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Desde el barrio: El año de Manolete

Martes, 03 Ene 2017    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
...donde menos toreó el Monstruo, donde nunca acabó de ser querido...
Acabamos de entrar en el que, en la moda al uso de denominaciones y fastos, debería llamarse el "año Manolete", justo en el que se cumplirán –exactamente el 4 de julio – los cien años desde que la señora Angustias, en su casa de La Lagunilla, pariera al gran torero de Córdoba. 

Si el 2016 fue el de los quintos centenarios de Miguel de Cervantes y William Shakespeare, este que acaba de empezar, salvando las distancias, o no, debería estar marcado por los actos de conmemoración del nacimiento de uno de los hombres más legendarios y trascendentes no sólo de la tauromaquia sino también de la moderna historia de España.

Claro que, visto lo visto -esos escasos actos, casi de trámite, organizados en torno al glorioso manco de Lepanto- tampoco esperen que se haga demasiado respecto a Manuel Laureano Rodríguez Sánchez: el mundo profesional del toro vive pendiente sólo de sus propias ruinas y los aficionados andan sumidos en la auto contemplación de la más profunda nada a través de las redes sociales.

En Córdoba sí, claro. Allí donde menos toreó el Monstruo, donde nunca acabó de ser querido ni comprendido en vida, un grupo de buenos taurinos agrupados en la Tertulia El Castoreño está organizando un amplio calendario de eventos que tendrá como eje a aquel que acabó convertido en impávido mártir de la posguerra, al torero que, sin pasos entre los pases, hizo dar al toreo una zancada gigante hacia la modernidad. 

La iniciativa les honra y seguro que también lo hará el resultado de su trabajo y su previsión. Pero, al margen de lo que preparen sus paisanos, parece que no existen noticias de ninguna otra iniciativa, al menos lo ignora este articulista, que vaya a honrar a Manolete en esta fecha redonda de los cien años de su nacimiento y los setenta de su trágico encuentro con "Islero".

Evidentemente, con el eco reciente de las campanadas de fin de año, todavía es pronto para aventurarlo. Pero se antoja bastante improbable que en estos tiempos de desmemoria taurina, de breves y distantes obituarios, la figura mítica de Manolete vaya a ser recordada como se merece más allá de las murallas cordobesas.

En cambio, motivos habría para hacerlo en México, donde el torero fue un dios y, por una vez, el hombre fue inmensamente feliz; o en Sevilla, donde se lanzó a la fama como novillero y tomó la alternativa y el testigo del toreo ligado de manos del pequeño gran Chicuelo; o en Madrid, en ese mismo Lhardy donde se le rindieron los intelectuales de su tiempo y en ese ruedo de Las Ventas donde derramó sangre y pasión, la última vez un 16 de julio de hace 70 años.

Qué buena ocasión, y excusa, sería también el homenaje a Manuel Rodríguez para intentar despertar el dormido y maltratado ambiente taurino de Linares, para devolverle a la arena teñida de rojo con que se terminó de moldearse el mito la categoría que le dio aquella muerte que impresionó a España. La plaza lo necesita, igual que la Monumental de su Córdoba natal, perdida ahora entre la ceguera de una propiedad que la hace irrentable.

Pero para plaza y escenario idóneo de ese gran homenaje a Manolete, mejor y también Barcelona, el lugar donde más toreó en toda su intensa carrera: un total de 70 tardes desde que debutara en Las Arenas, en la parte seria del espectáculo de "Los Califas", el 13 de julio de 1933. 

Sólo por eso, por ser la ciudad que más le vio avanzar el toreo y que más le admiró, la capital catalana bien podría ser el epicentro de un acto definitivo en su recuerdo con el que, de paso, sacudir el dictatorial olvido impuesto por las instituciones sobre el glorioso pasado taurino de una Barcelona que lideraba las temporadas.

Qué buen agarradero también para abrir la Monumental, para que la familia Balañá se sumara al tributo al torero con el que tanto ganaron y que contribuyó rotundamente a extender su imperio más allá de Cataluña. Que buen momento, sí, para que el más manoletista de los grandes toreros que llegaron después volviera a abarrotar, como hacía su ídolo, la plaza que vibró con esa idéntica filosofía que oscila entre Córdoba y Galapagar.

Mientras tanto, hasta que unos y otros se decidan a dar un paso al frente, el mito seguirá velado entre el silencio de los cipreses, bajo el mármol frío y solemne, allá al fondo del Cementerio de la Salud, eternamente convertido, como dijo Pepe Alameda, en el "esqueleto inmutable del toreo".


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