías han configurado una cultura que rompe radicalmente con todas las precedentes, y cuyas características no parecen inclinadas hacia los valores clásicos de la tauromaquia, ya bastante minados desde dentro por la contraproducente voracidad ciega de los propios taurinos. La pregunta crucial sería si esa coincidencia en el tiempo –la cultura del celular, el apego a las redes sociales, el pensamiento único del neoliberalismo rampante– no estará influyendo en los mismos aspirantes a toreros, muy a pesar de que los toros sean vistos hoy día como una manifestación netamente contracultural. Ya se requieren agallas y algo más para que un millenial decida abrazar la profesión taurina, y eso hay que reconocérselos a los novilleros actuales.
Pero en el fondo, late esta inquietud, que espero sea pura figuración mía: difícilmente se encontrará una personalidad excepcional –con una expresión singular, portadora de un mensaje exclusivamente suyo– en esta época masificada y uniforme donde los jóvenes millenials parecen cortados todos con la misma tijera. Porque al lado del programa homogenizante de las escuelas taurinas, vivimos la apabullante realidad de una juventud atada a la noria de las redes sociales, y sujeta a las mismas modas, "selfis" y manías; también a idénticos tics corporales y mentales, donde es más complicado que nunca destacar individualidades dentro del mosaico postmoderno de grises.
Si, desde la perspectiva contemporánea, los ídolos de antaño eran taurinamente imperfectos, en materia de expresión individual ofrecieron una variedad y una riqueza fascinantes. Nada tenían en común Carmelo Pérez y Esteban García; Luis Briones y Luis Procuna; Joselillo y Fernando López; Rafael Rodríguez, Jesús Córdoba y Manuel Capetillo; Pastor y El Pana; Valente, Belmont y Mejía. Por eso causaron sensación, acumularon seguidores y detractores, crearon y recrearon un ambiente de partidos encontrados a través de sus contrastantes conceptos y revitalizaron la fiesta en la arena y en los tendidos.
¿Podrá ocurrir hoy algo semejante? Intentemos imaginar que todavía hay jóvenes capaces de escapar al estigma millenial. Habrá, por ellos y por la Fiesta, que dar su espacio a la esperanza.