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Tauromaquia: Singularidad e infortunio

Lunes, 09 May 2016    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | Opinión   
La columna de los lunes en La Jornada de Oriente

"Pan Francés", castaño de Guanamé de cornamenta acapachada, enfrontiló a Rodolfo al hilo de las tablas al tomar vencido su primer lance de capa, por el pitón izquierdo, sin hacer por él tras la fea voltereta. El Pana quedó boca abajo e inerte. Desde entonces no ha recobrado la movilidad de sus miembros, aunque el miércoles se le retiró la sedación.

Y el jueves, el equipo médico que lo atiende en la norteña Ciudad Lerdo, en cuya plaza se produjo el percance y donde permanece hospitalizado, confirmó el diagnóstico de parálisis total irreversible. Implica esto que el ahora tetrapléjico –que sigue en condición crítica– dependerá mientras viva de ayuda externa para llevar a cabo sus funciones corporales elementales. Previamente, se le había detectado la fractura de tres vértebras cervicales, pero el equipo encabezado por el doctor Galván Zermeño descartó la posibilidad de una intervención quirúrgica de fijación ósea al sexagenario espada.

Rodolfo Rodríguez alternaba con Jesús Sotomayor en mano a mano de cuatro toros. Tras una exhibición de los recortadores iberos y vestido de verde y azabache, El Pana desorejó al primero de ésa que sería su última tarde. "Pan Francés" salió en tercer lugar y el alternante del Brujo de Apizaco pasó fatigas para liquidarlo. Pero salvo ese astado, los de Guanamé resultaron pastueños y toreables, y Sotomayor cortó las orejas del cierraplaza. La corrida, con dos cuartos de aforo ocupados, celebraba la festividad del Día del Trabajo.

Efemérides básicas

Rodolfo Rodríguez González –de padre poblano, de Tlacotepec, y madre pachuqueña, Licha Superstar en el habla pintoresca del diestro que fue panadero en sus mocedades– nació en Apizaco, estado de Tlaxcala, el 2 de febrero de 1952. De modo que cuando el 6 de agosto de 1978, en festejo de selección, se presentó de novillero en la Plaza México formando mayúsculo alboroto con "Reyezuelo", de Santa María de Guadalupe, para salir en hombros, contaba ya con sus buenos 26 tepalcates y más de una cicatriz en el cuerpo. 

Tomó la alternativa con 27, en el propio coso de Insurgentes y con notorio retraso, tras la negativa de los ases de entonces a otorgarle el grado, pues el triunfador absoluto de la temporada chica se había entretenido en despotricar contra ellos a sus anchas, asegurando que los voltearía de cabeza en cuanto se hiciera matador. Por fin, a la altura de la corrida número 12 de aquella temporada y por mano de Mariano Ramos, se hizo doctor en tauromaquia con "Mexicano" de Campo Alegre, bajo testimonio de Curro Leal y del rejoneador potosino Gastón Santos (18-03-79). Lo más celebrado en ésa su primera tarde de matador radicó en el hecho de que se transportara en carretela hasta el coso. Quince días después se dejaba vivo al primero de la media docena de cornudos con los que escuchó los tres avisos a lo largo de su accidentada trayectoria capitalina.

Naturalmente, ni Manolo Martínez, ni Eloy Cavazos ni Curro Rivera quisieron saber nada de anunciarse al lado de El Pana durante sus largas y fructíferas carreras. Y si Mariano accedió, la explicación habrá que buscarla en la personalidad del torero-charro, tan anómala, aunque por razones opuestas, a la del claridoso tlaxcalteca: que se sepa, el maestro de la Magdalena Mixhuca nunca fue amigo de descartar nombres de colegas ni de ganaderías en los despachos. Lo suyo era poderles a los toros y a los alternantes. Y si la moneda caía de canto, mala suerte.  

A contracorriente

La realidad es que El Pana nunca consiguió posicionarse en el escalafón. Ninguneado por las figuras y su prensa adicta, con acceso muy restringido a cosos importantes y limitado a carteles de medio pelo con ganado poco grato, terminó por no evolucionar taurinamente. Sus problemas personales, entre los cuales no eran los menores ni sus asilvestradas reacciones ni su propensión al alcohol, fueron relegándolo a festejos de escasa resonancia y a prolongadas desapariciones de la escena pública, a la que solía volver para atribuir a otros sus desgracias, en declaraciones salpicadas de un humor ácido que no excluía sobrenombres humillantes para quienes consideraba le cerraban el paso y estaban "acabando con la Fiesta". No le faltaba cierta razón, pero sí unos mínimos de tacto y sentido de la estrategia.

Suplir estas cualidades con simples ocurrencias o meros caprichos lo mantuvo relegado por décadas, que fueron minando su juventud e ilusiones. Muchos tumbos le tenía reservada la vida, sin detrimento de que de pronto surgieran de su magín –prodigaba un caló agitanado, tabernario a ratos suertes tan sorprendentes e imaginativas como el par de Calafia –frecuentemente confundido con la vulgaridad del par al violín, quites mixtos, como los que posteriormente se pondrían de moda, y sólo excepcionalmente alguna  buena faena en redondo, como la que por naturales le cuajó en la México a "Chocolatero", un muy noble ejemplar de El Sauz (29-10-95): era su oportunidad de oro para entrar pisando fuerte a la temporada grande, pero la malogró lanzándose de espontáneo en una de las primeras corridas con una manta donde criticaba al presidente Chirac por las pruebas atómicas que Francia estaba efectuando en atolones del Pacífico oriental: apresado, pasó esa noche en chirona y con el bigotón empresario hablando de cerrarle para siempre las puertas de la Monumental.

Ése era El Pana, fiel a sí mismo y a salto de mata, hasta que, el 7 de enero de 2007, se anunció su adiós definitivo en el coso de Insurgentes.

El día mágico

Con las figuras haciéndole, como siempre, el vacío, Rodolfo Rodríguez –rosa y plata  partió plaza esa tarde al lado de Rafael Rivera, hijo de Curro, y del catalán Serafín Marín, a quien el de Apizaco confirmaría la alternativa. La corrida de Garfias, formada por seis buenos mozos, dio en general poco juego. Pero incluyó dos animales deliciosos de transmisión y estilo. Ambos terminaron formando el lote de quien había anunciado su despedida, y que fue precisamente entonces cuando adquirió fama de brujo e, impulsado por aquella apoteosis, decidió continuar en la brega. Luego de bordar a su excéntrica manera a "Rey Mago" y "Conquistador" –memorablemente brindado por micrófono a "todas las suripantas del mundo"– se convirtió en el suceso taurino no ya del año sino acaso del temprano siglo. 

Y fue así que su pretendida despedida se transformó en plataforma de lanzamiento de un nuevo Pana, con el que Morante de la Puebla no dudó en torear mano a mano tanto en la México (06-01-08) como en la madrileño Palacio de Vistalegre (02-03-08). Pero los milagros no suelen cundir, y mientras el primer día se dejó un toro vivo y sufrió una cornada, la crítica ibera fue lapidaria con su titubeante actuación en el coso de Carabanchel.

Y es que, en su hora crepuscular, el toreo de El Pana seguía careciendo de solidez técnica y se basaba en el pasajero efecto de detalles muy suyos –el trincherazo abandonando la muleta al rematar, el ladear la cabeza sobre el pecho al estilo de Procuna, pero sin el mando y el aguante del berrendito, el banderillear con indudable personalidad, aunque sin atreverse ya con su hermoso par de Calafia; eso y alardes como partir plaza fumándose un puro y, en vez de capote de lujo, con un sarape de Saltillo terciado, o sus vueltas al ruedo apoyado en un bastón mientras devoraba divertido una pieza de pan, podían ser todo lo originales que se quiera, pero difícilmente integran una tauromaquia. 

Aunque, flores exóticas brotadas de súbito entre la aridez de una fiesta uniforme y terriblemente monótona, bastaban para encandilar a sus fieles, que, en México y fuera de México, se multiplicaron como nunca. Sirva de testimonio la conmoción producida entre los franceses en cuanto se le anunció por allá. O en Cuenca, Guadalajara y Antequera, plazas españolas que pisó fugazmente en estos últimos años. 

Los demás nos enterábamos de tales sucesos con cierta incredulidad y ánimo divertido, mientras los calendarios continuaban acumulándose en la vetusta figura de Rodolfo. Hasta que llegó la corrida de Lerdo del primer domingo de mayo y los clarines anunciaron la salida de "Pan Francés", el colorado capacho de Guanamé.

El personaje

Si en algo fue figura y no tuvo rival fue en su arrollador don comunicativo. Ponerle un micrófono delante significaba abrir una caja de Pandora que El Pana dominaba con absoluto desparpajo, manejando a su antojo al interlocutor y al auditorio en feliz conjunción de originalidad y gracia, con la singularidad de su personalísima expresión y la rapidez con que sorteaba obstáculos y disparaba atrevidos conceptos. Con esas armas tan raras de ver, que en Rodolfo eran arsenal, se adueñó de la escena en el país durante las semanas que siguieron al 7 de enero de 2007. Su presencia resituó de golpe a los toros en el ánimo de la gente, y muy otra sería hoy la suerte de nuestra tauromaquia si la desbordante celebridad de Rodolfo por aquellos días no hubiese resultado tan efímera. O si, como piensan los panistas más fervorosos, se hubiera producido, tal cual, 30 años antes. 


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