Desde el barrio: La ilusión mexicana
Martes, 08 May 2012
Madrid, España
Paco Aguado | Opinión
La columna de los martes
Qué distinta la primavera taurina mexicana de la española. De la fría desilusión sevillana a la hirviente esperanza hidrocálida de una Feria de San Marcos en la que, a pesar del bajo nivel de raza de las corridas, los toreros de acá y de allá han competido a gran nivel ante un público entusiasta.
Ilusión es la palabra que mejor define el estado actual del toreo en México después de muchos años de grisura y añoranza. La ilusión que ha despertado una nueva generación de toreros que, forjada en España, está en condiciones de devolver a la tauromaquia azteca su sentido y su esencia de antaño.
Para confirmarlo, los nuevos toreros mexicanos han competido en Aguascalientes con una primera fila de figuras europeas que no han dado tregua: con un pletórico Manzanares, un más concreto Castella, un mágico y hondo Talavante y, por supuesto, un autoritario e inmisericorde Juli, que se desquitó con creces en su segundo paseíllo arrimándose con una suficiencia casi morbosa. Habrá que repetirlo: "no me lo enojen".
Pero no por ello se vinieron abajo los mexicanos, sino que se midieron con los grandes en un ejercicio de confianza en sí mismos que les confirma como claros candidatos a mayores glorias a ambos lados del Atlántico.
La gran capacidad muletera de Juan Pablo Sánchez, el empaque y el concepto genético de Diego Silveti, la determinación de Joselito Adame y la pausada y recreada mexicanía de Arturo Saldívar, que hizo la mejor faena entre los coletas nacionales, brillaron por encima de las aportaciones de sus más veteranos compatriotas, si exceptuamos la arrebatada faena de Fernando Ochoa a un sobrero de regalo.
Cortaron pocas orejas, es cierto, porque los nuevos gallos aztecas aún no tienen bien afilados los espolones de acero para matar los toros, pero, de momento, eso es lo de menos. Lo de más es que todos han demostrado su buena capacitación profesional, su personalidad y su ambición para meterse en la lucha y animar el cotarro también en la desvaída temporada española del 2012.
Tienen todos una actitud fresca y expectante, sin las contaminaciones ni los complejos que impone ya a los aspirantes el perverso sistema hispano de esta época, que a ellos aún no les afecta. Quieren abrirse paso sin mirar a los lados y atesoran una clara vocación de pureza y clasicismo, de arrimarse a los toros sin ventajas ni recursos conservadores, usando los flecos de la muleta como arma de temple y de poder y no como pantalla defensiva.
Esa es precisamente su gran baza frente al extendido mecanicismo que, siguiendo erróneos referentes, caracteriza a la mayoría de sus coetáneos de la nueva generación española. Por eso la ilusión de quienes les adivinamos su gran, pero como siempre incierta, proyección.
Y lo mejor es que la cosa no se queda en cinco o seis nombres, de los que varios van a dar la cara en el próximo San Isidro, sino que hay más, que la cantera sigue aportando novedades y sobre todas ellas un espigado adolescente de la fértil Aguascalientes que no sólo se los pasa muy cerca sino también muy despacio, a dos o tres velocidades menos que el resto.
Se llama Ricardo Frausto, y si algún taurino con cordura y buen gusto se lo lleva una temporadita a España no vamos a tardar en saber pronunciar perfectamente su extraño apellido.
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