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Historias: Un espectáculo extraordinario

Miércoles, 06 Jun 2018    CDMX    Francisco Coello | Foto: Archivo   
"...una expresión mestiza durante el siglo XIX..."

El acontecimiento que hoy rememoro tiene que ver con aquella deslumbrante puesta en escena que significó la tauromaquia mexicana durante buena parte del siglo XIX. Y como puede observarse a través del cartel adjunto, esto sucedió ni más ni menos que hace ¡166 años!

Si bien el cartel lo encabeza el diestro español Bernardo Gaviño y Rueda (1812-1886), este logró introyectarse en el gusto de los aficionados de aquel entonces, logrando hacer “del toreo una expresión mestiza durante el siglo XIX”, según lo pude afirmar en la biografía que, en 2012 me publicó la Universidad Autónoma de Nuevo León.

Apenas el pasado 1 de junio, un grupo de portorrealeños encabezados por Juan Manuel García Candón, llevó a cabo un “Brindis por Bernardo Gaviño”, y para eso se reunieron en el recinto ferial de Puerto Real, en la calle de su nombre. Esto sorprende, pues a medida que ha transcurrido el tiempo, el paso de este personaje se fortalece gracias a que se reconoce en él una participación directa en el devenir del toreo.

Lo que logró Gaviño fue simple y sencillamente dar continuidad al hilo conductor de un ejercicio cuya combinación –técnica y estética-, estaba en pleno desarrollo de madurez en territorio hispano que dejó para siempre desde 1829; madurez que quedó garantizada en territorio americano; fundamentalmente en Cuba y México.

Al estudiarle por más de 30 años, me doy cuenta que Bernardo Gaviño no fue una figura más en el panorama del espectáculo de los toros. Supo aprovechar el protagonismo que lo puso en niveles de envidiable popularidad lo que permitió, entre otras cosas, una amistad y trato, lo mismo con personajes del poder o la élite que integrantes del pueblo llano.

Esta actuación, una más de las 725 registradas entre 1829 (o 1835) y 1886 en nuestro país, incluyendo Uruguay, Cuba, Perú y Venezuela, posee elementos de fascinación sólo explicables a la luz de todos aquellos componentes que permitieron –en este caso-, la construcción de un “espectáculo extraordinario”, el cual incluyó la presencia de “galgos y liebres”, así como el “toro embolado”, sin faltar la curiosa advertencia aparecida al final del cartel y que apuntaba con cierto humor involuntario: “La función, que solo se verificará si el tiempo lo permite, comenzará a las cuatro y media, y para evitar que se repita lo que sucedió la tarde anterior, se suplica a los concurrentes que no lleven perros, porque no se les permitirá la entrada en la plaza”.

Ello hace suponer que en el festejo del 30 de mayo, pudieron suceder cosas en las que ciertos concurrentes, enterados, de una “corrida de Galgos y Liebres”, se les hiciera fácil llevar a sus mascotas con el simple objeto de soltarlas a la hora en que los anunciados solemnemente en el cartel, galoparan por el ruedo. Aquello debe haber sido el caos…

Gaviño y su cuadrilla se enfrentaron una vez más, a los célebres toros de Atenco (condición que se dio hasta en poco más de 390 ocasiones), lo que supone una particular cercanía con el propietario de la emblemática hacienda, en ese entonces José María Cervantes y Velasco. Años más tarde, esa continuidad la habría de mantener Ignacio Cervantes Ayestarán.

Gracias a esa condición, Atenco logró posicionarse en lugar de privilegio, por lo que alcanzó un sitio envidiable, sobre todo porque durante casi todo el siglo XIX, sus toros se hicieron presentes en diversos festejos tanto en la capital como en plazas cercanas a la misma.

Un recuento hecho sobre el comportamiento del ganado atenqueño entre 1815 y 1915, arroja la cantidad de 1178 encierros, lo cual deja claro el nivel de importancia, pero sobre todo de capacidad en cuanto al hecho de que, al margen de los tiempos que corrieron, y de las diversas circunstancias que se desarrollaron a lo largo de esa centuria, sea porque se hayan presentado tiempos favorables o desfavorables; ese espacio casi al centro del valle de Toluca, fue capaz de enfrentar condiciones previstas o imprevistas también.

Me refiero por ejemplo al paso de los insurgentes en octubre de 1810, a las condiciones de clima; a la revolución, al reparto de aquellas casi 3 mil hectáreas realizado por los integrantes de la “Sociedad Rafael Barbabosa, Sucesores”, entre otros.

Quizá la más cercana descripción sobre cuál era el proceder de Gaviño en el ruedo, la encontramos en la reseña de Joaquín Jiménez "Tío Nonilla", escrita un par de años antes, justo el 6 de junio de 1850, tras una actuación del propio gaditano en la plaza de Tacubaya. De esa ocasión, selecciono algunos de los apuntes más destacados.

“La cuadrilla se presentó en la plaza, donde fue recibida con los mayores aplausos: la mascada del presidente se agitó de nuevo y se presentó en la lid el primero colorado, buen mozo y cuyo nombre de pila, si hemos de dar crédito al anuncio repartido anteriormente, era Orgulloso; la salida fue buena en toda la extensión de la palabra, tomó nueve varas, cinco de Juan (¿Corona?) y cuatro de Escamilla y despachó a mejor vida dos apergaminados rocines, que según el dicho de los inteligentes, exhalaron sus últimos suspiros, dando las gracias a la fiera que tan caritativamente los había quitado de este mundo de escaseces y trabajos para ellos.

"Revolcó varias veces a ambos jinetes y recibió tres pares de banderillas de papel y un par de fuego, que hacen un total de cuatro pares, y de los cuales uno de ellos se le colgó en la barriga, otro en las quijadas y dos pares solamente fueron los regularmente puestos. Bernardo (Gaviño) lo capeó con bastante limpieza y desenfado y después de ver ondear la sangrienta mascada del presidente cogió la espada y la muleta, y acabaron las penas del animalejo de una sola buena recibiendo. El cachetero, menos diestro que Bernardo, acabó de completar la obra con tres golpes a cual de ellos menos bueno. La víctima fue arrastrada hasta los pies del inhumano carnicero…

"Quinto embolado y más arrogante y fuerte que todos los otros y con el cual había [habrían] de entendérselas los comanches [réplica de indios guerreros surgidos durante varios conflictos en el norte del país entre 1821 y 1848], todos ellos rellenos de paja, y cabalgando los picadores sobre macilentos, mohinos [caballo o mulo de pinta oscura], cuya excesiva formalidad se presta bien poco a semejantes lances, el bicho hizo rodar siempre que les acometió, y aun volar algunas veces contra su costumbre a los cabisbajos asnos y a los banderilleros igualmente; derramó a torrentes la paja que formaba a semejanza de algunas bellas, las robustas posaderas de los comanches, cebóse en vano con los que tan vilmente se ponían a salvo de sus certeros tiros, y después de tanta ignominia murió como los traidores, por la espalda, de un solo flechazo disparado certeramente por uno de los comanches. Este infeliz animal, el más bueno quizá de todos, fue a imitación de los hombres, el más malamente maltratado, y exhaló su último suspiro maldiciendo la injusticia de la justicia humana”.

Como se podrá notar, buena parte de aquellas expresiones entendidas como parataurinas, provenía de una natural y espontánea forma de entender el significado de una fiesta, efecto que cada uno de los integrantes, entre cuadrillas y los otros elementos anunciados supieron imprimir para materializarla en el sentido más espontáneo que ellos pudieran lograr.

A lo que se ve, privó durante muchos años libertad, independencia de acción, creación y recreación en el toreo decimonónico mexicano, cuyo principal legado se concentró –con los años-, en la figura de Ponciano Díaz y sus adherentes. El diestro atenqueño ostentó en un toreo híbrido, lo mismo a pie que a caballo, la cúspide de aquellas representaciones que Bernardo Gaviño detentó en medio siglo de presencia, influencia pero también decadencia, como todo fenómeno en el que quedó de manifiesto la figura a quien un día, y en plena madurez llamaron cariñosamente “Papá Gaviño”.

Otros escritos del autor, pueden encontrarse en: https://ahtm.wordpress.com/


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