La llegada a México de "Manolete" en 1945 fue todo un acontecimiento nacional. Paco Malgesto lo atajó en Cuba, recogió las impresiones del personalísimo "Monstruo" y los radioescuchas mexicanos, al oír su voz, aumentaron su ilusión por verlo confirmar la alternativa en el viejo Toreo de la Condesa.
La figura del torero no se había satanizado. Se le admiraban su valor, su magnetismo y su personalidad. El torero sigue siendo merecedor del máximo respeto, pero ahora se le critica acremente desde la ignorancia y con frecuencia es llamado asesino.
Antes de "Manolete", Rafael El Gallo, Joselito y Belmonte eran seres míticos, como arrancados de una novela.
Juan Silveti Mañón, pintoresco y bragado, alimentaba su leyenda en cada fumada de puro y con cada cornada que dejaba cicatrices serpenteantes en su pecho.
Rodolfo Gaona, "Armillita", Garza, "El Soldado" y muy especialmente Silverio, despertaron el fervor popular y ocupaban grandes espacios en la radio y los periódicos.
Luis Procuna, diestro de claroscuros, desigual y profundamente humano, gozó de una auténtica popularidad. “¡Arrímate Precuna!”, lo arengaban desde el tendido de sol.
Manuel Capetillo combinaba los muletazos kilométricos con los balazos de utilería en los foros cinematográficos, y fue figura no sólo en el ámbito de los toros.
Manolo Martínez, con su enorme talento y poder de convocatoria; Eloy, con su valor y simpatía; "El Cordobés", con su desparpajo, su pinta y su actitud desafiante; todos ellos fueron ídolos de multitudes.
"El Pana", enigmático torero del pueblo de conducta estrafalaria, polarizó opiniones y siempre llamó la atención, pues poseyó ese atributo esplendente que es la personalidad.
Todavía David Silveti alcanzó altos niveles de popularidad con su toreo estático y estético. El público se conmovió ante el drama de sus rodillas de cristal y su entrega total frente a los toros.
Pero el posicionamiento de los toreros se tambaleó. Llegaron el desgaste, el juicio descarnado, el escarnio popular, la mala fama injustificada, la falta de respeto a su investidura, la multiplicidad de pasatiempos y también, y muy importante, la carencia de personalidad.
Salvo contadas excepciones, ahora los toreros pueden llegar a perderse en la vorágine de la vida diaria o simplemente no ser reconocidos en la calle o el restaurante. Estamos presenciando la injusta degradación de la imagen del torero, otrora figura de culto.
El torero, aunque conserva características únicas dentro de la sociedad, dejó de ser un misterio para convertirse en un personaje que pareciera anacrónico… aunque siga vigente.
Hay que tomar en cuenta que antes vivíamos en un México más tranquilo y con menos habitantes, donde la Fiesta de los toros no era mal vista y gozaba de aceptación general.
Hoy, la sociedad conoce más a los futbolistas o a los cantantes. Los medios masivos no hacen eco de sus hazañas y los mantienen a distancia, con el látigo de su desprecio. Y para colmo, los diestros se publicitan poco. ¡Acabáramos!